Un duro curso

En este inicio de curso nuestra preocupación se centrará en si unos descerebrados, representado en Iñaki Bilbao, van a atreverse a volver a segar la vida de inocentes. Plantearlo ya es un sinsentido, pero es que el terrorismo está para cuando no hay causa ni objetivo posible: se encuentran a posteriori». El invierno de este curso va a ser muy duro.

Reconciliado con mi bilbainismo después de que un empresario de Bilbao haya pujado con 3.300 euros por un menú para dos en El Bulli en una subasta benéfica, puesto que hacía días que me había escondido del mundo en un convento de clausura tras la cicatera donación de 3.000 euros que nuestro Ayuntamiento había hecho a su homónimo ecuatoriano, me dispongo a dar la cara. Desgraciadamente, las cenizas de un volcán acabaron con ese Bilbao americano y sólo pocos recordaremos la tamaña felonía de nuestro Ayuntamiento, digna del agarrado de Harpagón, una vez que el citado ciudadano ha limpiado el blasón de la Villa. Para colmo de nuestras vanidades, el súper-yate de un kuwaití, uno de esos de Marbella, ha atracado en el muelle de Euskalduna, muy cerca de donde el equipo de Vaya semanita ha rodado el mejor anuncio publicitario que sobre el final de la tregua pudiera hacerse.

Es cierto que, para poder, el del propietario del restaurante El Caserón de Vitoria, que nos ha dado a todos los bilbaínos sopas con honda comprando medio queso de Idiazabal por un millón de las antiguas pesetas. Es que, por lo que veo, a todo el mundo le sobra el dinero, menos al roñoso Ayuntamiento de Bilbao, que ni es invicto ni es nada y se gasta la pasta gansa en obras de gusto estratosférico en una zona de principios del siglo XX. Parece que el arquitecto de la plaza de Indautxu se inspiró en el patio del penal de Córdoba, que lo conocí bien.

A esta sociedad de cresos y del comilón Gargantúa le atraviesa agónicamente lo de la voluntad de decidir libremente su futuro frente a menús a ese precio y medios quesos a ese otro. Por eso observa con preocupación la vuelta de la violencia cuando nos habíamos acostumbrado a vivir muy bien sin ella. Resulta un despropósito que no fijemos tanto en la voluntad de decidir libremente nuestro futuro -un eslogan tan excelente como equívoco es su contenido- y no seamos capaces de solucionar la vulneración de un derecho fundamental, el de manifestación y expresión: el de la compañía mixta de Hondarribia. Y eso cuando hasta la Guardia Civil y la Infantería de Marina, que todavía es más conservadora que el cuerpo del duque de Ahumada, permite la presencia de las chicas en sus filas. Es oprobioso que en este país del bienestar hasta en la exageración esperpéntica se mantenga bajo telones negros la marcha de unas muchachas y chicos que quieren situar a la mujer en el lugar que en el resto de la sociedad, hasta en las instituciones más conservadoras y jerarquizadas, se le reconoce.

Pero nuestra preocupación se centrará en este inicio de curso, como el anuncio de Vaya semanita, en si unos descerebrados, defensores de todos los derechos de los vascos y representado en Iñaki Bilbao, van a atreverse a volver a segar la vida de personas inocentes. Plantearlo ya es un sinsentido, porque ni hay calles donde la pobreza se palpe, como en Belfast, ni otra religión, ni otras costumbres; y si me aprietan diré que tampoco otro idioma, porque con el mismo hay muchos que están enfrentados, sea el uno u el otro. Con la misma religión, un nivel aceptable de bienestar, casi los mismos lugares (aquí o fuera) de veraneo, se atreven a denominar «conflicto» al frío y gratuito asesinato.

Y es que no hay causa y objetivo para justificar la vuelta al terrorismo. Pero entonces me vendrá un sabio editorialista de este diario y me dirá: «es que precisamente el terrorismo está para cuando no hay causa ni objetivo posible; la causa y el objetivo se encuentran a posteriori«. Y tendré que asumir el argumento y reconocer que, si quieren volver a matar, lo harán, porque no hay realidad ni lógica que les pueda detener. Entonces nos quedará el alegrarnos por la puja del empresario que ha limpiado nuestro blasón municipal, por el éxito de la subasta de quesos de Ordizia, por el sol que todos los días nos amanece y el dorado de las excelentes playas que brillan todavía bajo él. Porque el invierno de este curso va a ser muy duro.

Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 13/9/2006