Ante el fracaso plebiscitario de Mas

Eduardo Uriarte Romero, 03/12/12

Se ha comprobado en la noche electoral catalana del 25 de noviembre que la independencia y la estridencia política no es lo más apropiado para CiU. Mediante la decisión de Mas de convocar elecciones anticipadas ha conseguido contradecir la argumentación de Marx -ya lo hizo con anterioridad Jacques Chirard- que nadie convoca unas elecciones para perderlas.

Sin embargo, hay aventuras que se encaminan, fruto de la enajenación que casi todo político padece, no sólo al mayor de los fracasos sino al peor de los ridículos. Si la heroica y sacrificada marcha hacia la independencia exige un claro caudillismo este se ha frustrado, por muchas excusas que esgrima Mas, pues no era lo más adecuado a tan prominente burgués lanzarse a este campo de ruptura y estridencia más propio de ERC. Rompió con las amables formas del pasado que nos hacían creer que en Cataluña pervivía el seny personificado en CiU, y lo único que ha conseguido es darle sus votos a los que desde tiempo atrás hicieron de la ruptura política y de la independencia su gran objetivo. Evidentemente, el camino a la independencia es más duro y sacrificado que lo que el Moisés catalán preveía, empezando por los padecimientos de uno mismo, máxime cuando la experiencia política solo se ha ejercitado desde el muelle asiento de un coche oficial.

Pero el origen de la tentación rupturista de CiU posiblemente se encuentre además, pues no hay que buscar solo responsabilidades en el nacionalismo catalán, en la debilidad política del bloque constitucional español. Bloque sin discurso, llevando la política española a una desmedida trifulca de patio zarzuelero entre el PSOE y el PP. Exhibiendo la orfandad ambos, sumidos en tecnicismos meramente electoralistas y en su tragicómica pelea de guiñol, de un discurso democrático, constitucional, incluso político, que convierta España en un referencia de convivencia republicana de un cierto atractivo. No se puede decir, tampoco, que el año de poder de mayoría absoluta de Rajoy haya ofrecido el menor discurso político en ese sentido, aunque su predecesor en la Moncloa no sólo no hiciera nada por él sino que contribuyó a destruir lo que quedaba, con acráticas argumentaciones como la que profanara el senado declarando que la nación es un concepto discutido y discutible. Que tras este comportamiento por los detentadores del poder central Mas quiera construirse una nación es más que explicable.

También habría que anotar como antecedente del origen de la cabalgada de CiU el desplazamiento que esta fuerza sufriera por el peculiar tripartito presidido por Maragall, coaligado con ERC, radicalizándola y mandándola al monte, y en la frustrante iniciativa del nuevo Estatuto catalán auspiciado por Zapatero, formulado desde el PSC y con una andaluza, Manuela de Madre, defensora en el Congreso del mismo, como un documento constituyente de la nación catalana y que tuvo de la manera más educada y contemporanizadora que corregir con suma delicadeza meliflua el Tribunal Constitucional. Al final aquel estatuto, y no hay más que ver el bajo refrendo popular que obtuvo, no contentó a nadie, fomentando la radicalización nacionalista de CiU.

La actual crisis económica no ha hecho más que acelerar la salida aventurera de la otrora tan responsable formación  ante los problemas de estado aunque siempre la ejercitara bajo un cierto prisma fenicio. Hay que considerar que la deriva estrafalaria que Mas asumiera tenía sus causas, también, y sobre todo su origen, en el pésimo quehacer respecto a esta formación que iniciara el socialismo español.

Porque su extraña presencia en Cataluña, a través de un PSC, que es español los días que le conviene y la mayoría no, no ha dejado de favorecer, en su obsesivo enfrentamiento con el PP, las formulas   soberanistas sin saber decir no, como lo hiciera en Euskadi el PSE, a la propuesta de autodeterminación separatista. Pues su mal traída referencia al federalismo, pensada más en buscar su distinción del PP y en evitar contradicciones internas que en presentar una oferta seria, se autodestruía, y se dejaba arrastrar al campo del soberanismo por asumir a la vez que el federalismo la consulta de autodeterminación para la independencia, contradiciendo la esencia cohesionadora  del federalismo nada más enunciar éste. Una evidente contradicción que si algo dejaba en claro era que el socialismo catalán estaba dentro de la dinámica independentista del nacionalismo catalán e improvisando de la manera más visible. En esta postura tan poco socialdemócrata no es de extrañar el mínimo respaldo electoral alcanzado.

Sin embargo hay que constatar la importancia de la presencia separatista en el Parlament, además de la importante compresión, si no asunción, de sus reivindicaciones por parte de la izquierda, limitándose el reducto constitucional a un Citadans ya adulto y a un PP que estuvo en la pasada legislatura rompiendo un piñón con Mas. No sólo ante esta importancia del nacionalismo secesionista es necesario que se desarrolle un discurso legitimador de España como marco de libertad y democracia, propiciar un cierto debate político e ideológico, sino tener muy presente, no vayan los nacionalistas a proponer como democrática lo que no es más que un golpe de estado, las soluciones, efectivamente democráticas, aplicadas en el contexto occidental a la insistencia secesionista de una alguna parte de un territorio, no vaya a ser que en la improvisación se den los continuados errores que el malparado bloque constitucional ha ejercitado ante esta problemática en el pasado. Que solución como la prevista en la Ley de la Claridad canadiense no sea manipulada con la habilidad trilera que caracteriza la praxis nacionalista como ya hiciera Ibarretxe en su día. Es decir, es necesario superar la imprevisión de la que desde tiempos de Zapatero los gobiernos de España han dado muestra.

Es imposible que el estado democrático pueda hacer frente, por frustrado que haya acabado en esta ocasión el intento en el plebiscito catalán, a la dinámica política ejercitada por el nacionalismo periférico, sin ejercer un cierto ejercicio político argumentativo y de propuestas que supere la entrega benevolente de Zapatero o la pasividad de Rajoy.

Eduardo Uriarte Romero, 03/12/12