¿Recociliación o convivencia?

José María Ruiz Soroa, DIARIO VASCO, 22/6/11

La democracia no es la sociedad del consenso reconciliado, sino la institucionalización del disenso respetuoso. Por eso, el Estado no tiene como objetivo la reconciliación, ni se funda sobre ella, sino tan sólo la convivencia

El concepto de ‘reconciliación’, de impronta acusadamente religiosa, lleva cierto tiempo en circulación entre quienes teorizan sobre los principios que deberían guiar la salida de situaciones colectivas de enfrentamiento o ruptura civil violenta. La reconciliación sería algo así como el mutuo reconocimiento de las razones del hasta ayer adversario, la asunción de la cuota parte de culpa de cada uno, una nueva mirada hacia el otro y, finalmente, la aparición de un nuevo espíritu de amistad entre los participantes del proceso, que hace posible una relación interhumana superadora de la previa desconfianza y enemistad.

Demostrando una vez más que nuestro particular conflicto es capaz de metabolizar todas las ideas que circulan por el universo, incluso de las más nobles y bienintencionadas, tenemos ya entre nosotros a los exégetas y profetas de la ‘reconciliación vasca’. Lo que nos hace falta como colectividad -dicen- es primero reconocer nuestras mutuas culpas, estar luego dispuestos a olvidarlas, y finalmente emprender un nuevo camino en el que no habrá ya violencia porque todos habremos olvidado nuestra violencia particular. Se trata de tener altura de miras, aceptar que la violencia ha sido un fracaso colectivo, y renunciar a reabrir heridas con exigencias de condena. ¿Han escuchado el discurso tipo de Bildu sobre el futuro? ¿No han observado que incluye siempre la reconciliación como una de las fases o etapas del futuro inmediato? Pues prepárense, porque entre Bildu y la caterva de apóstoles profesionales de la paz que padecemos, nos van a aburrir con lo de la reconciliación en los próximos tiempos.

La palabra-magma está bien escogida, eso hay que reconocerlo. Porque es uno de esos términos que coloca a quien lo profiere en una situación inmediata de superioridad moral sobre el interpelado. Algo parecido a lo que pasaba con la palabra ‘diálogo’. Ante una petición de reconciliación, ¿quien podría negarse sin convertirse de inmediato en rencoroso? ¿No quiere usted reconciliarse, no quiere ‘hacer las paces’? Pues es usted malvado y negativo, usted quiere mantener abierta la herida, es usted un buitre carroñero, como dijo Garaikoetexea. Quizás sea conveniente, para defenderse de este futuro uso agresivo del término, introducir una serie de precisiones acerca de su sentido y alcance.

Primera: esa reconciliación de que nos hablan, ¿es simétrica o asimétrica? Porque resulta que para reconciliarse dos grupos es posible que ambos hayan de moverse un trecho similar desde sus posiciones (simétrica), o más bien uno de los grupos tenga que recorrer kilómetros y el otro centímetros (asimétrica). Y, verán, entre victimarios y víctimas, predicar una reconciliación simétrica es obsceno. Y entre ciudadanos y delincuentes es absurdo.

Pero no acaba aquí la conveniencia de repensar el concepto. Porque sucede que se da por supuesto, sin demasiado fundamento, que la reconciliación es siempre un acto bilateral: es decir, que dos se reconcilian entre sí moviéndose de sus posiciones. Cuando, en realidad, el concepto de reconciliación remite las más de las veces a un fenómeno de conversión unilateral y solitario de una sola persona, que se reconcilia ella misma con un Dios, una sociedad o una verdad con la que estaba en guerra hasta entonces. «Finalmente se reconcilió con Dios», es la frase tópica que expresa esta idea de reconversión unilateral, en la que uno cambia, mientras que la otra parte no se mueve. Bueno, pues bajando a nuestro tan terrenal valle, ¿por qué no pensar que la reconciliación de los asesinos y sus amigos debería ser de este tipo, es decir, un acto unilateral suyo en el que aceptasen de una vez el Estado de Derecho y sus reglas?

Segunda reflexión. ¿Es correcto definir como ‘reconciliación’ el estado social final al que aspiramos cuando hablamos de un futuro sin violencia terrorista en el que nadie ya legitime ni siquiera el recuerdo esa violencia? ¿Es adecuada la noción de reconciliación para describir el proceso de liquidar una insurrección violenta y terrorista contra el Estado de Derecho como la que se ha vivido? Creo que no, por una sencilla razón: porque, dicho en términos muy simplones, el Estado de Derecho no consiste en que todos los ciudadanos nos amemos, o seamos amigos, o experimentemos simpatía por los demás. Eso no sería un Estado de Derecho, eso sería el cielo. En una sociedad democráticamente ordenada no se espera de los ciudadanos que se estimen o se quieran, eso es cosa suya, sólo se espera -y se exige- que se respeten entre sí sus mutuos derechos. Por ello, la sociedad democrática no es un marco de personas reconciliadas entre sí (la eterna utopía de la redención), sino de ciudadanos que encarnan intereses y valores muy diversos y que las más de las veces entran en pugna y conflicto entre sí, pero que obedecen a unas reglas mínimas de respeto. La democracia no es la sociedad del consenso reconciliado, sino la institucionalización del disenso respetuoso. Precisamente por eso, el Estado no tiene como objetivo la reconciliación, ni se funda sobre ella, sino tan sólo la convivencia. Sucede entonces que, en el fondo, se ha empezado entre nosotros a hablar del cielo y de los ángeles para no hablar de la tierra. Se invoca la reconciliación para no tratar de algo tan prosaico y humilde como cumplir las reglas de convivencia. El concejal del Partido Popular agredido en su dignidad y honor en Elorrio por una turba de patanes, estoy seguro de ello, no quería reconciliarse con sus agresores, no esperaba llegar a ser el amigo favorito de las masas, sólo exigía no ser insultado, ni abucheado, ni linchado. Con eso se contenta, porque la convivencia es un estado de hecho así de pobre y humilde (¡¡). Sólo respeto. Lo otro, lo de volver a querernos todos, es poesía conmovedora y altisonante que encubre una nueva farsa burlesca: la de volver a tapar una vez más la maldad, pasada y presente, del comportamiento de algunos.

José María Ruiz Soroa, DIARIO VASCO, 22/6/11