Stéphane Hessel: Mi baile con el siglo. Memorias

Javier Rupérez, EL IMPARCIAL, 8/1/12

El nombre de Hessel se ha convertido en sinónimo de la indignación ciudadana organizada, tras el incomprensible éxito del paupérrimo panfleto que lleva su autoría, y la aproximación a las memorias del nonagenario activista y autor no podían por menos que estar marcada por la prevención que esas paginitas, y las mugrientas emociones a las que han dado origen, suscitan a cualquier mente medianamente estructurada. Y sin embargo, superado el trago de la desconfianza inicial, conviene rendirse a la evidencia: existe, o existía hasta hace algunos años, otro Hessel que lejos de llevarse por las algaradas callejeras sabe narrar con fuerza no exenta de elegancia los vericuetos de una vida marcada por el milagro de la supervivencia, por lo novelesco de sus incidencias y por la variedad de sus apreciaciones. Unas buenas memorias. Que en la versión española se han beneficiado de una excelente traducción del francés debida a Joan Riambau.

No es la vida de Hessel la que suelen conocer el común de los mortales: alemán de origen judío recriado en la Francia de entre guerras, hijo de la burguesía acomodada y liberal que, entre otros, practica el alegre deporte del trío amoroso consentido —la madre de Hessel es la heroína de la poco habitual formación que de la vida real pasó a la literatura de la mano del componente francés del arreglo, Henri Pierre Roché , y más tarde a la pantalla cinematográfica guiada por François Truffaut en Jules et Jim-, tempranamente partidario del llamamientogaullista contra la invasión nazi, reclutado en las filas militares de las fuerzas francesas libres, parachutado en la Francia ocupada para realizar servicios de información e inteligencia, arrestado por la Gestapo, torturado, recluido en el campo de exterminio de Buchenwald, condenado a muerte de la que escapa al adquirir la identidad de otro detenido, reclutado como diplomático francés en la postguerra para participar en los primeros balbuceos de la recién creada Organización de las Naciones Unidas, y luego atento seguidor y participante en los procesos descolonizadores del África francesa, partidario idealista de la cooperación al desarrollo, seguidor ilusionado de Pierre Méndes France en la confusa constelación del socialismo galo, siempre ardoroso pero lúcido partidario de la diplomacia multilateral que encarnan las Naciones Unidas, la de Hessel es una vida casi infinita en la que se encuentran muchas de las contradicciones, los sufrimientos y las esperanzas que encarnó el siglo XX.

Las memorias fueron originariamente publicadas en Francia en 1997 y seguramente aparecen en nuestros pagos en la onda del éxito de los indignados. Aunque uno no puede por menos que desear al protagonista de tan extraordinaria vivencia larga vida, no parece sin embargo evidente que desde entonces acá su biografía sea merecedora de añadido significativo. Un púdico silencio en el retiro campestre hubiera resultado más elegante que trastocar las glorias del pasado —y glorias son haber tomado partido por De Gaulle y no por Pétain y preferir a Méndes France antes que a Mitterrand- por las citas enfervorizadas del peor Sartre. No siempre las codas encierran lo mejor de las composiciones, musicales o vitales.

No es difícil trazar más de un paralelismo, que el mismo Hessel en alguna ocasión señala, entre su vida y la de Jorge Semprún, sin bien el franco-alemán obtiene ventaja en algunos puntos significativos: nunca militó en las filas del Partido Comunista. Y no tiene empacho en reconocer que bajo tortura “confesó”. Narra de manera tan escueta como efectiva los horrores morales y físicos del campo de concentración y en realidad no tiene tiempo para detenerse demasiado ni en la literatura ni en la vida: algo nuevo le está siempre esperando a la vuelta de la esquina, sea la redacción de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, la independencia de Argelia, el Vietnam post francés y pre americano, las Naciones Unidas en Ginebra. Adquiere progresivamente la conciencia de lo que convencionalmente se conoce como un hombre de izquierdas pero el comunismo “se me apareció como una desviación del pensamiento crítico y de la democracia, demasiado evidente para no ser sospechoso a ojos de un ciudadano prendado de la libertad. No me fueron necesarios ni los procesos de Moscú ni el relato de los conflictos internos de las Brigadas Internacionales para disuadirme de desfilar bajo el signo de la hoz y el martillo”. (pág. 47). Un hombre de izquierdas que no tiene empacho en calificar a los Estados Unidos de “gran nación” de la que nunca “he dudado de su capacidad de reacción, de corregir sus errores y de ponerse de nuevo en pie” (pág. 125). Un idealista enamorado de las Naciones Unidas que comprende que la Organización “no es más que la voluntad de sus miembros, que asumen o no los compromisos adquiridos” (pág. 139).

Las de Hessel, y él es consciente de ello, son las memorias de un testigo privilegiado que, sin embargo, rara vez desempeña papeles protagonistas. Quizás por ello se recrea en demasía y con algún punto fastidioso en sus experiencias diplomático-administrativas en el terreno de la cooperación al desarrollo, donde tienen cabida sus ansias de un mundo mejor y más justamente organizado. Son estas objeciones de detalle a un texto que de principio a fin se lee con interés no exento de admiración. ¿Quién o qué le llevaría a la extemporánea indignación? ¿O era solo un truco para desempolvar unas memorias que nadie había leído?

Javier Rupérez, EL IMPARCIAL, 8/1/12