Un héroe español

ABC 24/11/14
DAVID GISTAU

· La España actual está tan descreída y cínica que ya todo lo considera posible. En eso se basa la conmoción provocada por los delirios de Fran

CUALQUIER lector de cómics sabe que la verdadera proeza del superhéroe consiste en fabricar una segunda identidad que haga insospechables los poderes. Batman se oculta en Bruce Wayne, un millonario frívolo que da fiestas y al que no cabe suponer inquietud moral alguna. No es, sin embargo, sino la tapadera de un justiciero, de una criatura de la noche. El avatar de Fran, que es el alias para la vida civil de un superhéroe insomne por España llamado Pequeño Nicolás, tiene algo de Bruce Wayne, si nos atenemos a las noticias de parrandas procedentes del ya célebre chalé de El Viso. Pero el éxito de su clandestinidad remite más bien a Clark Kent, el personaje del reportero timorato con el que Superman se las arregla para parecer ante los demás un perfecto idiota.

Después de verlo durante el fin de semana, ustedes habrán creído que Fran es sólo un pobre chico delirante que intenta dejarse crecer la barba para mitigar la esfericidad de su rostro blandengue. Incluso les habrán parecido ridículos los periodistas que dedicaron horas a hacer, con enorme gravedad, la exégesis de las cosas dichas por semejante majadero al que dieron un trato como de Watergate. Se equivocan. Fran es la máscara del Pequeño Nicolás, que los manipula a ustedes para que sólo vean a ese tardo-adolescente necesitado de ayuda profesional que le ha permitido llevar una doble vida en la que pasaba desapercibido el superhombre cuyo número de teléfono mantenían en secreto los jefes de Estado y de Gobierno que sólo recurrían a él para encomendarle la resolución de los más acuciantes problemas nacionales. Repasen la entrevista. Hay un solo momento en el que el Pequeño Nicolás baja la guardia y deja de comportarse como el pobre infeliz que finge ser. Es cuando la presentadora amenaza con llamar La Pechotes a su Lois Lane. A punto está entonces de abrasarla con los rayos láser de sus ojos. Por un instante, es posible atisbar al temible superhéroe a quien llama el rey para encargarle que resuelva lo de su hija. A quien llama la vicepresidenta para pedirle que solucione lo de Cataluña mientras viajan juntos por Madrid a bordo de un coche con los cristales tintados. A quien llama Aznar para suplicarle que le diga Jose y lo regañe. A quien llama el CNI para endosarle las más variadas misiones de agente secreto internacional que bebe el Dry mezclado, no agitado, y que tiene tantos asuntos pendientes para salvar a la humanidad que no puede perder tiempo ni en buscar aparcamiento en el centro de Madrid.

La España actual está tan descreída y cínica que ya todo lo considera posible. En eso se basa la conmoción provocada por los delirios de Fran. De la que ni siquiera se salva el Estado, tan reticente para reaccionar a problemas verdaderos, y que el mismo sábado ya había emitido desde la vicepresidencia y la Casa Real unos cuantos desmentidos tan delirantes como los propios delirios. Nos estamos extinguiendo, pero todo es muy divertido.