Sin aval suficiente

KEPA AULESTIA, EL CORREO – 28/06/14

· Los candidatos a suceder a Rubalcaba deberán demostrar que son capaces de reactivar el socialismo incluso antes del congreso de julio.

· Los ciudadanos buscan en los partidos solvencia y/o entereza y, siempre en segundo lugar, claridad.

El anuncio de la retirada definitiva de Alfredo Pérez Rubalcaba, precisamente la víspera de que los candidatos a relevarle en la secretaría general socialista presentaran sus avales, ha generado sensaciones ambivalentes en el seno del PSOE. Era un clamor la exigencia de pasar la página de los responsables de un fiasco electoral imparable hasta la fecha. Pero, acto seguido, el partido ha experimentado una sensación de vacío. El congreso de Sevilla encargó a Rubalcaba administrar transitoriamente los bienes del PSOE, y su elección respondió en gran medida a la negativa de los cuadros socialistas más influyentes a dejar dicho patrimonio en manos de Carme Chacón. Si Felipe González ejerció el hiperliderazgo desentendiéndose de su propia sucesión y lo mismo hizo Rodríguez Zapatero, Rubalcaba no parecía encontrar nunca el momento para propiciar su relevo, y es posible que estuviera tentado de continuar de algún modo. Pero su ocaso político –una vez caricaturizado poco menos que como residuo de un sistema gerontocrático– no puede encubrir los desafíos a los que deberán enfrentarse sus sucesores.

Supongamos que se cierran definitivamente las páginas del viejo partido socialista para abrir las de un nuevo libro. El PSOE no es la formación política que presenta estructuras y modos de funcionamiento más herméticos y dirigistas en el panorama actual. Pero es el único que aparece zarandeado por reclamaciones de apertura y cambio. Las demandas de sus militantes y las de la opinión publicada –que exige a los socialistas lo que no pide a nadie más– forman una extraña conjunción, demasiado proclive a la demagogia. Se ha convertido en un lugar común requerir al partido socialista que haga las veces de banco de pruebas para una nueva política. Aunque las demás formaciones contemplan tanto sus desdichas como sus experimentos a prudente distancia, dejando claro que nada de lo que hagan o dejen de hacer los socialistas les interpela a ellas.

Los ciudadanos en general –tanto los votantes socialistas como los demás– no reclaman necesariamente aperturas procedimentales e innovación, rejuvenecimiento de las estructuras orgánicas y participación cotidiana en el proceso de decisiones. Lo que buscan en los partidos es solvencia y/o entereza y, siempre en segundo lugar, claridad. Las elecciones no se ganan tanto por virtudes propias como porque destacan las carencias de los demás. Por ejemplo, el PNV de Urkullu y Ortuzar ha sido agraciado por el páramo en que se ha convertido su oposición. Del mismo modo que EH Bildu podría seguir gobernando eternamente las instituciones guipuzcoanas mientras no se enfrente a una alternativa más resuelta. Pero nadie puede concluir que el éxito jeltzale se debe a sus innovadores modos de relacionarse con la sociedad, o que la izquierda abertzale triunfa gracias a su transparencia. Ni siquiera a sus respectivos aciertos en la gestión de los intereses comunes.

El PSOE está absorto en un proceso de inciertas consecuencias, en las que los avales para postularse a la secretaría general, la consulta a la afiliación para designar al nuevo líder, el congreso posterior y las primarias de otoño describen medio año tan alambicado como sujeto a lo que dicten las témporas. Entre otras causas porque la opinión publicada es así: lo mismo censura la uniformidad partidaria reclamando diversidad, que deplora la división exigiendo una propuesta política más sólida y fiable. Entre otras causas porque la opinión publicada se comporta como la propia militancia.

Los procedimientos tasados del viejo partido, con agrupaciones en las que la afiliación se incrementaba solo para disputar alguna votación interna, congresos a los que los delegados asistían con mandato imperativo o, peor, obligados a secundar disciplinadamente los resultados de una negociación de última hora, se basaban también en un compromiso solidario por la continuidad de las siglas, y solidario incluso respecto a la suerte que pudieran correr los perdedores de la liza doméstica. La descripción ofrece una imagen deplorable de manipulación, pugnas y connivencias por perpetuarse en el poder, que en el caso de otras formaciones resulta aun más evidente. Pero atengámonos a los que están de capa caída, y por ello dispuestos a hacer lo que sea: los socialistas.

El trámite de los avales se convertirá en la búsqueda de apoyos para la consulta del 13 de julio que, mediante voto secreto, nominará al favorito de la afiliación para que el congreso lo tenga en cuenta. Si alguien acapara el apoyo de los afiliados, el cónclave del 26 y 27 del próximo mes no podrá nombrar otro secretario general. Como mucho se convertirá en una cita para ajustes y apaños, para recolocaciones en aras a la unidad. Si la consulta ofrece un resultado más igualado, el congreso volverá a ser lo que siempre fue. Aparte de una ristra de declaraciones noticiosas para cubrir la mitad del verano y más, los ciudadanos no obtendrán ningún beneficio si de todo ello no surge un partido con ideas, comprometido y mínimamente cohesionado.

La campaña para la recogida de avales solo ha ofrecido trazos de la personalidad de los contrincantes. Aunque los resultados que ofrezca el recuento de anoche podrían ser concluyentes. La ‘nueva política’ parece reclamar un mayor desapego respecto a la vida partidaria y respecto a la política misma. Se basa en esa proclama, excesivamente hipócrita en boca de los representantes públicos, de que la política ha de ser una dedicación temporal. Pero a nadie se le puede confiar el timón de un barco si se jacta de desapego hacia el arte de la navegación, o por sobrado no se esfuerza en convencer de su compromiso a los tripulantes, seguro de que sus dotes para adivinar dónde se encuentra el norte están fuera de discusión. Claro que, al emitir su voto espontáneo y secreto, los afiliados socialistas seguirán confiando en las artes del viejo partido para que no se reedite la divergencia entre Almunia y Borrell.

KEPA AULESTIA, EL CORREO – 28/06/14