¿Quién paga la fiesta?

JOSEBA ARREGI, EL CORREO – 25/04/15

Joseba Arregi
Joseba Arregi

· Dado que la dimensión del gasto público en Euskadi no está en relación estricta con nuestra mayor riqueza, la comparación con el resto del Estado no es tan gloriosa.

En este mismo periódico, en su edición del día 13 de abril, se daba cuenta de un estudio gestionado por la Comisión Europea y la ONU denominado IEA-Índice de Envejecimiento Activo, y materializado en Euskadi por el Departamento de Empleo y Políticas Sociales del Gobierno vasco, y merecía un titular a toda página en primera que rezaba así: «Los mayores vascos se sitúan a la cabeza de Europa en calidad de vida», por encima de Alemania por ejemplo.

El índice se basa, según la información del periódico, en cuatro dimensiones: empleo, participación (voluntariado, cuidado de familiares…), vida independiente y capacidad para cumplir años en buena forma. Para recabar datos, el citado departamento ha realizado 2.500 encuestas a personas mayores de 55 años que no viven en residencias, a lo que se añade el nivel de ingresos de los mayores de 65 años.

En la entrevista hay dos aspectos que son objetivos: el empleo y el nivel de ingresos. En cuanto al empleo, la situación de los mayores de 55 años de Euskadi no es para enorgullecerse y los responsables del Departamento lo achacan a la crisis, aunque no se añade el dato objetivo que sí debiera interesar de si Euskadi cumple con el objetivo marcado por la Comisión Europea de alcanzar un empleo de los mayores de 55 años superior al 50% para una fecha determinada. El otro dato cuantificable, el de los ingresos, es objetivo en lo referente a las pensiones, dato ofrecido cada año por la Seguridad Social.

En el estudio, sin embargo, parece que no se recurre a esa cuantificación sino que se elabora la tabla, comparativa entre el año 2010 y el año 2014, a partir de las respuestas de los entrevistados, y los responsables de la encuesta presentan la cautela de que el 30% no ha contestado y que las diferencias que ofrece la comparativa no se explican a partir del aumento que han tenido las pensiones en esos años.

El resto de datos del estudio, según el reportaje periodístico, no son objetivos en el sentido de cantidades, sino que son más percepciones. Se refieren a la actividad, al estilo de vida, a la participación en la vida social o en la vida familiar. Las percepciones son siempre subjetivas, lo que hace la homologación de los datos de distintas sociedades siempre algo complicado. Pero no cabe duda de que la situación general económica y el grado de gasto público de todo tipo en cada sociedad contribuyen a una elevada sensación o percepción de bienestar.

Lo que el estudio no dice, al parecer, ni el reportaje apunta, es que uno de los más importantes datos objetivos a los que se refiere, el ingreso mensual que depende en gran medida de la pensión, en el caso vasco refleja un déficit de aproximadamente 1.800 millones de euros año. Es decir: uno de los elementos básicos para que los mayores vascos estén a la cabeza de Europa se debe a lo que el resto de españoles aportan a nuestro bienestar.

A ello habría que añadir que si Euskadi es aproximadamente un 33% más rico que la media española en PIB, el gasto público por habitante se sitúa muy por encima de la media española, cercano al 60%. Seguro que parte de esos alrededor de treinta puntos de diferencia se deben a una mejor gestión en la recaudación de impuestos. Pero resulta bastante improbable que el total de la diferencia se deba a esa explicación. Pero esa diferencia entre la mayor riqueza y el mucho mayor gasto público redunda sin lugar a dudas en la percepción general de bienestar de los mayores en Euskadi. En este sentido, la pregunta del título debiera ser una pregunta obligada.

Esta pregunta no es obligada solo porque a alguien debemos algo, sino porque una sociedad que vive por encima de sus posibilidades reales medidas en la riqueza que realmente produce tiene consecuencias nada halagüeñas para su futuro. Sobre todo en relación a lo que está implicado en dos términos que tanto emplean nuestros políticos, la innovación y la creatividad. Tanto la una como la otra resultan muy difíciles en un contexto en el que el dinero abunda no gracias a los esfuerzos propios, sino a otras razones. Un conocimiento riguroso de lo que uno se puede permitir, de lo que uno puede conseguir en virtud del rendimiento de su propio esfuerzo, es condición necesaria para desarrollar una cultura de innovación y creatividad. Vivir de aportaciones de fuente distinta al esfuerzo propio siempre tiene consecuencias esterilizantes.

La cultura del autobombo en la que estamos inmersos, el cúmulo de titulares de prensa del estilo de ‘somos pioneros’, ‘estamos por encima de la media de’, ‘somos los mejores en’, ‘somos los primeros (en casi todo)’, además de crear una atmósfera de mirar por encima del hombro a todo lo que nos rodea, impide ver la realidad y los problemas que encierra, que no son pocos, empezando por nuestras escuelas, siguiendo por nuestro sistema universitario, continuando con el sistema sanitario y un largo etcétera. En todos estos campos somos sí primeros en gasto, pero no necesariamente primeros en rendimiento. La realidad reconocida en sus problemas es condición de innovación y creatividad. El autobombo es la peor droga porque impide reaccionar ante lo que se opta por no ver, por desconocer.

A ello contribuye también en gran medida el término de comparación que elegimos: países enteros, y no entidades comparables a la nuestra, tanto en poder político como en número de habitantes. ¿Por qué no nos comparamos con la ciudad-Estado Hamburgo en lugar de compararnos con Alemania en su conjunto? Podríamos compararnos con la ciudad de Munich y su entorno, o con el Estado de Baden-Württenberg, capital Stuttgart. Quizá entonces veríamos con algo más de realismo nuestra situación. Y si además interiorizamos el hecho de que la dimensión del gasto público por habitante en Euskadi no está en relación estricta con nuestra mayor riqueza, la comparación con el resto del Estado sería menos gloriosa.