Semana pascual

EL CORREO 26/05/14
KEPA AULESTIA

· La ponencia parlamentaria sobre el autogobierno debería dictaminar respecto a una propuesta del lehendakari para evitarnos un concurso de ideas que no lleva a ningún sitio

La creciente diversificación de intenciones, modelos, propuestas y conceptos que está generando el debate sobre el futuro del autogobierno dificulta hallar una salida efectiva al tema. Para la pregunta de cuál es el problema hay ya un sinfín de respuestas posibles. Esos enunciados se multiplican cuando se busca un diagnóstico certero. Y las hipotéticas soluciones se cuentan por docenas de significantes, y cada uno de ellos sugiere docenas de significados. Desde la independencia a la mejora autonómica, pasando por el federalismo o el confederalismo, y echando mano de ese combinado escocés, suizo, canadiense o ‘made in USA’ que sirve de inspiración para lo que sea. Hay una mezcla de ingenuidad, elusión de responsabilidades y prepotencia en esto de convertir el asunto del autogobierno en un concurso abierto de ideas, estimando que acabarán decantándose por sí mismas o por la intervención de una mayoría política que dicte una fórmula final.

El pasado martes el portavoz del gobierno de la Generalitat, Francesc Homs, declaraba: «Tenemos un profundo respeto por lo que plantea el lehendakari, no por lo que dicen que plantea, y como conozco perfectamente lo que propone he de decir que debe ser lo más conveniente para el País vasco». Es el ejemplo perfecto de lo que está ocurriendo. La cuestión se dirime según el principio del «profundo respeto», lo que, también en principio, siempre deja las cosas como están.

Homs dice conocer «perfectamente» lo que propone Urkullu, por lo que deberíamos felicitarle. Pero hete aquí que no explica en qué consiste esa propuesta. En cualquier caso ya sabemos que difiere de «lo que dicen que plantea», aunque tampoco señala qué de lo que ‘dicen’ de la propuesta del lehendakari constituye una interpretación errónea de la misma. Aunque todos estos interrogantes se vuelven insignificantes una vez que Homs certifica que lo que «plantea el lehendakari (…) debe ser lo más conveniente para el País vasco». No se sabe si esta última parte de la declaración se debe a una profunda confianza institucional, o forma parte del «profundo respeto». Lo que sí parece constatarse es que gobiernos y partidos necesitan simular que lo tienen todo claro.

Hay una ponencia de autogobierno constituida en atención parlamentaria a una solicitud del lehendakari. A esa ponencia, que se ha dado unos plazos interminables, concurrirán expertos y, más tarde, las propuestas de los grupos parlamentarios que la integran. Pero en ella no se debatirá como tal «lo que plantea el lehendakari Urkullu». Aunque éste continúa refiriéndose públicamente al futuro del autogobierno. Si el lehendakari alberga un proyecto sería más útil centrar los trabajos de la ponencia, incluido el parecer de los expertos, en torno a su discusión. Sería la manera de ahorrarnos el concurso de ideas e ir al grano a partir del horizonte que avance quien encarna la primera institución del país. Permitiría atenerse a la concepción de la democracia representativa como procedimiento sujeto a una jerarquía de responsabilidades.

Mientras tanto se hará inevitable divagar sobre las ideas que se manejan en Ajuria Enea, aunque no todos contemos con la privilegiada información de la que, al parecer, dispone el consejero Homs. Las dos pistas nuevas que Urkullu ha ofrecido esta última semana han sido la llamada «fórmula democrática», que consistiría en «diálogo, negociación, acuerdo y ratificación» y el apelativo de «confederal» que describiría las relaciones con el resto de España en el «nuevo estatus político» para Euskadi.

La primera nueva pista sugiere un ‘mantra’ de muy difícil aplicación en su integridad, de modo que acaba sonando a una exposición ordinal de valores que salvaguarden las buenas intenciones de su promotor, independientemente de que éstas se realicen o no. Por su parte, lo confederal aparece como una enmienda alternativa, a la reforma federal –uniformizadora– del PSOE y del PSC por una parte, y al independentismo por la otra. Porque es de suponer que el lehendakari está pensando solo en confederar a Euskadi con ‘el resto’, desentendiéndose de cómo se organice ese resto. El nacionalismo ha generado un estado de opinión que considera perjudicial para los intereses del autogobierno vasco el ‘café para todos’ autonómico. Es probable que entre 1977 y 1978 se buscase con ello diluir los hechos diferenciales. Pero Euskadi no habría contado hoy con un nivel de autogobierno superior porque únicamente existieran las autonomías históricas, las que tuvieron un estatuto propio en la II República. Aunque el nacionalismo tienda a valorar la situación del autogobierno en comparación a los demás, la generalización de la autonomía ha supuesto muchas más ventajas que perjuicios para la sociedad vasca.

El pasado domingo, con motivo del Aberri Eguna, la portavoz de la red Independentistak, Garbiñe Bueno, manifestó que «la independencia es la única alternativa real de futuro». También ese día Carme Forcadell, presidenta de la Assemblea Nacional Catalana consideró que es más fácil conseguir la independencia que la reforma constitucional federalista. Ambas iniciativas forman parte del marcaje al que el independentismo trata de someter a las instituciones de la democracia representativa. Directísimo en el caso de la ANC, diferido en el de Independentistak.

La izquierda abertzale insiste en confundir ‘su verdad’ –que la independencia lo resuelve todo– con ‘la realidad’ –siempre más compleja y obstinada–. Mientras que la ANC se muestra diáfana al tratar de explotar las posibilidades que ofrece la realidad. Porque es posible que sea más fácil alcanzar la independencia por la vía de los hechos que proceder a una reforma federalista de la Constitución. Es el nuevo posibilismo independentista, que elude argumentar las bondades de su alternativa, visto que no hay otra que se demuestre más viable para actualizar el autogobierno.