FERNANDO ARAMBURU-El Mundo

Estudiábamos Historia. Nos hacían memorizar fechas relacionadas con acontecimientos relevantes. 1492 era un año de recordación inexcusable. El libro de texto afirmaba, con solemnidad usual de la época, que una serie de hechos trascendentales había cambiado el rumbo de la humanidad. He retenido otras fechas: 1789, 1917, 1936. Al mismo tiempo que en el colegio nos abrían ventanas al pasado, aquel año de 1968 se sucedían noticias de hechos que, con toda seguridad, de aquí a diciembre merecerán atención especial por celebrarse su quincuagésimo aniversario.

Transcurrido medio siglo, 1968 se revela con un destello intenso en la memoria colectiva y no sólo, como se lee a veces por ahí, a causa de los adoquines volátiles de París y el mes de mayo. Es cosa sabida que nada ocurre suelto. 1968 tuvo sus antecedentes, su prolongación y sus consecuencias; pero esa cifra para algunos mítica, para otros fuente de reprobación y discrepancia, parece constituir una bisagra de la Historia. Fue, sí, una época de sexo, drogas y rock and roll, de hedonismo y aventuras de libertad y rebeldía; pero también un año sangriento.

A comienzos de aquel año, los ojos del mundo están puestos en Ciudad del Cabo, donde un cirujano llamado Christiaan Barnard practica una operación de alto riesgo. No era la primera vez que Barnard procedía a un trasplante de corazón. Un mes antes, había colocado el de una mujer joven a un paciente que falleció de pulmonía 18 días más tarde. La tentativa no estuvo exenta de polémica. Hubo quienes postularon que Barnard debía ser acusado de homicidio por extraerle a un cuerpo un corazón «todavía vivo». Son años de apartheid en Sudáfrica. Para la segunda operación, el órgano ha de ser transportado de un hospital a otro, ya que el donante es un hombre de piel negra y el beneficiario, de piel blanca, está ingresado en un centro reservado a los de su raza. Técnicamente, la intervención quirúrgica es un éxito. El paciente, sin apenas perspectivas de vida antes del trasplante, será dado de alta al cabo de 74 días y vivirá año y medio con su nuevo corazón. La medicina ha abierto una nueva puerta a la esperanza.

Sin embargo, salvar vidas no es la tendencia predominante en aquel año dramático. En China persiste una orgía de sangre llamada Gran Revolución Cultural Proletaria, instigada por el dictador Mao, quien a fuerza de asesinatos y ejecuciones logrará hacerse con el control exclusivo del Partido. Era sumamente fácil caer en desgracia. Bastaba para ello con poseer un instrumento musical, antigüedades o cualquier objeto vinculable con «conductas burguesas». A fin de borrar el pasado, gran parte del patrimonio cultural chino –bibliotecas, templos, museos, etc.– fue destruido. Es imposible cifrar el número de víctimas mortales de aquella frenética matanza agravada por la hambruna. En todo caso, superaría con creces la población actual de España.

Vietnam es por entonces, como Biafra, escenario de otra escabechina. La superioridad militar estadounidense no conduce a la rápida victoria vaticinada por el presidente Johnson; antes al contrario, 1968 supone un giro cualitativo en las operaciones bélicas que preludia el desastre que aquella remota guerra deparará a los EEUU. Ese año, tropas del Viet Cong logran sitiar a 6.000 marines en el campamento de Khe Sanh. A las bajas numerosas sufridas por el invasor se une la derrota propagandística. En febrero de ese mismo año, el jefe de la policía de Vietnam del Sur ejecuta en plena calle a un prisionero vietnamita. Lo hace a sangre fría delante de las cámaras, rodeado de soldados norteamericanos en actitud pasiva. Las imágenes escalofriantes recorren el planeta, llegan por vía de la televisión a infinidad de hogares. Ha empezado una nueva era. Ya no es indispensable viajar para conocer el mundo. Ahora es el mundo el que, gracias a los televisores, se introduce en las casas. A las autoridades norteamericanas les resulta cada vez más difícil silenciar los horrores cometidos por su ejército. Menudean las manifestaciones de protesta dentro y fuera de EEUU y cada vez es menor el número de ciudadanos estadounidenses convecidos de la utilidad y justicia de aquella guerra.

1968 es asimismo un año salpicado de atentados. El líder estudiantil alemán Rudi Dutschke sobrevive en Berlín, con heridas graves, a los disparos de un fanático anticomunista. Menos suerte tiene un soñador llamado Martin Luther King, en Memphis, adonde había llegado días antes con el fin de apoyar a los recogedores de basura en huelga. Su asesinato desata una ola de tumultos que sólo en los primeros días dará un saldo de 39 muertos. En junio cae, víctima también de otro asesino dicen que solitario, Robert Kennedy, la gran esperanza demócrata del momento para alcanzar la presidencia de los EE.UU.

King y Kennedy son víctimas más famosas que un modesto guardia civil de tráfico que un día de junio de 1968, a los 25 años de edad, muere tiroteado mientras regulaba el tráfico cerca de Villabona (Guipúzcoa). Su nombre: José Antonio Pardines Arcay. Pasa por ser la primera de las más de 800 víctimas mortales de ETA. Su agresor morirá horas después durante un tiroteo con la Guardia Civil. También en otros países de Europa se perfilan organizaciones dispuestas a alcanzar sus objetivos por la vía del terror: la banda de Baader-Meinhof en Alemania Occidental; las Brigadas Rojas, en Italia.

Otra constante de 1968 son las revueltas estudiantiles. Los hijos de clase media se alzan contra un estado de cosas vigente desde la Segunda Guerra Mundial. El mal es, en su opinión, intrínseco al sistema, al que se asocia con la opresión, el racismo, la alienación sexual, el colonianismo… Es hora de romper tabúes y de establecer normas distintas de las impuestas por la generación de los padres. Se ha dicho con ironía que Mayo del 68 no se acaba a causa de las cargas policiales, sino como consecuencia de la llegada de las vacaciones. Un cariz harto más dramático presentan las revueltas estudiantiles de México, con la matanza de Tlatelolco, o el aplastamiento por parte de la Unión Soviética y de los países del Pacto de Varsovia del intento checoslovaco de construir un socialismo con rostro humano.

1968 es el año de los Juegos Olímpicos de México, con el salto de Bob Beamon y el saludo Black Power de Tommie Smith y John Carlos. Es el año de la famosa foto de la Tierra desde el espacio, del La la la de Massiel en Eurovisión y del primer ratón de ordenador, inventado por Douglas Engelbart. No es que en otros años no hubieran ocurrido acontecimientos relevantes; pero hay que reconocer que 1968 fue un año tan abundante en ellos como para marcar un antes y un después en la historia reciente de la especie humana.