Tragedia nacional de Euskal Herria

Leer y comentar los papeles de los etarras provoca una inmensa pereza que sólo se compensa con la certeza de comprobar que con esos comunicados son cada vez menos, están cada vez más aislados y han conseguido aburrir incluso a quienes antes les apoyaron.

Superada la descomunal pereza que provoca leer y escribir sobre la banda de criminales con trienios, aquí me pongo a tratar de desmenuzar algunos de los delirios recogidos en sus últimos papeles, digamos que presuntamente teóricos. Medio siglo después de su inauguración como secta criminal, los etarras siguen teniendo al PNV en el frontispicio de sus obsesiones. Nacidos en tiempos de la dictadura franquista para combatir aquel régimen de excepción, tan parejo en el fondo a ellos, y para matar políticamente a ese padre simbólico, y a veces real, que era el PNV, se puede afirmar que los terroristas se han convertido en abuelos sin conseguirlo.

Empezando por el sintagma «tragedia nacional de Euskal Herria» -aplicado por los etarras a los jeltzales- y siguiendo por todos los demás términos y estrategias recogidos en los papeles de los etarras, el PNV parece haberse convertido no sólo en la obsesión que siempre fue para la banda, sino también en el enemigo político de cabecera, al que hay que desplazar cuanto antes si se quiere que el pueblo vasco salga de la tragedia en la que, según estos locoides, está inmerso.

En los últimos días el PNV, a su vez, ha replicado y calificado a los criminales de ser la auténtica «tragedia nacional de Euskal Herria», lo que supone un paso adelante en la forma en que el PNV ha definido a los asesinos hasta ahora y confirma que la disputa de la hegemonía en el bloque nacionalista sigue siendo una revolución pendiente por ambas partes.

Hay un aire rancio, antiguo, manido, en los papeles de los etarras; una terminología narcisista, como si estuvieran convencidos los criminales escribientes de que la historia de la Humanidad pasara cada mañana por su ombligo. Hay una jerigonza mesiánica y maoísta, pero de libro rojo de Petete. Ese presunto concepto de «nación organizada», a la que supuestamente se llegaría guiados por «el gran timonel» que sería la banda asesina; esa martingala de la «acumulación de fuerzas»; ese delirio retro de la «alianza popular nacional», nos hablan de una banda ensimismada, metida en su campana neumática, aislada térmica y acústicamente del mundo circundante. Como el papel lo aguanta todo, el que escribe los papeles etarras se pone a adobar palabros y frases solemnes; sofríe movimientos y polos; macera secuencias y protagonismos mediáticos y la salsa le queda convertida en el engrudo del Estado vasco independiente, vacío de españoles y con el PNV pidiendo la hora en una esquina. Sólo le falta afirmar: chufla, chufla, que como no te apartes tú…

Desde luego que a los que son capaces de escribir semejantes desparrames no les va a hacer el menor efecto cualquier análisis realizado por seres racionales respecto de la realidad. Pero, por si acaso, hay que recordar que lo cierto es que en toda su existencia los criminales han sido una máquina de muerte, una secta que ha destrozado a los centenares de familias de víctimas de sus crímenes; también un grupo que ha mandado a la cárcel, durante años y por otros muchos, a varias generaciones de vascos. La realidad es que ni uno solo de sus objetivos, ni uno, ha sido conseguido: ni el Estado español ha sido derrotado, ni la Euskadi independiente y socialista ha sido conquistada, ni el PNV ha sido relegado al papel en el que a los etarras les gustaría verlo, ni los vascos besan por donde los etarras pisan. Las únicas certezas de la banda son sus crímenes, la absorción de los políticos independentistas radicales a manos de los asesinos y unas generaciones de vascos que se pudren en la cárcel en medio de la indiferencia o el rechazo de la inmensa mayoría de los vascos. (Hace unos días conté en La Concha donostiarra a 26 personas por el paseo y 24 por la playa, con pancartas y retratos de asesinos en sus manos, en medio de la más absoluta indiferencia de los paseantes).

Pueden seguir escribiendo delirios retrógrados con terminología maoísta que, por mucho que insistan, nunca saltará la chispa que incendie la pradera; más bien, los que todavía se creen esos delirios, seguirán entrando en la cárcel, ordenadamente y para estar decenas y decenas de años.

Leer y comentar los papeles de los etarras provoca una inmensa pereza que sólo se compensa con la certeza de comprobar que con esos comunicados son cada vez menos, están cada vez más aislados y han conseguido aburrir incluso a quienes antes les apoyaron.

José María Calleja, EL CORREO, 15/8/2009