Sin hoja de ruta

Xabier Gurrutxaga, EL CORREO 09/11/12

El independentismo nunca ha tenido entre nosotros una estrategia democrática para la consecución de un Estado propio e independiente. Cuando hablo de estrategia no me refiero a efectuar proclamas independentistas, sino a una hoja de ruta que determine hitos específicos para la materialización de ese objetivo. Durante años el nacionalismo radical alzó la bandera de la autodeterminación contra el autogobierno, estableciendo una confrontación rupturista entre ambas aspiraciones. Ese nacionalismo respaldó la estrategia de ETA consistente en utilizar la violencia con el ánimo de obligar al Estado al reconocimiento de la autodeterminación y la unidad jurídico-política de los cuatro territorios de Euskadi Sur.

Para ETA y la izquierda abertzale la única estrategia válida era la que por la vía de la coacción impondría la ‘lucha armada’. Sin ese ‘solar democrático’, sobraba hablar de otras estrategias. Tampoco el PNV ha puesto en práctica ninguna estrategia dirigida a la consecución de la independencia. Sus objetivos han sido más realistas apostando por la vía del autogobierno. Por un autogobierno no cerrado, abierto en su profundización a lo que la ciudadanía vaya demandando en cada momento histórico. En esta estrategia reformista, el ideal de la independencia se entiende como un proceso gradual de mayores cotas de autogobierno, con lo que significa de eliminación progresiva de los niveles de dependencia respecto de las estructuras estatales centrales.

Es obvio que esta estrategia también ha mostrado sus límites, tanto internos como externos. La puesta en marcha del conocido como ‘plan Ibarretxe’ es un intento claro de compatibilizar la vía del autogobierno con el derecho a decidir. No era un proyecto para la independencia ni respondía a una estrategia secesionista. Al contrario, los fundamentos echaban sus raíces en la libre unión. Algo que los socialistas catalanes acaban de asumir en su programa electoral al defender la unión de Cataluña y España, desde el reconocimiento del derecho de los catalanes a decidir su futuro.

Es obvio que se cometieron errores en la puesta en marcha y desarrollo de aquella estrategia que deberán ser evitados en cualquier caso por los nuevos responsables en su objetivo estratégico de dotar a Euskadi de un nuevo estatus político. Pero la causa más de fondo de aquel imposible residía en la propia situación política española. España no estaba preparada ni de lejos para empezar a asumir aquel debate. Ni la derecha ni la izquierda eran conscientes de lo que dentro de pocos años se les podía venir encima.

Hoy la situación empieza a ser distinta. Cataluña está removiendo los pilares de un modelo de Estado que se está mostrando caduco para resolver la cuestión de las naciones interiores. Y cuando las estrategias independentistas se abren camino en Cataluña, curiosamente la izquierda abertzale, tan radical en estos temas, sólo hace pronunciamientos simbólicos. Es curioso que los dirigentes de EH Bildu exijan a Urkullu que ponga en marcha el referéndum de autodeterminación y, sin embargo, que nada de esto se recoja en su programa electoral. Resulta inaudito que EH Bildu advierta al PNV de que la autodeterminación no puede esperar al 2015, y que, en cambio, la izquierda abertzale defienda para Sortu una estrategia bien distinta; es decir, la que prioriza la estrategia estatutaria para la consecución de la unidad de Euskadi y Navarra frente a la vía independentista.

Hace unos meses la revista Argia le realizaba una entrevista a Otegi y le preguntaba sobre su preferencia entre una supuesta independencia del País Vasco y una autonomía unitaria para Euskadi y Navarra. La respuesta empezaba por reconocer que la pregunta es de calado estratégico para todo independentista y que debe ser abordada sin miedos. Añadía, «no soy favorable a una independencia sin Nafarroa». Mientras la política de la izquierda abertzale descansaba en la estrategia de la lucha armada estas preguntas carecían de sentido. La política democrática tiene estos inconvenientes, hay que hacerse esas preguntas y otras.

Xabier Gurrutxaga, EL CORREO 09/11/12