A vuelapluma

ABC 08/05/15
DAVID GUSTAU

· El electorado centrado va teniendo cada vez menos ganas de meterse en aventuras

UNO de mis interlocutores habituales en los cafelitos parlamentarios me hizo un augurio el otro día que coincide bastante con lo que esboza la encuesta del CIS. Admitió que las grandes mayorías serán liquidadas y que irrumpirán con poderío dos actores nuevos, neutralizando por añadidura, y por primera vez en este ciclo democrático, la capacidad de coacción del nacionalismo catalán. Pero añadió que, por más que casi todos los municipios y comunidades tendrán que negociar en el día posterior a las elecciones y en algunos casos quedarán bloqueados por el afán de preservar su virginidad de Ciudadanos y Podemos, nadie evitará en los gráficos de las televisiones una imagen insospechada y positiva para el PP la misma noche del escrutinio: una España mayoritariamente azul. Con innumerables victorias insuficientes para gobernar, pero azul a primera vista, azul en la percepción repentina.

El PP habrá perdido de todas formas millones de votos, pero con esto ya se contaba. Si suma victorias parciales, por más precarias que éstas sean en muchos lugares, podrá mitigar un ápice la impresión de colapso inminente con la que iba hacia las generales, y hasta los conspiradores internos decidirán esperar tranquilos a que éstas se celebren. Estaríamos ante la destrucción sólo relativa de la maquinaria de poder que el PP armó gracias al desastre zapaterista. Hasta el PSOE recuperaría la segunda plaza en la jerarquía tradicional. Mientras que Podemos y Ciudadanos, aunque consagrados como partidos importantes tanto en los resultados como en las hipótesis de las generales, obtendrían sin embargo un poder insuficiente para acometer la refundación del sistema para la cual se ofrecieron como agentes catalizadores.

A vuelapluma, de todo esto se infiere un par de cosas. Primera. Que, a medida que vamos entrando en las decisiones determinantes ante las urnas, el electorado centrado va teniendo cada vez menos ganas de meterse en aventuras experimentales y se comporta de un modo menos osado que durante todos estos años de decir «tic, tac» en la tertulia del bar de abajo. Hasta Ciudadanos, partido sin los matices revolucionarios del Podemos auténtico –no el de la posterior mutación escandinava– se resiente de esto. Segunda. Que, al final, resulta que la sociedad española tiene unas tragaderas tremendas para la corrupción y que ésta nunca será un factor tan importante como para voltear el sistema. Lo demostraron los resultados andaluces. Lo demostrarán las victorias del PP en aquellas comunidades en las que deja un legado de podredumbre y de personajes que rozan lo gangsteril. Esto supone una advertencia frustrante para los partidos de vocación sanadora que iban a curarnos la casta corrupta por imposición de manos. La casta corrupta nunca fue una anomalía inmerecida por una sociedad de conducta perfecta. Siempre fue una prolongación de esa misma sociedad, cuyos principios le permiten, cuando discute consigo misma ante la urna, subordinar lo moral a lo ideológico.