Presentación del libro ‘Siempre de vuestro lado’, de Alfredo Tamayo

Intervenciones durante la presentación del libro, el día 16 de septiembre de 2008 en Bilbao, en un acto organizado por la Fundación para la Libertad. «En estos años me he sentido como rara avis en el mundo del clero de Guipúzcoa. De su seno no ha salido ni una sola palabra de arrepentimiento y de petición de perdón a las víctimas del terrorismo nacionalista, por su distanciamiento, por su silencio, por su falta de compasión», dice Tamayo.

Eduardo Uriarte

Iniciamos el curso con la presentación de nuestro buen amigo Alfredo Tamayo, teólogo y sociólogo. Un libro verdaderamente entrañable y emocionante. Conocí a Alfredo en una conferencia hace más de un año en Vitoria, con Rafa Aguirre. No le había escuchado nunca y fue una conferencia muy ilustrativa y llena de sentimiento. Cuando me invitaron a presentar el libro, lo hice con interés y tengo que decirles lo que me ha provocado. Es una obra que expresa el amor de este sacerdote hacia las víctimas del terrorismo. Son artículos cortitos de honda y emocionante sencillez. Hagan el favor de leerlo tranquilamente y si tienen que dejan correr alguna lágrima, háganlo. Es muy humano y sentirán que todavía nos queda el ánimo y la solidaridad con las personas que sufren y padecen. Cuando en general el hombre quiere hacer cosas en favor de los demás, siempre se dice que es por un impulso de amor y solidaridad, y se exaltan a veces de tal manera que al final lo que se planteaba como hecho de amor se convierte en una aberración asesina y se puede llegar hasta el terrorismo. La sencillez en el tratamiento del amor hacia quienes sufren el terrorismo me ha emocionado particularmente. Y este señor teólogo también habla de política. A la mitad del libro empiezan a dejarse claros una serie de posicionamientos políticos muy claros respecto a lo que debe ser la actitud de una persona sensible a la problemática de lo que ocurre en nuestro país y de crítica ante determinados comportamientos políticos.

He descubierto o vuelto a recordar algunas ideas con esta lectura. Es claro que este sacerdote se preocupa por la situación y la soledad de las víctimas, y a veces por la manipulación que se puede hacer de ellas desde la política. Pero se preocupa también por su desamparo en momentos de decisiones políticas ante el terrorismo. Y uno de los momentos más desagradables y de los más duros que he vivido en mi vida ha sido el de la última negociación entre el Gobierno y la banda terrorista. Ese protagonismo, ese papel tan publicitario del proceso…, hubo un momento en que me encontraba como Gary Cooper en ‘Sólo ante el peligro’, sin Estado que me amparase. Éramos personajes en busca de autor, en absoluta soledad. Como los de las tragedias de Calderón de la Barca. Si yo lo estoy pasando así, que todavía lo puedo razonar un poco, que descubro que mi desamparo y mi angustia es por que no hay estado que me ampare, cómo estarán las víctimas del terrorismo, personas que muchas veces no pueden desarrollar un discurso así, con sus sentimientos absolutamente frustrados, sin esa panacea propagandística y ese protagonismo de quienes ha asesinado a sus familiares. Intentaba ponerme en su piel… y el profesor Tamayo trata esos momentos también con mucha necesidad.

Luego plantea que toda acción política debe partir de la ética. Estoy absolutamente de acuerdo. Pero al final la política es como el juego de las siete y media. Te puedes pasar o te puedes quedar corto. Si el ciudadano se plantea una acción desde la ética me parece lógico y normal. Si un político se plantea el desarrollo de su política sólo por la ética, apartándose de las leyes, tengan cuidado. Porque fue el discurso de Bruto para cargarse a César. Es el discurso de los que se apartan de la Ley y usan la ética como una táctica para evitar el orden y el amparo que en la Ley tenemos todos. Lo que en el ciudadano es lógico, puro y sano, ojo con aquellos políticos que lo hacen y se olvidan de la Ley. Ya no juegan a las siete y media, sino al ocho o al diez y medio. Nos pueden dar liebre por conejo. Y esos personajes son los que acaban convirtiéndose en dictadores. Hacen un discurso ético para engañarnos y llegar a un poder totalitario. Nos han vendido discursos de opresión de los derechos humanos enarbolando una ética que era totalmente falsa.

Y lo más importante: me ha emocionado. He visto a un hombre bueno y en toda sociedad es necesario tener por lo menos dos para que Dios no nos lance su maldición. Un hombre que se ha preocupado de algo que a él le duele, el comportamiento de al Iglesia vasca respecto a las víctimas. Lo refleja con dolor, no le parece justo. Entiendo sus sentimientos, su dolor y su preocupación, pero sobre todo quiero mostrar mi cariño y mi admiración hacia un sacerdote que se ha acordado de los demás y que ha hecho dignas las palabras del Evangelio de que empieza por el amor y debe acabar por el amor. Muchas gracias.


Maite Pagazaurtundua

No se me ocurre una mejor compañía para acercarles la figura y el legado de Tamayo que Teo Uriarte y Nati Rodríguez. Es una carga de responsabilidad compartir con ellos la admiración hacia el autor. Quedan en mí los ecos antiguos de la alumna ante el profesor riguroso y casi severo cuando daba clases en San Sebastián. Me sigue costando estar en público con él porque yo estaba al otro lado cuando él nos enseñaba. Pero para los alumnos de los 80 fue un hombre importante, y lo había sido también en los 60. No había muchos profesores ni muchos intelectuales en aquella Guipúzcoa que se atrevieran a expresar en voz alta lo que pensaban sobre las libertades y los derechos humanos. Había un trío, José Ramón Recalde, Juan María Bandrés y Alfredo Tamayo, que se vieron con más de una dificultad para expresar lo que pensaban. Eran muy especiales como profesores y como intelectuales. Dejaron ya una estela de alumnos que los admiraron en los 60 y en los 80 fuimos otros. A partir de los 90 empezamos a conocer a Tamayo como el que se atrevía a salir a las calles por los más castigados por el fanatismo en el corazón de Guipúzcoa. Siempre nos ha acompañado.

Cuando no sé cómo surgió la idea de dar forma a este libro sencillo en apariencia, humilde y discreto, generoso incluso en su conformación, tuvimos algunos problemas para conseguir editor. Un libro tan limpio, sin escándalo, no era fácil. Fue otro alumno, Ramón Estévez, quien se atrevió. Él dice que es un clásico, un libro de fondo de armario. Hay que ir poco a poco con él. La selección del libro es muy generosa. Alfredo no nos ha hecho caso a nadie. Desde la selección de los bloques hasta cada artículo. Lo ha hecho con enorme humildad. Es un gran intelectual, de un rigor poco frecuente, especialista, ha elegido aquellos que le muestran como un ser humano que se compadece, que es capaz de tener empatía con los de su entorno y de hacer una radiografía de la sociedad vasca a través de las experiencias más cotidiana del horror y del desvalimiento. Al leerlo uno recuerda y ve la parte más vil de la parte más fea de nuestra sociedad. Y nos da pistas de cómo salir de ese lado oscuro hacia una más luminosa desde el punto de vista humanístico. Es un humanista, discreto, nada vanidoso. Y sin embargo tiene algunas de las obras más interesantes que se han hecho sobre el fenómeno del nacionalismo vasco. El estudio del nacionalismo vasco a la luz del psicoanálisis es una obra extraordinaria. Estamos muy contentos en la Fundación Víctimas del Terrorismo por haber ayudado a hacer realidad esta recopilación, hecha como Alfredo ha querido. Todo un legado del comportamiento íntegro y honesto y un interesante documento desde el punto de vista social para enseñar a nuestros hijos en espero una época más feliz y socialmente más excelente de lo que hemos conocido. Comprueben la sencillez y la emoción, la honestidad y el rigor y el compromiso intelectual que expresa. Les animo a leerlo.


Natividad Rodríguez

Es importante que hablemos de estos temas y que permanezcan en la opinión pública. Aquello de lo que no se habla no existe. Y además creo que los espacios de silencio que no ocupamos los llenan otros. Me encuentro muy a gusto en un acto como este. Maite Pagaza trabajó con Fernando en la política y él la apreciaba. Luego ella sufrió directamente el terrorismo con el asesinato de Joseba. Trasmítele por favor a Estibaliz, su viuda, y a vuestra madre un abrazo. Entre víctimas es importante demostrar ese afecto. También con Teo, que ha sabido evolucionar en sus ideas, adaptarse a una realidad que cambia y mantener su libertad interior para decidir y cambiar. En personas así seguramente encontraremos la solución a los problemas de este país. Y a Alfredo Tamayo, el autor, yo no le conocía antes de que asesinaran a Fernando y supe de él porque me manifestó su apoyo. Siempre le he sentido cercano. Como dice el título del libro, ‘Siempre de vuestro lado’. Y es cierto. A partir de entonces he sentido que podíamos contar con él. Destacaría su compromiso con las víctimas, reflejado en toda una trayectoria de vida, y también su compromiso cristiano. Es importante, como miembro de la Iglesia, su actitud de denuncia y crítica, que no es cómoda. Estas cosas tienen un precio. Ese compromiso cristiano yo lo encuentro en sus manifestaciones. Ha habido algún otro miembro de la Iglesia, pocos por cierto, que se ha pronunciado sobre esto. Alfredo entre ellos ha sabido afirmar ese mandamiento del no matarás ante el que no caben justificaciones en contextos ni pueblos históricos ni nada de ese tipo. Él ha hablado con claridad, sin ese lenguaje confuso que también denuncia como un instrumento de manipulación y por todo esto quiero manifestarle con mi presencia mi gratitud.

Respecto al contenido del libro, aborda tantos aspectos… Desde artículos de hace años, en los tiempos difíciles, en que no era fácil hablar, hasta los más actuales. Aborda tanto del terrorismo doméstico que es difícil poner el acento en un aspecto u otro. Lo que ha hecho eco en mí o me ha despertado alguna reflexión, eso os voy a contar. “Superando el natural miedo y la desgana inmensa que lleva consigo el no marcharse de una vez de nuestro país, quiero manifestar…”. Me ha llamado la atención eso. Es un estado de ánimo que tenemos muchos. Seguramente todos ustedes y yo por supuesto. Es verdad que ese miedo y esa desgana y profundo aburrimiento hay que transformarlo y activarlo en positivo. El miedo está muy arraigado en esta sociedad, pero el miedo y el valor son sentimientos que se contagian. Personas como él son un ejemplo y se necesita en la sociedad vasca muchos de estos. El miedo hay que afrontarlo porque si nos paraliza es como si ya estuviéramos muertos.

Habla también de la sociedad vasca “enferma de indiferencia y de insensibilidad”. Convivir tantos años con la violencia nos ha envilecido un poco a todos. Hace una reflexión sobre, al hablar de Ellacuría y de Zubiri, la importancia de hacerse cargo de la realidad. Hay que cargar con ella. Esta es la nuestra y tenemos que hacernos cargo. Eso exige un ejercicio de responsabilidad, de hablar de ella, de desnudarla y no permitir que se oculte aquello que no gusta u otros no quieren que salga a la luz. Hay que hablar.

Dice que no toda idea es defendible. “La libertad en la difusión de ideas en un estado democrático no es total. Tiene como toda libertad cívica sus limitaciones. El límite lo suele marcar la libertad de otros y el bien común. También en la difusión de ideas existe una línea roja”. La idea totalitaria en una democracia que se fundamenta en el reconocimiento de los derechos humanos y en los valores éticos en que se sustentan, hay que ir contra esas ideas totalitarias. Es verdad. Resalto esta idea porque lo oímos tanto en este país, sabemos que se ha ilegalizado a esos partidos, comulgo con esa idea. No todas las ideas son defendibles, no todo cabe en un estado de Derecho. Hay que confrontarlo y denunciarlo.

Doy más importancia en este libro a su actitud crítica respecto a la Iglesia vasca. No es fácil hablar de esas cosas aquí, en el País Vasco, donde la Iglesia tiene tanto peso. Tiene un gran poder, ha estado rezagada con la evolución de la sociedad y que la vasca en concreto ha jugado y juega un importante papel en la violencia terrorista. Alfredo Tamayo habla en su libro del pecado de omisión con las víctimas y yo por lo que a mí me toca creo que hay algo más que omisión. Yo diría que ha reforzado el ideario nacionalista, que la Iglesia ha cultivado el mito y la falsedad histórica y desde ciertos púlpitos se ha alentado durante años a los jóvenes a defender esa cruzada con el fetiche de la autodeterminación y todo esto. Hay que decir que se ha hecho. Yo lo he vivido. Eso es pasado, la Iglesia ha evolucionado y hay personas que se desmarcan, está habiendo un cambio como lo está habiendo con respecto a las víctimas. Pero hay que decirlo. Yo me planteo el de hoy en adelante. El pasado no vuelve pero sirve de experiencia. El terrorismo no tiene sentido, tiene que acabar, hay que pensar en el final y en la convivencia, mirando a futuro. Y ahí la Iglesia vasca tiene un papel activo que jugar. Los que pensamos que hay que hablar, y los que escribe, y los pensadores, tenemos que interpelarla a que lo haga.

Como víctima me hago muchas preguntas. Hace poco hubo un acto en Aranzazu en el que se habló de reconciliación y en esta fase oigo hablar mucho a la Iglesia de eso y del perdón. Cómo es eso, hay que interpelar. Cómo cree la Iglesia que hay que hacerlo. Hablando de lenguaje confuso, hay que meterles en esa concreción. ¿Qué va a suponer, un borrón y cuenta nueva? ¿Nos dicen sólo a nosotras? El olvido es imposible. Y habría que decirles que hay conceptos que hay que hacer presentes, como el arrepentimiento, que no se dirija sólo a las víctimas sino también a los verdugos. Arrepentimiento, propósito de enmienda, lo que nosotros aprendimos dentro de la Iglesia y ahora no les oímos. Tenemos la obligación de confrontar esa realidad e impulsar a que se hable de esto.


Alfredo Tamayo

Tengo que comenzar dándoles las gracias a ustedes, a la Fundación, a Ramón Estévez, uno de los mejores alumnos que han pasado por la escuela de Ciencias Empresariales, y a los que habéis proferido palabras que me han llegado al alma. Tengo desde el Franquismo la mala costumbre de escribir y de leer. Por razones de seguridad y después se me quedó la costumbre. Mi libro lo he concebido como un homenaje y un recordatorio, una inyección de fortaleza a la memoria, que la memoria de las víctimas del nacionalismo terrorista nunca se extinga ni decaiga, que no nos pueda el cansancio según aquellos versos de Pedro Salinas “cuando el hombre cansado se para, traiciona al mundo porque ceja en el deber supremo que es seguir”. La obra es sencillamente una selección de artículos escritos y publicados a lo largo de 20 años en las páginas de Diario Vasco y El País, en la edición País Vasco, y que han ido naciendo como producto de una conversión mía. Conversión del gran pecado al que ha aludido Natividad: el de omisión, insensibilidad, indiferencia frente a las víctimas. No es que deplore la opción de los años 60 y 70 a que ha aludido Teo de estar del lado de los que de veras sufrían merma de sus derechos sociales, de huelga y sindicación, cívicos, de voto, de uso de la lengua. No me arrepiento de haber estado de su lado. Y tampoco me avergüenzo de haber arrostrado las consecuencias de tal decisión, que era sólo comparecencia en comisaría, ante el Tribunal de orden público, luego multas, privación de pasaporte… Es verdad que he tenido la costumbre de ir cada verano a una parroquia alemana, me eduqué en un colegio alemán, y desde el 56 he salido a Alemania cada año. Cuando el tren abandonaba Hendaya al caer de la tarde experimentaba una alegría inmensa de abandonar el país. Y resulta que cuando ahora cojo el avión para ir a Alemania experimento la misma alegría, también, de dejar un país en el cual uno tiene ganas de marcharse. Salir de él es una especie de sacramento. Es confortante, aunque sea para volver.

Me avergüenzo de mi actitud en los días del asesinato del almirante Carrero Blanco, del policía Manzanas y de tantos miembros del Ejército y de las fuerzas policiales. Todo explicable pero sin duda lamentable. Mi conversión arrancó en una tarde de finales de los años 70, en la catedral del Buen Pastor tras una de esas misas funeral oficiadas por compromiso por curas nacionalistas carentes de sentimientos de solidaridad y de compasión. Abandonaba la iglesia tras la ceremonia la viuda de un policía asesinado, una mujer joven de negro absoluto, que no podía mantenerse de pie y era sostenida por el entonces ministro del Interior José Barrionuevo. La escena me impactó y me sentí embargado por un sentimiento de vergüenza, reo de un grave pecado de falta de compasión y sentí que no había estado del lado de quienes debería haber estado por mi condición de ser humano, cristiano, sacerdote. Ésta mi nueva conciencia se fue incrementando a medida que el terrorismo etarra asesinaba a personas muy cercanas, a padres de alumnos como Cristina Cuesta, Iñaki García Arrizabalaga, hijo del delegado de la Telefónica en San Sebastián, uno de mis mejores alumnos y hoy profesor en Deusto, en San Sebastián; a maridos de alumnas como Cristina Sagarzazu, casada con un hertziana, y a hermanos de alumnas como Maite Pagaza. Incluso antiguos alumnos asesinados como Santiago Oleaga, director financiero del Diario Vasco. Todavía recuerdo el sitio donde estaba sentado su marido en la clase, se lo suelo decir a su viuda. Recuerdo con dolor y con rabia cómo cuando entrábamos en la iglesia de la Universidad para oficiar el funeral por el padre de Iñaki Arrizabalaga, los alumnos de HB nos hicieron pared a derecha e izquierda. Y con tristeza cómo el bautizo de las niñas de la familia Pagaza en la cripta de nuestra Universidad tuvimos que oficiarlo con la presencia de ters escoltas.

En estos años me he sentido como rara avis en el mundo del clero de Guipúzcoa. No ha salido de su seno ni una sola palabra de arrepentimiento y de petición de perdón a las víctimas del terrorismo nacionalista etarra. Petición de perdón por su distanciamiento, por su silencio, por su falta de compasión y tengo que decirlo con verdad y sin querer adular a nadie, en contraste con el obispo y los 257 de esta diócesis de Vizcaya que sí lo hicieron, incluso dos veces por parte de don Ricardo Blázquez. Como conclusión quiero leerles un breve artículo del libro, que comenta la proyección en el teatro Principal donostiarra del documental del valiente cineasta bilbaíno Iñaki Arteta titulado ‘Trece entre mil’.

“Un lunes de finales de octubre de este año de 2005 me invitaron a ver en el teatro Principal de San Sebastián un reportaje en el que el cineasta Iñaki Arteta ha seleccionado entre otras muchas trece peripecias de horror y de dolor inmensos originadas por la locura criminal etarra en los años 60, 70 y 80 que muy bien son calificados ya habitualmente de años de plomo. Felicito al ayuntamiento donostiarra por haber apostado por el preestreno en nuestra ciudad de un film que viene de ser exhibido y premiado en la Seminci de Valladolid. Y felicito sobre todo a Iñaki Arteta, uno de los pocos hombres de cine de nuestro país con coraje cívico para tocar asuntos que queman y que no aportan fama y dinero. La sala del teatro que es pequeña estaba llena. Había víctimas en la pantalla y víctimas entre el público. Junto a mí un hombre, hermano de uno de aquellos asesinados, lloraba a lágrima viva. Lo habían matado en aquellos años de funeral de compromiso, de cumplimiento, cumplo y miento, y traslado rápido del cadáver, años de la máxima vergüenza y oprobio. Eran los años de la insensibilidad del infame dicho de algo habrá hecho.

El film ‘Trece entre mil’n recoge el horror y el dolor inconmensurables de trece víctimas y su entorno familiar. Por ejemplo el dolor de una familia que experimentaba de pronto cómo un ser querido desaparecía de sus vidas a manos de asesinos de su propio pueblo. Cómo su vida cambiaba para siempre, cómo en adelante no les era permitido reír o proferir chanzas. Todo era en adelante distinto por obra de los mensajeros de la muerte. Las víctimas se quejaban a veces de su soledad y del olvido de las autoridades y del resto de los ciudadanos. La verdad, yo me sentí concernido por esta acusación, me sentí culpable de negligencia, de indiferencia, de insensibilidad. Porque no estuve allí donde debía estar. Porque no estuve a la altura de las circunstancias.

Hubo momentos en que el mensaje duro y rocoso de la pantalla, las palabras desnudas y sin retórica alcanzaban una intensidad difícil de soportar. Eran el dolor y el horror en estado puro. Mi memoria conserva aún alguno de estos momentos de paroxismo. El marido y padre cuya esposa y dos niñas sucumbían en el macroatentado de los almacenes de Hipercor de Barcelona, en que el terror etarra hizo morir a una treintena de personas. El testimonio del padre del niño Fabio al contar cómo una bomba trampa segó su corta e inocente vida en Erandio. Pero el colmo del dolor y del desamparo lo vi plasmado en la imagen y en las palabras del entonces chofer del vicealmirante Escrigas. El militar murió y él quedó herido e inválido de por vida.

Ante la cámara se lamentaba de no haber participado de la muerte de su jefe. “Mire, aquí estoy, los domingos no viene nadie, me siento como una masa de carne con ojos”. Pero el colmo del envilecimiento al que ha llegado nuestro país lo experimenté cuando escuché las palabras del hijo de un asesinado en el pueblo de Etxarri Aranatz, Navarra. En la escuela del pueblo uno de los asesinos de su padre ejercía de asesor psicológico y en esa escuela su hijo era uno de los alumnos. Una salva de aplausos que duró varios minutos siguió a la proyección de ‘Trece entre mil’. Esa salva significó un bálsamo para nuestras almas ya demasiado en carne viva. También supusieron una catarsis para todos los que no estuvimos desde el principio con los asesinados…

El sinsentido de este pueblo se ve en que allí a la puerta esperaban los escoltas y unos metros más allá los hertzianas. Aquello no era normal, aquello nos diferenciaba de cualquier otro país europeo. Las víctimas que ya lo fueron una vez podían serlo una segunda vez. También los que los acompañábamos necesitábamos protección Nadie podía estar seguro. Es la razón de por qué el miedo constituye el pan nuestro de cada día para miles de ciudadanos de este país y que desmiente esa burda y autocomplaciente patraña de que como aquí no se vive en ninguna parte.

El mismo Iñaki Arteta dice que le ha sido muy difícil encontrar aquí personas dispuestas a contar su historia ante la cámara. Una excepción es sin duda Pilar, la viuda de Ramón Baglietto, el concejal del PP de Azkoitia que fue asesinado por el mismo individuo al que siendo un niño de poco más de dos años salvó la vida. Esto, nos dice Arteta, nos da la medida de dónde vivimos”.

Y acabo suscribiendo las palabras del cineasta en un diario de difusión nacional. Dice: “Pienso que contra el terrorismo hay que tener principios claros y contundentes de apoyo a las víctimas”. Y de alguna manera me sentía obligado a hablar de esto. También de las palabras de María Zambrano: “Existir es resistir”. Lo aplico a nuestro país. Existir aquí en el País Vasco es, hoy por hoy, resistir.

Teo Uriarte
Un poquito emocionados todos con sus palabras, vamos a pasar a las preguntas.

Público
Es verdad que nos ha emocionado muchísimo. Sólo repetir tres cosas de las que han comentado. Aquello de lo que no se habla no existe, tenemos que hablar todos los días de lo que está ocurriendo en este país. Se arrastra esa desgana, ese aburrimiento, de todos los días. Estamos narcotizados, anestesiados con esto. Que no nos pueda el cansancio. Existir es resistir. Me ha emocionado mucho. Muchísimas gracias.

Teo Uriarte
Empiezo a sospechar que la emoción supera la curiosidad de muchos de los presentes. Quiero comentarle al autor que uno tiene más golpes y mataduras que las mulas del duque de Alba, que estuvo en la guerra de los 30 años. Y parece que al final de la vida, después de haberse dedicado a la política y haber sido algo tan horroroso como concejal de Hacienda, cobrar los impuestos…, pues uno sabe que ha perdido el corazón. Yo quisiera que nadie, ningún ser humano, perdiera la necesidad de soltar una lágrima de vez en cuando por solidaridad y amor. Desearía que Alfredo Tamayo no fuera una rara avis, sino que su ejemplo cundiera, y sospecho que las circunstancias van a cambiar y las condiciones van a exigir que aparezcan más personas ofreciendo un testimonio, más tardío pero necesario. Ojalá el fin del terrorismo empiece a ser una realidad en el último país de Europa donde sobrevive todavía. Se lo deberemos en gran medida a esta rara avis del clero guipuzcoano.

Editores, 2/10/2008