Romanticismo cómplice

 

Hace sólo cinco años habríamos sido testigos de manifestaciones de luto por Tirofijo y de solidaridad con sus camaradas. Si, como parece, estamos ante el principio del final de las FARC, algún día sabremos cuántos y quiénes ayudaron a los terroristas a mantener en jaque al Estado colombiano tanto tiempo. A más de uno se le puede poner cara de alcalde de Andoain.

LO más sorprendente de la muerte de Tirofijo, el líder y fundador de las FARC -probablemente la mayor banda terrorista del mundo-, es que todavía no hemos tenido que desayunarnos en Europa con emocionadas elegías ni hagiografías del finado sacamantecas. No puede excluirse, por supuesto, que en los próximos días surjan lamentos desde los rincones más oscuros de la caverna izquierdista. Pero lo cierto es que el hecho ya confirmado de que el anciano asesino ha muerto en la selva, podrido por fuera y por dentro, no ha generado grandes muestras de pesar más allá de la proclama fúnebre de un secuaz, ese tal Timochenko. Su sucesor es Alfonso Cano, un antropólogo comunista sexagenario, hombre de pocas luces cuya gesta suprema fue ejecutar a cuarenta de sus hombres. Sepa Judas por qué.

Este silencio, aquí y allá de los simpatizantes del narcoterrorismo izquierdista colombiano ante la muerte de uno de sus héroes es paradójicamente una de las manifestaciones más expresivas del éxito de la política del presidente Álvaro Uribe en la lucha contra el terror. Hace sólo cinco años habríamos sido testigos de manifestaciones de luto por Tirofijo y de solidaridad con sus camaradas. Como las que se celebraban contra el presidente Uribe, el denostado demócrata «proyanqui», decidido a defender por las armas y al precio necesario, la superioridad moral de un Estado de Derecho cada vez más fuerte en su lucha contra los enemigos internos y externos. Uribe ha luchado, tantas veces sólo, frente a enemigos poderosos apoyados por países vecinos, ricos en petrodólares y narcoeuros, incomprendido por muchos e ignorado por su principal aliado, Washington, inmerso en otras batallas lejanas. Tirofijo y su dirección de intelectuales tóxicos urbanos, desalmados e ideologizados, a la cabeza de un ejército de siniestra leva de campesinos, han gozado durante décadas del aura romántica del guerrillero latinoamericano. Ese «hit» de la comercialización y propaganda lleva aún hoy a millones de jóvenes a portar camisetas o gorras con el rostro o la efigie de un fanático asesino como era el Ché Guevara. Horror les infundiría la mera sugerencia de alternar esa camiseta con alguna que mostrara el rostro de otros protagonistas del siglo XX con similares instintos redentores y asesinos. Como Heydrich o Mengele, Beria o Videla.

Menos inofensiva que la victoria comercial del Ché es la cooperación de grupos y partidos izquierdistas europeos con el narcoterrorismo. En Alemania acaban de surgir datos sobre la cooperación con Tirofijo de miembros del Partido de la Izquierda de Oskar Lafontaine, ex presidente del SPD. Aquí, la ferviente labor del Gobierno en apoyo de la dictadura cubana y su entusiasmo -ahora algo agotado- por caudillos como Chávez, Correa y Morales, nos ha erigido en solícitos cooperantes de los «padrinos» de Tirofijo. Si, como parece, estamos ante el principio del final de las FARC, algún día sabremos cuántos y quiénes ayudaron a los terroristas a mantener al Estado colombiano en jaque tanto tiempo. A más de uno se le puede poner cara de alcalde de Andoáin.

Hermann Tertsch, ABC, 27/5/2008