Pujol, claves de su ‘legado’

MARGARITA RIVIÈRE, EL CORREO – 17/08/14

· Durante los años del president al frente de Catalunya, el reino de la propaganda invadió hogares, escuelas y cerebros mientras crecía el gran mito.

Bochorno, mucho bochorno moral entre los catalanes. Cada día se conocen nuevas trapacerías del muy oculto ‘negocio familiar’ del clan comandado por el ya ex muy honorable Jordi Pujol, que fue presidente de la Generalitat de Catalunya durante 23 años. Hace unos días nos dejó a todos boquiabiertos con las justificaciones peregrinas de su autoinculpación en una defraudación a Hacienda durante 34 años.

Si es raro que un político veterano se declare defraudador es aún más raro que pretenda, así, ser perdonado ‘por la gente de buena voluntad’. Esa misma es la gente a la que él adoctrinó con proclamas moralistas, apropiándose de la catalanidad como si ser catalán requiriera la autentificación de un tribunal inquisitorial. Nunca admitió Pujol que hay muchas maneras de ser catalán; exhibía al respecto una seguridad ideológica inamovible.

Su inflexibilidad fue tan manifiesta que muchos de los que le hemos conocido y observado fuimos testigos de cómo, durante años, hizo todo lo posible primero por bloquear el proyecto de la Barcelona olímpica y luego por apropiarse del éxito logrado por el equipo de Pascual Maragall. El entonces alcalde socialista y la Barcelona dinámica y abierta que representaba fueron siempre considerados por un Pujol maestro de talibanes nacionalistas como un enemigo y un contrapoder distorsionador de su diseño de una Cataluña unívoca, maleable –como dijo Josep Pla «de vuelo gallináceo»– sólo preocupada por sí misma.

En ese enfrentamiento artificial, construido desde la Generalitat, entre una Barcelona emancipada con su círculo de influencia en el cinturón industrial, y la Cataluña controlada, obligadamente homogénea, caciquil y pacata discurrieron nada menos que 23 años. Pujol, impulsor de TV3 –la televisión autonómica que modeló a otras– dispuso de ese instrumento poderoso para consolidar su idea, nunca confesada pero que la realidad se encargaba en poner de manifiesto, de lo que era un ‘buen catalán’. Claro: ‘malos catalanes’ eran todos los que no aceptaban ese modelo de catalanidad única.

La idea quedó muy clara en 1984 con el ‘caso Banca Catalana’. Dicho banco, uno de cuyos propietarios fue el padre de Jordi Pujol –gerente en la época franquista– se encontró en suspensión de pagos y el fiscal del Estado, tras investigaciones del Banco de España, presentó una querella contra Pujol. «Es una jugada (política) indigna contra Cataluña», clamó el ya president de la Generalitat ante la multitud que había rodeado el Parlament. Algunos ya gritaban entonces: «Primero paciencia, luego independencia».

En aquel proceso Pujol equiparó lo privado con lo público y se confundió a sí mismo con Cataluña. Nunca abandonaría esta convicción. Desde tal atalaya se relacionó con los demás: comenzaron entonces costumbres que se consolidarían como la subvención directa a los medios de comunicación catalanes a cambio de acceder a la consideración de ‘buenos (dóciles) catalanes’, excluyendo a los díscolos. Al tiempo, la ambigüedad política llevó a su partido y aliados a pactar en Madrid, hoy con Felipe González, mañana, con Aznar. El doble lenguaje era norma, pero muy pocos se atrevían a levantar la voz: Cataluña conocía una modernización del sistema ‘caciquil’. Nadie se atrevió a denunciarlo. El reino de la propaganda invadió hogares, escuelas y cerebros mientras crecía el gran mito: Pujol, padre de la patria.

El entorno presidencial olía negocios: esto ‘se sabía’, pero nunca había pruebas. La ley era elástica como un chicle, ¿quién no iba a hacer negocios si todos los hacían? Se creyó que el president era un ‘liberal’ que ‘dejaba hacer’. Luego, en el siglo XXI, algunos serían descubiertos, juzgados y la Cataluña oculta y bochornosa apareció cada vez más diáfana. Hay quien asegura que ahí se esconde una raíz del independentismo actual: la configuración de la dinastía Pujol que hoy empezamos a conocer iba a tener su coste político en el impulso pujolino –¿interesado?– a la secesión. Este es el bochornoso legado que se va desvelando.

MARGARITA RIVIÈRE, EL CORREO – 17/08/14