Al fin, la desconexión de Cataluña

Teodoro León Gross-El País

Es la ciudadanía la que está desconectando del matrix ‘indepe’. El hastío es cada vez más patente

La política en Cataluña evoluciona, desde hace meses, o años, por dos carriles paralelos: la realidad y el matrix indepe. En esa ilusión virtual hay una República liberada, un president que desde el exilio regresará con “la firme voluntad de mantener la legitimidad blablablá”, y la convicción de ser depositarios de la dignidad democrática frente a la némesis de un Estado autoritario tardofranquista. En la realidad, la autonomía está suspendida bajo el 155, los dirigentes políticos del aquelarre del 1-O están huidos de España para escapar de la Justicia o procesados y en algunos casos encarcelados aunque declaran ante el juez que aquello solo fue una simulación simbólica, mientras hay miles de empresas deslocalizadas fuera de Cataluña porque Europa refuta el procés. Las ceremonias rituales en el Parlament mantienen ese statu quo,y esto va a continuar hasta que se pinche la burbuja del matrix para retornar a la realidad.

La paradoja de este escenario no es sólo el autogobierno suspendido, con la política real devaluada a burocracia, sino la miopía ante el deterioro de la cultura cívica en Cataluña —con la mitad de sociedad usando las instituciones contra la otra mitad— y la cultura democrática misma. Ya ante el anuncio de las leyes de transitoriedad con el control político absoluto de jueces y fiscales, amnistía a medida, control político de los medios, confiscaciones de bienes… no hubo apenas reacción, ningún Ortega que escribiese “no es eso, no es eso” al constatar que esa república se encaminaba a un golpe a la democracia. Para entonces el matrix ya bloqueaba la realidad. La documentación que la Guardia Civil rescató cuando los Mossos se dirigían a la incineradora ha retratado a un cuerpo que incluso espiaba a políticos y periodistas, ubicado fuera de la legalidad para tapar los delitos del procés. En definitiva los Mossos actuaban como verdadera policía política. ¿Qué clase de república totalitaria estaban construyendo? La utopía era una distopía.

El retorno a la realidad, sin embargo, no va a ser fácil. No hay ánimo de claudicar; y, una vez que eso sucediera, deshacer la espesa trama de la ilusión colectiva generará conflictos. Y es problemático porque el ingrediente esencial de la política es el tiempo, como decía Trudeau padre, y aquí ya se está pudriendo la situación. De hecho empieza a ser evidente que se ha producido la desconexión, pero no de Cataluña con España, sino de la ciudadanía con ese matrix; progresivamente allí, como delata su CIS, y generalizadamente en el país. Aunque siempre quedará una masa irredenta dispuesta a oír el tam-tam de la tribu con sus caceroladas, se hace cada vez más patente el hastío ante esa resistencia pertinaz a regresar a la realidad, el hartazgo de un goteo informativo delirante, con los procesólogos indagando a tiempo completo en la semántica puigdemoníaca, para evaluar cada día los matices en el puente aéreo Barcelona-Waterloo… Hay cansancio en la sociedad, hasta la náusea. De modo que al final sí han hecho triunfar la desconexión; eso sí, una desconexión al fin consistente en el hastío total ante esa farsa.