Adivina quién viene a cenar

EL MUNDO 22/01/15
ARCADI ESPADA

HAY REUNIONES de interés estos días en España. En un pub Kitty’s de Barcelona coincidieron la otra noche dos militares muy bien graduados, un teniente general y un general de la Guardia Civil, con varios independentistas y personal de relleno. Y estaba también el fiscal que dijo que el presidente Mas era todo obediencia. Esta reunión ha sentado mal e incluso el partido UPyD ha pedido cuentas al Gobierno. Comprendo el malestar. A mí me parece que han de limitarse al máximo los contactos entre altos representantes del Estado y personas que pretenden destruir ese Estado. Me parece de una lógica gramatical. Ahora bien. Para seguir con el elemento militar quizá habría que empezar por lo más alto, y si el capitán general de los Ejércitos se reúne, ríe, y hace de chófer de un presidente que encara una querella por un presunto y gravísimo comportamiento desleal, la veda de los segundones se abre y el encuentro del Kitty’s deslumbra por su inevitabilidad.

La otra reunión excitante ha sido la del ex presidente Zapatero con el dirigente de Podéis, Pablo Iglesias. Otra muestra de lógica abrumadora. El rasgo más destacado de Zapatero, por encima incluso de su pasión literaria, ha sido siempre la frivolidad. Fue el frívolo Zapatero el que les dijo a los nacionalistas: «Aceptaré el Estatuto que salga de vuestro Parlamento». Fue su frivolidad en el gasto lo que agravó la crisis y lo que le impidió verla, salvo cuando ya le había derribado. Fue su frivolidad la que llevó las relaciones entre España y Estados Unidos a un nivel glacial. Y es su frivolidad la que le lleva a reunirse con el peor enemigo político del fragilísimo Pedro Sánchez, sin tan siquiera informarle. Pero no solo la frivolidad. En realidad aún es más principal la razón de que Zapatero eligió verse, al fin y al cabo, con su verdadero hijo político. La madre de Podéis es la crisis. Pero el padre es el ex presidente. El proceso constituyente que hoy invoca Podéis fue abierto por Zapatero con su impugnación moral y política de la Transición, que tuvo muchas aristas tácitas y llegó a concretarse en la ley, desdichada e inútil (y frívola) de la Memoria Histórica. Es probable que cuando Zapatero aluda al carácter personal de ese encuentro con Iglesias solo se trate de una eufemística síntesis de esto esencial: Pablo vino a agradecerme mi papel pionero en la desarticulación del Estado y de la propia Política.
Estas dos reuniones, tan iguales en su lógica, presentan una diferencia: solo en la de Cataluña había un par o tres de pardillos.