Pujol ha «muerto», pero perdura el «pujolismo»

LIBERTAD DIGITAL 01/08/14
ALFONS QUINTÀ

Jorge Manrique, en Coplas por la muerte de su padre, perfiló tres tipos de existencia: la terrenal, la eterna y la del buen (o mal) recuerdo que dejemos. Jordi Pujol siempre deseó imponer a toda Cataluña, y al mundo, la tercera de las vidas citadas. Como El Cid, quiso reinar después de muerto. Por ello intentó crear una dinastía política de base familiar, como revelé hace muchos años. Nadie me reprodujo. Normal.

Pujol incluso pretendió pasar por un gran pensador, padre de una entelequia incomprensible, enfáticamente bautizada «pujolismo». Le sobró ambición y le faltó vergüenza. Eso lo distinguió de otros corruptos también mediterráneos y geográficamente próximos.

El globo ha explotado
Ahora el globo ha explotado. Cuando Pujol muera nadie podrá decir, como dijo Manrique de su padre, «que aunque la vida perdió/ dexónos harto consuelo/ su memoria». El independentismo deberá mitificar más –si es posible– el 1714 o Jaime I. El telescopio deberá ser más potente, así como las imágenes más lejanas y mitificadas.

Por contraposición, los terrenales y realistas deberíamos usar un gran angular. En efecto, hay que exponer el conjunto de males, bien vivos, que Pujol nos lega. En particular, el más que probable uso de la corrupción como herramienta de gobierno y, en especial, de control social. No es nuevo. Cuanto más miremos atrás en la historia, más lo hallaremos.

Como catalán, considero indispensable superar el inmenso bache en que Pujol nos metió. Sólo luego podremos encarnar algo positivo. Será dentro de muchos años. Como diría Keynes, todos estaremos muertos.

Era necesario un marco y un partido
Para que la espera sea menor, hoy hay que destacar, machaconamente, que la maldad confesada por Pujol seria imposible sin que éste no hubiese tenido un partido a sus órdenes, un sucesor (Artur Mas) escogido por la familia Pujol, un sistema de control social y de ejercicio del poder ejemplarizados por el caso del Palacio de la Música y, en síntesis, rodeado de innombrables personas de igual «pujolismo» digamos práctico, el finalmente revelado. ¿O acaso Pujol no es «pujolista»?

Estos días, pese a ser estivales, pueden ser cruciales. Hay que impedir que la incompresible y confusa «confesión» de Pujol se convierta en una nueva cortina de humo. Por el contrario, ha de ser mostrada –inductivamente y responsablemente– como la ruptura de un dique. Cataluña ha de ser inundada por aguas benéficas, como las de mayo, que destruyan a un sistema, a una forma de control social, continuador directo del caciquismo, que tanto daño hizo a España.

Odiar el delito, compadecer al delincuente

Hay que tener siempre presente una máxima de la admirada Concepción Arenal: «Odia el delito y compadece al delincuente». Traducido en realidad concreta, hay que evitar caer en la trampa de centrarlo todo en Pujol. Ya deberán hacerlo, esos sí, el poder judicial y la administración fiscal. Otros deberemos difundir sus actuaciones para que haya un juicio también social, sin ningún deseo apriorístico de intervenir.

El rol de los medios de comunicación libres (figura rarísima y hoy agónica en Cataluña) ha de ser mostrar hasta qué punto -altísimo, sin duda- Pujol creó un sistema hoy inherente a su partido. Este sistema ha impregnado, en grado variable, a toda la vida política, social y cultural catalana, como siempre quiso Pujol. Podría explicar anécdotas dignas de Ceausescu. Cuando un cuerpo social acepta sumisiones del tipo que habrá que exponer, hay necesidad de varios barridos y fregados.

Pujolismo, peronismo y aprismo
Es lo que descaradamente intenta evitar Mas, con la pasividad cómplice o estulta de muchos que, por profesión, tenemos el deber moral y existencial de evitar regresiones respecto a la realidad democrática y constitucional, así como, por encima de todo, a la libertad individual, frente al organicismo, sea fascista, comunista o nacionalista. Cínicamente, un congreso de CDC tuvo como lema «Lo primero son las personas». Eran como una manada de leones defendiendo el vegetarianismo.

Precisaré más: hay que evitar que el «pujolismo» se convierta en un peronismo o en un aprismo europeos. El peligro no sólo es la secesión, que siempre he considerado utópica, así como directamente motivada y estimulada por y para el poder.

Hay razones para temer que en Cataluña se enquiste un populismo y una demagogia difíciles de curar, con, además, una larguísima convalecencia. Es un lujo que no podemos permitirnos.

Control social y político extremo
Probablemente, el número de los que se confiesan «pujolistas» descienda, sin que lo haga la impregnación o el substrato «pujolistas» de la sociedad ni el mantenimiento del control político y social extremo. En zonas concretas, pienso en especial, en las comarcas de Tarragona –por cierto, no especialmente nacionalistas, sino bien más lo contrario– el control social existente haría enrojecer de vergüenza a muchos caciques españoles del siglo XIX. Hay que verlo para creerlo.

Precisamente, todo el marco sanitario catalán (y en Tarragona y Reus no digamos: 48 imputados de momento por el «caso innova», que revelé) parece estar montado a propósito para beneficiar a la llamada «CDC de los negocios». Ésta, sin duda ha de ser generosa con las necesidades de financiación de CDC, además de con su propio bolsillo. Es una realidad sobre la cual he escrito algún centenar de artículos.

El proyecto de Ley de reforma de la administración local del PP les ponía la vida mucho más difícil y, en aspectos, gracias a Dios, imposible. Pero una enmienda transaccional de CIU y el PP puede anular aquel benéfico efecto. En síntesis, el daño que desean causar los independentistas se puede impedir sin usar tanques, ni nada parecido. Un uso valiente y totalmente digno del BOE calmaría los ánimos. Ello está al alcance del PP, si obrara como debiera. Si en Sanidad el PP obrase como debiera respecto a Cataluña, seguro que no perdería ningún voto

¿Por qué, en Cataluña se está rematando la destrucción de la sanidad pública y en Madrid, donde todo fue menos brutal, se pudo parar? Ha sido porque el Colegio Oficial de Médicos de Barcelona está tan unido a CDC como los dientes a las encías, mientras que en Madrid es sólo lo que establecen sus estatutos. En Cataluña, la lista de complicidades y de consorcios de intereses, en el ámbito sanitario y en todos, es kilométrica.

Desenmascarar el «pujolismo»
Es preciso que la naturaleza intrínseca del «pujolismo», ciertamente ideado utilitariamente por Pujol) sea revelada y expuesta, inductivamente, en base a realidades concretas, como lo que realmente es. Este desenmascaramiento es muy difícil de llevar a cabo en Cataluña, palabra de experto. En una buena parte, deberá efectuarse desde fuera, desde el conjunto de España, porque también es un interés básico de toda la Piel de Toro. Ha surgido una oportunidad: hasta ahora el «pujolismo» se atrevía a invocar una superioridad moral. Ahora no es posible. Si, pese a ello, alguien se atreviera, resultaría incluso divertido.