El libro «Raíces de libertad» narra el drama de las familias de 21 políticos del centro derecha asesinados por ETA, que desde 1979 busca su aniquilación.
Desde que asesinaron a José Luis la vida no ha sido nada sencilla. Me causó nuevamente un tremendo dolor la visita de Manuel Zamarreño en casa, para comunicarme que sustituiría en el Ayuntamiento de Rentería a mi marido y gran amigo suyo. Le encarecí que por lo que más quisiera no lo hiciera, y su mujer, Marisol, también le suplicaba lo mismo. Al pobre Manuel lo asesinaron siete meses después. Es misteriosa la capacidad que tienen algunos hombres por seguir el dictado de su conciencia, por defender la ética del deber hasta las últimas consecuencias».
La noche del 11 de diciembre de 1997, Juani, la autora de este dolorido  testimonio, perdió a su marido y padre de sus dos hijos. Calderero  jubilado de los Astilleros de Pasajes, José Luis Caso fue asesinado por  ETA. Un tiro en la cabeza atravesó mortalmente su vida y la de su  familia. Su único delito: haberse presentado, casi a escondidas de su  propia mujer, como concejal del PP a las elecciones locales de Rentería  de 1995. Asumió el cargo con orgullo, aun a sabiendas de que la banda  había asesinado ya a una decena de sus compañeros. El último, cinco  meses atrás, había sido un joven chaval de Ermua, Miguel Ángel. Seis  días antes del atentado los terroristas intentaron acabar con la vida de  Elena Aspiroz, del equipo municipal de San Sebastián. Esa noche, Juani y  su hijo mayor se prometieron que si algún día le pasaba algo a su  padre, no se echarían las culpas por ser «incapaces de que abandonara su  pasión» por la política y el compromiso con los demás.
Relato humano
Como muchas otras familias, la del centro derecha español ha pagado un  elevadísimo tributo de sangre en la historia de nuestra joven  democracia. Demasiadas vidas truncadas, demasiadas casas deshechas por  el dolor que produce la sinrazón de los violentos, incapaces de digerir  la verdad de la democracia que hoy, tres décadas después, comienza a  soñar con la derrota de ETA. En el último año y medio, la Fundación  Popular de Estudios Vascos ha trabajado para sacar a la luz el relato  humano de los militantes de centro derecha no nacionalista que se  dejaron la vida en la defensa de las ideas y la libertad en el País  Vasco. La obra «Raíces de Libertad», que se publicará a finales de mes,  es un viaje emocionado por las vidas personales de 22 miembros  desaparecidos de Alianza Popular, de Unión de Centro democrático y del  Partido Popular (no aparecen los asesinados de UPN por deseo de dicha  formación), a través del cálido testimonio de hermanos, padres, viudas,  hijos y amigos. El documento, que será editado también en euskera, está  prologado por Mariano Rajoy y será presentado en un acto con las  familias de las víctimas el próximo sábado 19 en Bilbao.
«Es un homenaje a las familias. Teníamos obligación moral de editarlo. Siempre estaremos en deuda con todos ellos», afirma Carlos Olazábal, portavoz popular en Juntas de Vizcaya y coordinador general del proyecto. Con dieciséis años de escoltas a sus espaldas y demasiados compañeros perdidos, sigue revolviéndose en la silla cuando todavía hoy escucha la terrible acusación del nacionalismo de que el PP y el PSE han ganado votos a cambios de muertos. «A todos los premios Nobel que hablan de rentabilidad electoral yo les cambio nuestros 22 asesinados. ETA no mata solo a personas, sino a familias enteras», se duele.
Lo cierto es que el centro derecha no nacionalista ha sufrido como el que más el zarpazo asesino de la banda terrorista, que llegó incluso a amenazar la integridad de su apuesta política en el País Vasco. «Casi lo consiguieron», recuerdan hoy los populares vascos. La primera víctima fue Modesto Carriegas, hombre de banca que fue invitado a partipar en las listas de Coalición Democática. Sus hijos aún recuerdan cómo siendo ellos muy pequeños, su padre les consultó la decisión sin imaginar que una mañana lo matarían a balazos en el portal de su casa. Era 1979 y todavía a los cinco se les enternece el corazón recordándole.
Dos semanas después, el 29 de septiembre, era acribillado Luis María Uriarte en Lemona (Vizcaya). ETA confirmaba con más sangre derramada que había puesto en la diana a los cargos electos de Alianda Popular y UCD. La mayoría de ellos, gente sencilla que no se ganaba la vida en la política. «Luis fue muy buena persona —recuerdan sus familiares—. Murió a los cinco días con el cuerpo acribillado por las balas. Al ser preguntado por si reconoció a los pistoleros respondió llorando y en silencio, sin decir una sola palabra. Se entiende que reconoció a los asesinos y que se calló para que sus hijos nunca tuvieran la más mínima tentación de tomarse la justicia por su mano». Dejaba siete huérfanos.
Imposible de olvidar la tremebunda historia de Ramón Baglietto, que su  viuda, Pilar Elías —hoy concejal del PP en Azcoitia—, recupera en  primera persona para el libro. Cuenta Pilar cómo su abuelo, ciego, le  preguntó si se casaría con el «pintor» Ramón, un amante de la  decoración. «¡Era tan galante, divertido y respetuoso al mismo tiempo,  que estar con él era la gloria bendita!», rememora. Se sentían  tranquilos y queridos en su pueblo. «Jamás la ETA había tocado a nadie  de UCD», recuerda Pilar, quien años después tuvo que aguantar cómo el  asesino de su marido ponía una cristalería en los bajos de su casa. El  mismo pistolero que, siendo un bebé, Ramón había salvado de la muerte en  un accidente en el que murió la madre y un hermano del asesino… «En  casa, con mis hijos y mis nietos —dice Pilar—, notamos todavía  palpitante la presencia de mi marido, del padre de mis hijos, del abuelo  de mis nietos que no tuvieron el don de conocerle. Sé que mi hijo  mayor, desde no hace mucho tiempo, lleva de vez en cuando a sus hijos a  la tumba de su abuelo y les cuenta que allí yace su padre, un hombre  valiente que dio su vida por los demás, y entonces mi nieta deposita su  ramito de flores junto a los restos de Ramón, y la vida vuelve a surgir  en el recuerdo de nuestra familia».
La resistencia
Ese 1980 fue un año fatídico para UCD. Además de Baglietto, fueron  cobardemente asesinados José Ignacio Ustaran, Jaime Arrese y Juan de  Dios Doval. Todos ellos amigos, hombres honrados que trabajaron por los  demás sin recibir nada a cambio, demócratas por convicción aniquiliados  por defender la libertad de ideas. En las primeras elecciones  democráticas de 1977, la opción de UCD cosechó un 24 por ciento del  censo electoral vasco, un nivel que en el 82 se hundió hasta el 13,4%, y  que solo se recuperaría con la mayoría absoluta de Aznar (28,4%). Para  los populares, la «única explicación posible» a ese desequilibrio de  representación del centro derecha en Euskadi con respecto al resto de  Europa se debe al intento de su «aniquilamiento» por parte de ETA.  Cuenta Alfredo Marco Tabar, cabeza del partido por aquel entonces:  «Ahora no recuerdo en qué fecha realizamos un viaje los quince de UCD  que quedábamos en el País Vasco a una finca de uno de nosotros en  Extremadura, para repensar qué hacíamos con nuestras vidas, con la  posición democrática de nuestro partido vasco. Al llegar a aquella casa,  y casi sin bajarnos del coche, convinimos en resistir y dejar para otro  momento la disolución de nuestras siglas, porque estuvimos a punto de  hacerlo. Creo que aguantamos la tragedia por el calor que Adolfo Suárez  nos demostró en aquel momento, aunque no asistió a ningunos de los  funerales de nuestros muertos».
Aquel año, un eslogan electoral de la UCD brindaba «por un País Vasco  para todos», pero la realidad era otra. Antes de que acabara 1980, otro  miembro del centro derecha no nacionalista, Vicente Zorita, fue  asesinado. Su viuda relata la angustiosa espera hasta que una llamada de  la Policía confirmaba sus peores augurios. «¿Dónde está papá?, ¿por qué  tarda tanto en subir a casa si le he visto abriendo el portal?», le  había preguntado su hija pequeña horas antes. «Cuando la espera se hacía  ya insoportable, su cuerpo querido era encontrado acribillado en la  falda del monte Serantes con una pequeñita bandera española dentro de su  boca a modo de mordaza», escribe. Aún perderían dos militantes más en  la negra década de los ochenta. Alberto López Jaureguizar, quien como  Vicente era padre de cuatro hijos, empezó a tomar partido en la política  tras ser testigo de un atentado en Bilbao. Desde ese instante comenzó a  asistir a los funerales de las víctimas, apestados de la sociedad vasca  durante muchos años. «Me comentó que deseaba defender sus ideas de  orden y paz y decidió afiliarse a Alianza Popular (…) Nuestra familia  iba de funeral en funeral, en silencio, para demostrar que sentíamos  aquellas muertes radicalmente. Cuando asesinaban a un policía, Alberto  ponía la bandera española en la calle Amesti con un lazo negro porque  decía que aquel policía tenía padre y madre. Creo que fue esa bandera  española la que le pudo costar la vida, más que su afiliación en la  Alianza Popular», admite su viuda, quien dos años después habría de  asistir a la despedida de otro compañero, José Larrañaga, contra quien  ETA hubo de atentar hasta tres veces para arrebatarle la vida.
Atroz cacería
Las intenciones de aniquilar a la opción del centro derecha continuaron  en los noventa. Entre 1995 y 1996, de sus 32 cargos electos en la  provincia de Guipúzcoa, cinco fueron asesinados, entre ellos, su joven y  entusiasta presidente, Gregorio Ordóñez. Es lo que los autores de la  obra, Antonio Merino <MC1>—presidente de Alianza Popular en el  País Vasco entre 1979 y 1983— y Álvaro Chapa —ex cargo del PP vasco—  denominan «la atroz cacería». El punto de inflexión llegó, como recalca  Mariano Rajoy en el prólogo del libro, con el secuestro y asesinato de  Miguel Ángel Blanco y el nacimiento del «espíritu de Ermua». La firme  defensa de las libertades ha guiado desde entonces la acción política  del PP, que hoy, cuando se abre la ventana de la esperanza por la  derrota definitiva del terror, rinde homenaje al «supremo sacrificio» de  sus compañeros arrebatados y a sus familias.
En casa de los Iruretagoyena Larrañaga el destrozo moral fue aún mayor para el padre, quien, a instancias de un amigo y compañero de partido, cedió su puesto como concejal en el Ayuntamiento de Zarauz a su hijo José Ignacio. En su mente siempre tuvo esa terrible sensación de congoja al saber que si no le hubiera «dado el pase», su hijo no estaría muerto. «Nunca pude suponer que el odio se cebara en José Ignacio, mi querido hijo. Todo el mundo sabe que yo no quise, en un primer momento, abandonar mi puesto, es decir, que quería presentarme de nuevo, pero Gervasio se daba cuenta de que mi hijo valía más que yo y que podría hacer mucho por el pueblo».
Cinco meses después, en ese siniestro suma y sigue de la banda criminal, moría asesinado Manuel Zamarreño, antiguo camarada de José Luis Caso en los Astilleros. Con él se metió en política y como homenaje a su amigo cogió el testigo. «Mediante José Luis nos enteramos de que el Partido Popular iba a presentar por primera vez una candidatura en Rentería, y Manuel facilitó su nombre para ir tercero en la lista. Considerábamos que su participación era de puro relleno electoral porque jamás pudimos suponer que nuestra opción sacara dos escaños; fue una auténtica sorpresa que nos llenó de alegría política a todos, aunque a algunas mujeres, en lo más íntimo de nuestras intuiciones, comprendimos que podrían derivarse muchas cosas malas de ese triunfo por otra parte tan deseado», relata Marisol, su viuda, quien un año después se integró en las listas municipales en homenaje a su marido, asesinado el 25 de junio de 1998. «Algunos decían que éramos héroes, pero nada más lejos de la realidad. Yo quería profundamente a Manuel e intentaba que mi actitud no acrecentara su angustia, con mi silencio y pavor. Cuando comprendí que su decisión estaba tomada hice todo lo posible para manifestarle mi ternura y le calmaba cuando le veía apesadumbrado», añade Marisol.
Alberto Jiménez Becerril y su esposa, Ascensión García Ortiz, ; Jesús María Pedrosa, concejal de Durango; Manuel Indiano; José María Martín Carpena; José Luis Ruiz Casado; Francisco Cano y Manuel Giménez Abad completan el friso de vidas humanas sacrificadas por la libertad. La necesidad de memoria y el compromiso con los principios por los que fueron asesinados renacen en la obra «Raíces de Libertad».
ABC, 13/3/2011