Años lentos

Maite Pagazaurtundúa, EL CORREO 05/11/12

Todos estamos condenados al polvo y al olvido (…) Sobrevivimos por unos frágiles años, todavía, después de muertos, en la memoria de otros, pero también esa memoria personal, con cada instante que pasa, está siempre más cerca de desaparecer. Los libros son un simulacro de recuerdo, una prótesis para recordar, un intento desesperado por hacer un poco más perdurable lo que es irremediablemente finito (…) Visto en perspectiva, como el tiempo del recuerdo vivido es tan corto, si juzgamos sabiamente, ‘ya somos el olvido que seremos’ como decía Borges».

Sin embargo, hombres y mujeres de todos los tiempos han peleado contra hechos intolerables y contra la propaganda, que es la forma más perversa y más cruel de manipulación de la memoria o la historia. El autor de las palabras anteriores, el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince, publicó en el año 2006 el testimonio que reconstruye la historia de su padre, asesinado en el tiempo del terror en Colombia, la historia de los amigos de su padre, asesinados en la misma tierra de Caín en medio del fanatismo que hacía sentir a su padre güelfo entre los gibelinos y gibelino entre los güelfos.

El viejo doctor y profesor, defensor de la salud pública y de los derechos humanos, se definía en sus últimos años como «cristiano en religión, marxista en economía y liberal en política». Según su hijo, fue engañado a veces por totalitarios que decían defender la libertad hasta que descubría el engaño, una vez más, güelfo entre los gibelinos y gibelino entre los güelfos. Según refiere el autor, Héctor Abad padre odiaba la mentira y la falta de libertad con mayúsculas y minúsculas, la baja calidad de la política y la falta de liderazgo que sacara del subdesarrollo a tantos niños y mayores en su amada tierra. Solo desde el rigor, el saber y la transmisión de la cultura de la exigencia mutua se podían abordar las cuestiones de salud pública y la educación, pero en general lo odiaron tanto los oligarcas y conservadores, que lo consideraban un izquierdista nocivo para los alumnos, como los ultraizquierdistas que conquistaron espacios en la universidad, porque no estaba de acuerdo con el terrorismo, mientras ellos no tenían problemas en caer además en el mismo fulanismo mediocre de aquellos a los que sustituían.

Los grandes libros de ficción también enseñan a leer nuestro tiempo. Fernando Aramburu acaba de ganar un nuevo premio por su novela ‘Años lentos’, como ocurrió con los relatos de ‘Los peces de la amargura’. Se enfrenta, sin querer, a la mezcla dulzona que componen a partes iguales el eufemismo y la desmemoria que algunos poderes públicos y sociales parecen ir preparando pieza a pieza, paso a paso, cada día, entre nosotros.

Maite Pagazaurtundúa, EL CORREO 05/11/12