Y…

La Y vasca es el eje mágico necesario para la armonización política de los vascos. Ni diálogo con ETA ni otras paparruchas: ha sido la Y nuestro anhelo y guía, lo que permite que el PNV apoye los Presupuestos de España y el PSE los presupuestos de Euskadi. Hemos sido redimidos por la Y. Qué ciego he estado.

Siempre había pensado que era una Y a ninguna parte. Que nuestro trazado de tren de alta velocidad, sin conexión con ninguna parte, era un metro rápido entre las tres capitales vascas. Una bilbainada por su exageración, por carecer del sentido propio de estos proyectos, gestados como conexión de larga o media distancia. Pero es evidente que estaba totalmente confundido.

La Y vasca es el eje mágico necesario para la armonización política de los vascos, una especie de El Dorado de los conquistadores, un mito para posibilitar la cohesión. A la Y griega, aunque esta letra no exista en nuestro abecedario, se le llamó vasca, y ha servido para algo. Es el tótem, la invocación al objeto mágico que hacían los pueblo primitivos para descargar tensiones internas y proceder a la llamada normalización política. Ha servido de más que el vacío mágico, vasco por antonomasia, que era el de Oteiza. Ni diálogo con ETA ni otras paparruchas: ha sido la Y nuestro anhelo y guía, lo que permite que el PNV apoye los Presupuestos de España y que el PSE apoye los presupuestos de Euskadi. Hemos sido redimidos por la Y, no por la cruz como dictaba el viejo catecismo.

Qué ciegos hemos estado; no pluralicemos, qué ciego he estado. Era esa Y griega que siempre ha estado ahí delante de nuestras narices, en kilos de carpetas cubiertas de polvo, la clave para resolver el empate eterno entre nacionalistas y los que no lo son en este país, el resorte para iniciar la normalización política, que vaya a saber uno en qué consiste esta palabreja.

Ahora bien, todo objeto mágico tiende hacia su fin cuando se convierte en útil cotidiano. Tenemos que ir previendo otros, como la ñ, exótica, la ñ de España, que venga inopinadamente de fuera para disponer de su naturaleza catártica. Ñ, por ejemplo, de coña; de coña con sentido del humor, que nos permita dejar de sentirnos el culo del mundo y ver con optimismo mesurado, puesto que el Athletic abandona los puestos de descenso, el futuro. ¿Véis cómo no es tan difícil ponerse de acuerdo?

Son las letras exóticas las que nos mueven al encuentro, no otras cosas, como la carreras de bólidos por el centro de Bilbao, que acaban rompiendo el buen talante de la Corporación municipal. Y no era por los bólidos sólo, era porque, además, convirtieron muchas de nuestras calles en un auténtico paisaje de campos vallados de concentración, que era como darle la razón a aquel lema anarquista en una lejana campaña electoral: «Tu ciudad, tu cárcel de cada día». Son las letras las que tienen magia, no otras cosas, y somos los vascos los que lo hemos descubierto.

Ya podemos darle consejos a Zapatero. Va a necesitar otra letra mágica para exorcizar el problema que Carod-Rovira ha lanzado contra La Moncloa a cuenta de la primera respuesta, la de carácter económico, que el Gobierno ha dado al nuevo Estatut. Pudiera ser la letra Pi, que también es griega, y que ni siquiera la encuentro en mi teclado. Sólo falta su invocación y ya verá cómo los partidos nacionalistas catalanes no se molestan tanto por los recortes del proyecto. Cosa distinta es lo que vaya a costar en euros la letra Pi, más que 3,1416.

Hay que encontrar otra letra para que el terrorismo deje de existir, aunque eta sea una letra griega, y otra letra para negociar con Europa. Hasta la sopa de letras se nos puede quedar vacía. Sólo nos faltaba esto, volver a los orígenes de la humanidad, a la magia, echando por la borda nuestro no tan lejano racionalismo; la búsqueda de consuelo en la banalidad y, sobre todo, en la excusa de que el adversario es peor. Sólo nos faltaba refugiarnos en las letras mágicas para no mirar la confusión política que nos domina y el vacío que nos angustia cuando miramos el futuro.

Hijo de esa angustia era la magia, pero resulta mucho más constructivo el sentido del humor.

Eduardo Uriarte, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 21/12/2005