Siempre el conflicto

JAVIER ZARZALEJOS, EL CORREO 24/02/13

· Bajo el dulce envoltorio de las apelaciones a la reconciliación, no hay otro propósito que el de implantar la legitimación del terror quienes creen que la insistencia en la necesidad de un relato que plasme la injusticia radical del terrorismo es la matraca de un grupo de irreductibles empeñados en aguar la fiesta ahora que ETA ha dicho que no volverá a matar, deberían repasar la repulsiva declaración de ‘Txeroki’ ante el tribunal que le juzga en Francia. Con el cinismo propio de los amorales, el ex jefe etarra dijo que la banda «lamentaba» el daño causado a personas ajenas al «conflicto». Con ello, ni siquiera los forzados glosadores ‘en positivo’ de la retórica etarra han dispuesto de demasiado margen para hablar de «pasos en la buena dirección» y, a continuación, exigir al Gobierno que corresponda a un gesto inexistente de la banda.

El conflicto, siempre el conflicto, como explicación histórica, como legitimación política y como coartada moral no ya para la impunidad –que, al fin y al cabo, presupone la culpa– sino para afirmar la exención de toda responsabilidad y aun el mérito de los asesinos. El conflicto como la voz interior que este grupo de sociópatas creían escuchar y que les ordenaba matar y destruir. Porque si ‘el conflicto’ justifica que haya quienes tengan que morir, entonces no sólo justifica también, sino que exige de ETA ser la mano asesina, la encargada de dar cumplimiento a ese mandato. Bajo el dulce envoltorio de las apelaciones a la reconciliación, abusando de la rectitud de las intuiciones morales de las persona decentes, no hay otro propósito que el de implantar la legitimación del terror, el reconocimiento del valor del asesinato, la exaltación heroica de los asesinos en una épica que ahora se pretende reinventar como el enfrentamiento con un sistema vengativo e inhumano porque simplemente aspira a que los delincuentes hagan frente a sus inmensas responsabilidades.

Dicen que ETA va a hacer un gesto de desarme. Entraría dentro de lo previsible pero no porque la banda quiera desandar su camino. Especulemos. Tal vez ETA necesita ofrecer algo si quiere mantener el chiringuito en Oslo que, hay que suponer, el Gobierno noruego tolera con una incomodidad creciente. Y hay que dar algo a los verificadores para que sigan en sus cabildeos, de aquí para allá, intentando que creamos que es su capacidad de persuasión lo que hace posible el portento. Hay que cebar con munición fresca las apelaciones para que el Gobierno «se mueva». Hay que reverdecer la exigencia de ETA de ser reconocida como parte negociadora. Y, luego, está Sortu que al mismo tiempo que quiere hacer visible lo que proclaman como derrota de la política de ilegalización, tiene que adaptar a las circunstancias la estrategia político-terrorista (en la jerga, ‘político-militar’) que subsiste en el complejo de la ‘izquierda abertzale’ en la medida en que subsiste ETA. Habrá que oír prolijos análisis que elogien sin rubor la renovación de la izquierda abertzale a pesar de que la lista de la ejecutiva de Sortu, incluida la reserva de plaza para Otegi, es un monumento a la complicidad política con ETA que todos esos nombres personifican; y lo es porque Sortu –de nuevo, ‘el conflicto’– nace, en primer lugar, para ser eso, la expresión actualizada de la legitimación de este horror.

La puesta en escena de ETA con la declaración de ‘Txeroki’ ha dado lugar a una reacción significativa del Ministerio de Interior que la ha calificado con acierto de «propaganda para Sortu». La reacción es esclarecedora, seria en sus implicaciones y comprometida. Si ETA hace propaganda a Sortu –y la hace– eso presupone una estrategia compartida, y si es así, tiene consecuencias, más aun cuando Sortu corresponde, amplificando la declaración de la banda y avalando la justificación de la violencia contra aquellos considerados como implicados en el conflicto. Una vez más, como bien observó el magistrado del Tribunal Constitucional Manuel Aragón en su voto disidente a la sentencia que legalizó Sortu, se constata que el pretendido rechazo a la violencia terrorista de ETA que la ajustada mayoría del Tribunal creyó ver, ni aparecía entonces, ni ha aparecido después por ninguna parte. A fuerza de contemplar las nuevas perspectivas que se creen abiertas en la situación vasca, se olvida la perspectiva esencial desde la que hay que contemplar la responsabilidad de los demócratas, la perspectiva que impone el hecho de que ni Sortu rechaza el terror que bajo sus anteriores nombres ha legitimado y justificado, ni ETA, aun en el escenario de su derrota operativa, ha hecho efectiva esa derrota con su disolución incondicional, la exigencia de sus responsabilidades y el esclarecimiento de todos sus crímenes.

Cuando en el Parlamento vasco se retoma una ponencia sobre paz, normalización, convivencia etc., la presunción de los buenos propósitos de sus promotores choca contra esta evidencia. Es la estrategia de los que bajo nuevas formas, en el marco de las instituciones, con la excusa de hablar de «las consecuencias del conflicto» desafían a los demócratas y pretenden que la violencia y el terror no solo formen parte de una historia aceptada sino que invadan la cultura política y la conciencia moral de la sociedad en una metástasis de benevolencia hacia el crimen mirado como necesario o, en el mejor de los casos, como inevitable. Eso es lo que está en juego.

JAVIER ZARZALEJOS, EL CORREO 24/02/13