¿Y si se puede?

La confianza del Gobierno en ‘el PNV de Imaz’ es un globo pinchado. La propuesta de Ibarretxe produce inquietud en su partido, que ha sido históricamente democrático y de orden, y asomarse al vacío de la ley da vértigo. Pero no parece haber nadie con decisión de poner coto al desvarío. Sólo la pérdida del poder actúa en los nacionalistas como antídoto contra la tentación.

 

El lehendakari Ibarretxe es un hombre extremadamente minucioso. Ya tiene una anotación en su agenda para dentro de un año y tres días. Algo así: «25 de octubre de 2008. Sábado. 9:30 horas. Consulta popular sobre el futuro de Euskadi/ Consulta habilitadora que traslade un mandato imperativo (táchese lo que no proceda)».

 

Asombroso. Todavía no conoce la naturaleza de la cita, pero ya le ha reservado día y hora para un evento que si nos sale con barba, será San Roque y si no, la Inmaculada Concepción. El lehendakari debería saber que el arte de la política consiste hoy en saber vivir al día.

 

Lo que pasa es que aún falta mucho tiempo para el 25 de octubre del año que viene y pueden pasar muchas cosas que ni siquiera el lehendakari ha sido capaz de prever en su hoja de ruta interactiva. Érase un visir de un cuento oriental que cayó en desgracia ante el sultán y había sido condenado a muerte. Sabedor de que el monarca tenía en mucho aprecio a uno de sus caballos, le propuso el condenado que, si hacía la merced de perdonarle la vida, se comprometía a enseñar a hablar a su caballo en el plazo de un año, trato que el sultán aceptó. Una mañana en que el visir se dirigía a su clase matinal, un consejero del monarca con quien había tenido confianza en otros tiempos, le preguntó por aquel compromiso tan extravagante e imposible de cumplir. «Verás», respondió el logopeda equino, «en este tiempo pueden pasar muchas cosas. Puede que el sultán fallezca -ya no es un niño- y su sucesor me haga la gracia del indulto. Cabe que sea derrocado por un golpe palaciego o una insurrección popular, en cuyo caso me vería llamado a altas responsabilidades. Tampoco es improbable que sea yo quien fallezca por causas naturales y me vea así dispensado de la desagradable tesitura de tener que ofrecer mi cuello al alfanje del verdugo. Y, en un año, ¿quién sabe? Hasta pudiera ser que el caballo aprenda a hablar».

 

Pueden pasar muchas cosas, pero ninguna está escrita de antemano. Deberíamos ir descartando un ‘Deus ex machina’ que venga a resolverlo todo al final antes de la catástrofe. La confianza que el Gobierno mantenía en ‘el PNV de Imaz’ es un globo pinchado. Es verdad que la propuesta de Ibarretxe produce inquietud en su partido. El PNV ha sido históricamente un partido democrático y de orden y asomarse al vacío de la ley crea una cierta sensación de vértigo. Pero no parece que haya nadie con decisión de poner coto al desvarío. Hoy puede decirse que el PNV de Imaz sólo tiene dos afiliados y el propio fundador, que ha tirado la toalla dos meses antes del relevo, no es uno de ellos. Sólo las voces de Azkuna y Ardanza se han alzado contra el plan del lehendakari, subrayando lo que la mayor parte de los jeltzales dicen en privado. La organización del PNV de Vizcaya, más de la mitad de los afiliados del partido, ha respaldado a Ibarretxe como un solo hombre. El sábado pasado, el presidente del BBB, Íñigo Urkullu, cerraba filas con Ibarretxe ante 500 cargos públicos de su partido: «Lehendakari, tienes al PNV en el territorio histórico de Vizcaya para hacer todo lo que corresponda hacer en esta apuesta decidida que tú has presentado. Aurrera, lehendakari».

 

Hay preocupación que los afiliados expresan en privado. El vértigo de la ilegalidad, que les horroriza al mismo tiempo que les llama. Ya había pasado antes. Cuatro días después de que Ibarretxe presentara en el Parlamento vasco el plan que llevó su nombre el 27 de septiembre de 2002, dos empresarios nacionalistas comentaban la sorprendente situación creada en los vestuarios del Club Deportivo de Bilbao. «Esto es una locura», comentaba uno de ellos. «Y no es bueno para las empresas. Además no se va a poder hacer» A lo que el otro replicó: «¿Y si se puede?»

 

Esta es la cuestión. Sólo la pérdida del poder actúa en los nacionalistas como un antídoto contra la tentación del abismo. Pocos creen que Ibarretxe esté en condiciones de repetir la gesta electoral de 2001. Tampoco piensan mayoritariamente que va a poder desarrollar sus planes y se inclinan a creer que el asunto terminará con un adelanto electoral.

 

Deberían tener en cuenta los precedentes. Tras el rechazo del plan Ibarretxe por el Congreso de los Diputados el 1 de febrero de 2005, su impulso disolvió el Parlamento vasco y convocó a la ciudadanía a las urnas. Perdió 140.000 votos y 4 escaños. Es verdad que en las anteriores, las de 2001, Euskal Herritarrok alcanzó los mínimos históricos de Batasuna con siete escaños. Y no fue tanto porque el electorado abertzale castigó la ruptura de la tregua de 1998, como porque vieron las orejas (no sé si captan la intención) al lobo y entre el vivere y el philosophare no tuvieron problemas de elección.

 

Este jueves, a un año vista de la consulta de Ibarretxe, cumple 28 años el Estatuto de Gernika. Nadie le rezará un responso o recitará una oración cívica. Descanse en paz.

 

Santiago González, EL CORREO, 22/10/2007