¡Menos mal!

La ponencia del Congreso quedó finalmente suavizada en sus puntos más escabrosos.

Los vascos tenemos las mismas virtudes y defectos que los demás, ni más ni menos. Ha habido épocas en las que hemos ido de pretenciosos y orgullosos de lo nuestro y otras de humildes. Esa actitud también es diferente por territorios, y en ocasiones, como ahora, depende de cómo vayan nuestros respectivos equipos de fútbol en la liga. Hemos hecho apología, dependiendo de épocas, de ser cuna de Castilla -y, por eso, de España- defensores de la cristiandad y martillo de herejes, asesinos del príncipe de Orange, capellanes de ejercicio espirituales, devotos de San Ignacio, pero también cuna de las patrióticas sociedades de Amigos del País, pedestal de la Ilustración española, del Tercio de Oriamendi, de la primera huelga revolucionaria, del autor del Cara al Sol, etc. Como todos, ofrecemos de todo por épocas, y a veces todo mezclado, lo uno y su contrario.

Ahora acabamos de inventar la legislación para el blindaje de los gobiernos en minoría, que es muy poco democrática, de la mano de su excelencia el señor Atutxa, que pone a debate y aprobación, en su caso, las enmiendas de la oposición y no el proyecto de Presupuestos de la comunidad autónoma, con lo cual ha conseguido el milagro de que cualquier Gobierno en minoría pueda gobernar como si tuviera la mayoría absoluta. Así, mientras Atutxa inventa los procedimientos parlamentarios autóctonos, Ibarretxe explica por todo el mundo su ilusionante plan, mientras sigue siendo el presidente que menos va a dar cuentas al Parlamento.

Según datos del Ministerio de Hacienda para el primer semestre de este año, las inversiones extranjeras en Euskadi descienden un 90%, prácticamente han dejado de existir. Apenas enunciados los devaneos secesionistas, empezamos a pagar un precio en el que el terrorismo no es la causa. Navarra, que también lo sufre, ha experimentado en el mismo plazo un incremento del 247%; en Euskadi, mientras, es el 0,4%. Podría deducirse que el comportamiento de ambos gobiernos y la estabilidad política en cada comunidad tiene mucho que ver con el interés, o desinterés, del inversor extranjero.

Pero no pasa nada. Aquí, con tal que manden los que siempre lo han hecho, no pasa nada. El Cupo fue un gran invento que nos permite tener una financiación un 20% superior al del resto de España. Cifra prudente, deducida a la baja, sobre una media salarial un 20% superior a la del resto de España. Y todos los presupuestos públicos los son, al menos, en ese 20%. Con estos recursos se puede hace política socialdemócrata y liberal a la vez. Disponer de la prestación social más alta de España, el llamado salario social, y el concierto con la enseñanza privada más alto de España. Esto es lo que de verdad funciona, la generosidad de la bota española. Aunque no funcionen las inversiones, siempre nos quedará el Cupo.

Lo que obliga a una reflexión. Si se privilegia desde el Estado a una comunidad, que no se crea que este generoso comportamiento va a suponer una adhesión al sistema y al Estado. El resultado ha sido el inverso: si oprimidos por España vivimos tan bien, ¿cómo viviríamos si fuéramos independientes? Seguro que mucho peor, pero no le falta lógica al nacionalismo para reivindicar su paradisiaca independencia.

También nacieron en Euskadi la Juventudes Socialistas de España. Sabino Arana mandó al joven Tomás Meabe a conocer la situación del explotado proletariado de la comarca de Bilbao y este joven, no sin trágica renuncia, acabó en el PSOE creando las Juventudes Socialistas. En la actualidad a esos socialistas se le observa, diría el taurino, querencia por la autodeterminación, y aunque a última hora se suavizan los textos y desaparece la seña de identidad del nacionalismo radical del acercamiento de los presos, los que lo proponen se quedan tan tranquilos.

Prieto amenazó con dimitir del partido cuando compañeros, en las postrimerías de la II Guerra Mundial, presentaron el derecho de autodeterminación. Lo paró, no salió adelante a pesar del momento convulso que iba a suponer la victoria aliada, pero a poco que se entienda la figura de Prieto uno entiende su rechazo de la autodeterminación «a fuer de liberal», porque creía en la naturaleza civilizadora de la unicidad de España y del Estado, y porque dicho mecanismo renuncia a la convivencia democrática. Por eso, tiene razón Joseba Arregi cuando escribe que la pregunta de la autodeterminación es la última que se puede hacer, porque supone asumir el fracaso político y, como pueblo, que se cree un foso para el futuro en una única sociedad. Pero, sobre todo, sería un disparate aceptarlo porque ya se encargó el PNV de demostrar durante veinte años que es innecesario, que el Estatuto era el marco idóneo, y lo rechazó en 1978 explícitamente, como recordó Fernando Buesa.

Otra cosa es que con el tiempo, y la normalización política, el PNV haya acabado por tener miedo a perder el poder, haya hecho suya la retórica etarra, haya descubierto el conflicto entre Euskal Herria y España, y asumido la autodeterminación para eternizarse en el poder. No para solucionar nada, sólo para su mantenimiento en el poder. Menos mal que al final los jóvenes socialistas suavizaron el texto. Lo que no queda claro es la querencia por él.

Eduardo Uriarte, EL PAIS/PAÍS VASCO, 19/12/2002