40 años fugaces

EL MUNDO 17/10/14
SANTIAGO GONZÁLEZ

El lunes pasado se cumplían 40 años exactos de la clausura del XXVI Congreso, 13º de los que celebraba en el exilio el ilegal PSOE. Los delegados socialistas se hallaban reunidos desde dos días antes en el teatro Jean Vilar de Suresnes, muy cerca de París.

En aquel congreso, un pacto de vascos y andaluces liquidó a la vieja dirección del exilio encabezada por Rodolfo Llopis. Era urgente. Mientras su dirección vivía aferrada a la nostalgia, aquel verano de 1974 había dado las primeras señales del cambio. El 9 de julio fue hospitalizado Franco aquejado de una tromboflebitis, haciéndose cargo de la Jefatura del Estado con carácter interino el príncipe de España, Juan Carlos de Borbón.

Veinte días después, el secretario general del PCE, Santiago Carrillo, daba un golpe de efecto con el anuncio de la creación de la Junta Democrática de España, una plataforma de la oposición que integraría junto al propio PCE, a CCOO, al PSP de Tierno, al PTE, amén de dos personalidades, como Rafael Calvo Serer –miembro relevante del Opus Dei que acompañó a Carrillo en la rueda de prensa de presentación en París– y Antonio García Trevijano, que ya entonces se postulaba para presidente de la III República Española.

Los socialistas del interior eran lo que seis meses antes se había bautizado como el clan de la tortilla, pura metáfora, una foto de Pablo Juliá que en realidad no hizo Juliá y en la que tampoco había tortilla: Felipe González pelaba una naranja. Contaban con el apoyo de Mitterrand y Palme, invitados de honor en Suresnes, amén de Willy Brandt y Pietro Nenni, que era tanto como decir el apoyo de la Internacional Socialista.

Aquellos jóvenes necesitaban darse prisa y se proponían aupar a la Secretaría General a Nicolás Redondo Urbieta. El dirigente de UGT se negó e impulsó la candidatura de un joven Felipe González, también llamado Isidoro en la incierta primera luz de aquella transición.

Ha pasado mucha agua bajo el puente y el tiempo no ha mejorado el modelo desde que el PSOE se alzó con el poder ocho años después del Congreso que modernizó el partido, rejuveneció su dirección y la llevó hacia el pragmatismo y el reconocimiento de los límites de la realidad. González se desprendió del marxismo, junto con su cargo, en el XXVIII Congreso; llegó a presidente con un golpe abortado de dos jefes militares la víspera misma del 28-O, los hermanos

Crespo Cuspinera. Su primera legislatura comenzó con el asesinato del jefe de la Brunete, el general Lago Román, y culminó con la promesa rota de sacar a España de la OTAN.

Claro que el adanismo no guarda memoria de las generaciones precedentes; ni siquiera recuerda la existencia de las mismas. El nuevo secretario general recuerda a Felipe, pero no sus rectificaciones. Quizá por eso le «sobra el Ministerio de Defensa». En la VII legislatura, (2000-2004) se produjo una anécdota significativa: el histórico Yáñez-Barnuevo comentó a Leire Pajín, la diputada más joven del Congreso y futura secretaria de Estado y ministra: «Esta tarde me voy a tu pueblo» (Alicante). «¿Y a qué vas?», se interesó ella amablemente. «Me han pedido que dé una conferencia sobre Llopis». «¿Y quién es ése?». «Fue el secretario general de tu partido anterior a Felipe González». Rodolfo Llopis había sido también el cabeza de lista por Alicante de la candidatura del Frente Popular en febrero de 1936.

El acto conmemorativo de ayer en la Casa de América tuvo una ausencia notable: Nicolás Redondo, gran protagonista en aquel Congreso de hace 40 años, cuya ruptura con aquel Isidoro de Surenes se produjo 12 años después de su patrocinio. Había sido invitado por circular, con derecho a asiento, pero sin palabra. Nunca ha cuadrado a un grupo humano como a aquellos jóvenes socialistas la evocación del tiempo y el cambio que expresan dos versos del Poema 20 de Neruda: «La misma noche que hace blanquear los mismos árboles./ Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos». Ciertamente.