A la calle

ABC 02/10/14
LUIS VENTOSO

· Los separatistas lo van a intentar a lo plaza Tahrir y a lo plaza Maidán

EL 22 de mayo de 2011 se celebraron en España elecciones municipales y autonómicas. Una semana antes, el Movimiento 15-M, alias Los Indignados, ocuparon la Puerta del Sol con una acampada. Tampoco es que allí quepa mucha gente, diez mil personas, si se apretujan. Pero las imágenes eran un imán para las televisiones, tremendamente fotogénicas. Un lugar común sostiene que la tele engorda. También a las multitudes. ¿Podían soñar la quinta, la sexta y la cuarta con un espectáculo mejor que una revolución para toda la familia al lado del Corte Inglés de Callao y bajo los carteles de Tío Pepe?

Las cadenas hicieron directos con los chavales de las tiendas Quechuas, con sus asambleas y cánticos (el verbeneo y el meneo, que también había, salían menos). Los medios anglos que debe citar todo buen tertuliano como si fuesen Aristóteles estaban alerta. Como «The New York Times», cuyo santón de cabecera, el padre Krugman, anunciaba que España se caería del euro en meses. «NYT» publicaba fotos de una España haitiana: su resumen era gente famélica arañando los contenedores. Con foto en portada, bautizaron las manifestaciones como «The Spanish Revolution». Una España irredimible, al borde de un rescate/purga. La calle había estallado.

La revolución empezó a impresionarnos menos cuando en una cena escuchamos a tres o cuatro papis de hijos en Icades contar divertidos que tenían a sus vástagos pernoctando en Sol. Luego, como todo el mundo, bajamos a hacer turismo revolucionario. Vimos carteles de «Democracia real ya», y otros de «Los peces también sufren». Vimos a muchachos realmente concienciados debatiendo en asamblea. Y a otros con la Heineken y a la caidita. Vimos frikis surrealistas, como un tío de casi dos metros vestido de Gandalf empujando la silla de una japonesa en kimono floral. Y vimos muy pocos padres de familia de los arrasados por los ERE, los que las pasan canutas con bocas que alimentar. Aunque entonces quedase mal decirlo, percibimos que esta vez no iba a arder el Palacio de Invierno.

Llegaron las municipales y golearon los conservadores. Llegaron ocho meses después las generales y los ciudadanos, en libre decisión, le dieron la mayoría a un señor en las antípodas de la indignación, un conservador de barbas, con gafas, puro y de Pontevedra. ¿Son las plazas el termómetro real y leal de la opinión pública? ¿Es lo justo dar prioridad a la calle sobre la ley?

El separatismo cuenta con muchos millones del Estado –la Generalitat es Estado– para dilapidarlos en propaganda. Así que lo va a intentar: tratarán de montar en Barcelona su plaza Tahrir, su plaza Maidán. Si lo logran, que puede ser, constituirá un reto enorme: habrá fotos sensacionales, heroicos directos de las televisiones italianas que nos colonizan, soflamas de Mas y Homs a todas horas (estúpidamente amplificadas por los medios nacionales). Hará falta templanza y determinación (y también hay que ir pensando que a la propaganda solo se la puede derrotar con propaganda).

Poco premio vendrá de las plazas. De la libertad de Tahrir salió una dictadura militar. De los vientos de cambio de Maidán, una guerra. De la plaza de Mas y Junqueras, odio, endogamia y atraso.