Vuelta atrás

ABC 05/04/14
DAVID GISTAU

· La España contemporánea se hanegado a que le roben el relato fundacional de la Transición, del que ha vuelto a enamorarse

Hace muchos años, leí la «Breve historia de Inglaterra» en la que Chesterton, entre otras muchas perlas, relacionaba el nacimiento del sentimiento nacionalista en Europa con el abandono de las calzadas romanas que dejó a los pueblos incomunicados, a solas consigo mismos y sus rasgos pintorescos. Siempre me acordaba de esto cuando Otegui, refractario al tren rápido, al McDonald’s e incluso a internet, decía que a los vascos debía bastarles con lo que contuvieran sus montañas, voluntariamente incomunicadas: cualquier influencia externa sería una corrupción. Chesterton también describía las edades oscuras con un principio muy sencillo: edad oscura es aquella en la que una sociedad se gusta más por lo que fue que por lo que podría llegar a ser. Es decir, cuando el progreso es hacia atrás, parte de un recuerdo, no de un propósito de construcción.

Si se aplica la premisa de Chesterton, España está sumida en una edad oscura. No ya España, sino la sociedad del último ciclo democrático, a la que la capilla ardiente de Suárez, con su hiperbólica nostalgia, ha terminado de convencer de que debemos gustarnos más por lo que fuimos que por lo que podríamos llegar a ser. No entro ahora en cuán distorsionados por la emoción están muchos de los argumentos sobre los cuales se sustenta la añoranza sobrevenida de la Transición, en cuyo recuerdo colectivo de repente es imposible encontrar ninguna de las debilidades de la condición humana que salpican cada día los periódicos contemporáneos. Pero el caso es que el viaje hacia ese pasado fundacional se aceleró durante los días de luto. El ideal retrospectivo de la Transición pesa ahora más que cualquier proyecto de futuro, prácticamente lo invalida porque no hay material humano comparable a aquél, y entonces para qué intentarlo siquiera. Hasta corremos el riesgo de quedarnos atrapados en una melancolía parecida a la «Ostalgie» de los berlineses a los que se les cayó el Muro y nada se propusieron a partir de entonces salvo practicar el culto del pasado.

Vi una oportunidad para el Rey en el «revival» de la Transición inspirado por la muerte de Suárez. El propio Rey, en su discurso de condolencia, pareció querer vindicarse recordando ese legado personal a las generaciones que sólo lo conocen por los elefantes. También surgieron, por supuesto, agresiones revisionistas, como el libro de Urbano. Me ha parecido significativa la reacción furibunda y transversal contra ese libro. No tanto porque se tratara de proteger al Rey, que también. Sino porque la España contemporánea se ha negado a que le roben el relato fundacional de la Transición, del que ha vuelto a enamorarse, y que acaso sea lo único que tenga como asidero para sobrellevar las decepciones. Ya que no estamos seguros de lo que seremos, que al menos no nos quiten lo que fuimos. Edad oscura.