Telebistas

La Telebista del PNV sustituyó el país real por una entelequia poblada de estereotipos absurdos. No se puede predecir si las reformas de Surio desembocarán en un producto más veraz, pero, por ahora, las pocas que ha emprendido tienen la virtud de exasperar al cotolengo, que lo compara con el doctor Goebbels.

Afirmaba en mi última columna que los nacionalistas vascos están fascinados, como gorrioncillos ante cobra voraz, por la inteligencia maquiavélica que aplica Pachi López al desmantelamiento de su ínsula Barataria. Rectifico. Tras un barrido minucioso de la blogosfera abertzale, constato que el personaje que más horror produce en las bellas almas euscaldunas es Alberto Surio, flamante director de la televisión autonómica vasca.

La televisión autonómica vasca, a diferencia de todas las demás televisiones del planeta, se llama «telebista». Euskal Telebista, para ser más preciso. Ante término tan insólito, la gente suele equivocarse y pronunciar «telebestia», con justicia harto poética e involuntaria fidelidad semántica. Es una vieja manía del nacionalismo vasco, la de montar neologismos lo más lejanos posible del sentido común y de la norma estadística. Así, al teléfono le llamaron en otro tiempo «urrutizkiña», un vocablo de diseño a medio camino entre Matilde Urrutia, señora de Pablo Neruda, e ikurriña, y sólo admitieron el hoy ya consagrado «telefonua» cuando se enteraron de que los chinos llamaban al teléfono «telefun» o cosa parecida.

Pensándolo bien, es lógico que Alberto Surio se haya alzado con el protagonismo del cambio político. Los nacionalistas hacían como que no les importaba mucho que el PSE les hubiera birlado el gobierno autónomo (al que han denominado siempre «jaurlaritza», para que se entienda de qué hablan), porque, después de todo, representa para ellos una institución postiza o espuria que les fue impuesta por la Constitución española y el Estatuto, esa carta otorgada, según Eguíbar. Las instituciones genuinamente vascas, emanadas, al parecer, del meollo de la tradición ancestral -es decir, las diputaciones forales («foru aldundiak», toma ya)-, siguen bajo el control de los más nobles hijos de la Euskalerría, y esas son, al fin y al cabo, las que recaudan y manejan la pasta gansa.

Pero ca. Lo que les escuece como un feroz sarpullido inguinal es la pérdida de la telebista, o sea, de las telebistas: los dos canales, en eusquera y castellano, mediante los que construían cotidianamente la utopía virtual del soberanismo, desplegándola, desde la información meteorológica, sobre el mapa irredentista de las siete provincias de la nación imaginaria (tan imaginaria como la Gran Serbia o la Gran Alemania del Rin al Volga). Lo primero que ha hecho Surio es cargarse esa cartografía del delirio, de modo que, en adelante, los vascos tendrán que recurrir a internet para enterarse del tiempo que hará en Biarritz, pero a cambio conseguirán una percepción administrativa de su planta territorial sin más distorsiones que las derivadas de la proyección Mercator.

A propósito de las televisiones autonómicas en manos de partidos nacionalistas, Arcadi Espada observó hace años que resultan tan deletéreas para el tejido cerebral como una cadena musical de infinitos decibelios instalada en un ascensor. Lo reducen a pulpa. La Telebista del PNV sustituyó el país real por una entelequia poblada de estereotipos absurdos. No se puede predecir si las reformas de Surio desembocarán en un producto más veraz, pero, por ahora, las pocas que ha emprendido tienen la virtud de exasperar al cotolengo, que lo compara con el doctor Goebbels. Aunque alguno de estos blogs de batzoki insinúa que el nuevo director de la Telebista se inspira en mis prejuicios supuestamente antivascos, lo cierto es que ni siquiera conozco a Surio. Si lo dicen para que parezca aún más perverso que Goebbels, está de sobra. Yo no me habría atrevido a borrarles el mapa.

Jon Juaristi, ABC, 6/9/2009