Trileros en política

PELLO SALABURU, EL CORREO 20/02/13

· Hay que condenar a ETA, su propio pasado. Con nombres. Con apellidos. Y reconocer la equivocación. Lo demás es trampa.

Cuando me tropiezo en alguna calle con una banda de trileros (esos que en torno a una mesa intentan marear al espectador para que adivine dónde queda la bola que va desapareciendo entre los vasos) echo la mano a la cartera y los observo un rato, intentando adivinar cómo cambian la pieza de sitio. Aunque a veces tengo dudas de qué es lo que se mueve: si es el vaso, si es la mesa o si es la propia calle. Porque es como un milagro. Tienen mucho oficio. A diferencia de los magos, que parece que a veces desaparecen, echan a volar o son atravesados por una espada, y el espectador participa en el juego dejándose engañar, la actitud ante los trileros no es la misma: no quieres que te engañen, por mucho que te demuestren que la pieza no está donde tú la has visto sino que está bajo el vaso de al lado.

También en política hay trileros. Sobre todo en la vasca. Escuchaba hace unos días en la radio a un cargo de EHB: su forma de contar la historia recordaba mucho a los de los vasos. Ha habido aquí –decía– un conflicto entre dos partes, que ha producido víctimas y mucho sufrimiento en ambos lados. Ahora unos han decidido retirarse y dar pasos para solucionar el conflicto, señalando el camino correcto. Pero la otra parte (Gobierno) tiene que dar también pasos, y sumarse a ese nuevo camino para compartir el movimiento. Es el momento de atender a todas las víctimas y a todos los que han sufrido y sufren a consecuencia del conflicto: en consecuencia, hay que atender a los presos, víctimas de este conflicto, y acercarlos a su tierra, o liberarlos, llegado el caso. Es un clamor social avalado por miles de manifestantes y las encuestas indican que el 70% de la población vasca así lo requiere. Como se puede ver, presenta un esquema de análisis que tiene varias virtudes: una es el de la simplicidad, que siempre agrada. El personal se siente, además, mucho más tranquilo analizando el pasado desde esa perspectiva: es menos lioso, podemos tragarnos nuestras propias actitudes pasadas, y quizás presentes, y nos dejamos de líos, que, al fin y al cabo, no traen sino nuevos líos. Pero tiene un pequeño problema: como en el caso de los trileros, se intenta también aquí ocultar alguna pieza y cambiarla de sitio como quien no quiere la cosa. Pero no cuela, porque las cosas son un poco más complejas. No es suficiente el empeño en esconder la realidad tras latiguillos del tipo ‘todas las víctimas’, ‘todos’, ‘nuevos tiempos’ y majaderías similares.

Puestos a simplificar, es cierto que aquí ha habido dos partes: ha habido una ETA que ha matado y secuestrado; ha habido también policías que han torturado y grupos de extrema derecha que han matado; y hay presos alejados de su tierra e incluso algunos que han cumplido gran parte de su pena y tendrían derecho a ser excarcelados. Pero un relato plano, como el que acabo de hacer, escamotea elementos centrales. Para empezar, la cuestión del número y de la lejanía en el tiempo está absolutamente descompensada: ETA ha matado mucho, a muchísimas más personas que los de la ‘otra’ parte. Lo ha hecho, además, hasta anteayer. Eso es una diferencia sustancial, aunque la gravedad de los hechos, en cuanto a su valoración moral, sea similar. Matar a una persona es tan grave, desde la ética, como matar a diez, pero esto último es aún mucho más grave.

Pero hay otras cosas: la acción destructiva de una de las partes, la de ETA, ha alcanzado al conjunto de la sociedad y ha sido, además, apoyada por un sector importante de esa misma sociedad. La otra parte, salvo la mano tendida desde algunas catacumbas del poder, no ha tenido ningún apoyo social. El sector extenso, aunque minoritario, que ha apoyado a ETA ha justificado la extensión del sufrimiento y la destrucción al conjunto de la sociedad, que ni aun en los peores momentos ha devuelto el ojo por el ojo. Esta es una de las piezas ‘olvidadas’. Ahora, cuando ETA ha parado, estamos aun esperando que nos den alguna explicación, que nos digan por qué nos han quemado casas, nos han dado tortazos y han agredido a alcaldes y concejales. Estamos esperando, en fin, que pidan a ETA su disolución definitiva y reconozcan su inmenso error. Pero ni rastro: se limitan a echar tinta para ocultar las diferencias y hacer como que todo es lo mismo. Dan la bienvenida, eso sí, a angelicales mediadores internacionales de no sé muy bien qué y lamentan de paso los daños colaterales, que ‘por desgracia’ se han producido (como si el causante fuese el cambio climático). Sienten una grandísima pena. Yo, que no tengo dudas de que estoy en una de las partes, no tengo ningún inconveniente en condenar a los GAL, a los guardias torturadores y a los políticos que los indultan. Lo que no entiendo es por qué, si estamos en un tiempo nuevo, cualquiera de los que está en la otra parte no hace lo mismo: no se trata de condenar cualquier violencia, venga de donde venga, no, eso es trilerismo puro. Hay que condenar a ETA, hay que condenar su propio pasado. Con nombres. Con apellidos. Y reconocer de verdad la equivocación. Lo demás es trampa. Una vez aclarado eso se pueden abordar el resto de problemas, cada cual en su contexto, y sin hacer ningún tótum revolútum: el de los presos es uno de ellos. Sería muy interesante coger caso por caso, y ver si, en efecto, con ellos no se cumple la ley, o siguen en la cárcel por algunas otras razones más elementales.

Por desgracia, hay muchas víctimas en la sociedad vasca. Algunos de los causantes, y muchos de los que con su actitud han banalizado de ese modo el mal, están hoy mandando en las instituciones, orgullosos de su pasado y sin haber hecho el más mínimo acto de contrición. Como sociedad, es un fracaso moral enorme, aunque lo tengamos que admitir porque forma parte del juego democrático. El intento de cerrar este negro período con relatos en los que se pretende borrar cualquier matiz que impida entender lo sucedido es baldío. Muchos lucharemos para que no sea así, aunque nos quedemos en ese escaso 30%. O solos con las víctimas.

PELLO SALABURU, EL CORREO 20/02/13