Arabia Saudí: la mano que mece la cuna del radicalismo

SERAFÍN FANJUL – ABC – 03/04/16

· La superpotencia petrolera se siente a salvo de yihadistas de Daesh y de refugiados por su férreo control interno.

· En la raíz Los extremistas musulmanes están financiados de modo directo o indirecto por saudíes.

La muerte de Abd en-Naser en setiembre de 1970 (con la consiguiente liquidación progresiva de los regímenes «socialistas» en Oriente Próximo), la dramática subida del precio del crudo desde el 73, junto a la explosión demográfica en toda la región y a un factor al que nunca renunciarán, en buena lógica, los saudíes (ser custodios y garantes de los Santos Lugares del islam), son todos elementos que facilitaron la irrupción de Arabia Saudí en el teatro del Oriente Próximo, disputando la influencia, la hegemonía o el dominio directo a potencias exteriores como la URSS de entonces o los Estados Unidos, y a otras de la misma área: Israel por un lado; Egipto, Siria e Irak por el bando árabe, siempre en fragmentación voluntaria; e Irán, en la otra orilla del Golfo.

Otros países, menores en tamaño, han basculado desde entonces en la zona de influjo y dependencia de los estados mencionados, a veces en difíciles equilibrios y piruetas por mantener, a la fuerza, dobles o triples enfeudamientos, como es el caso de Jordania.

Todo ese panorama ha exigido complicados juegos de alianzas e intereses cambiantes en los que alguno de los actores ha caído por intervención externa (casos de Irak, o ahora de Siria), o por consunción económica (caso de Egipto: el principal país árabe, siempre postrado por la pobreza). Pero Israel, por su evidente fortaleza que aquí no comentaremos, e Irán, han resistido a los embates de la penetración saudí por pasos y a los despliegues de revueltas «populares», azuzadas desde fuera y fundadas en razones objetivas internas (subdesarrollo, falta de libertad, carencia de horizontes para los jóvenes, etc.). El último de esos motines –tan antiguos como la misma existencia del islam– se conoce como Primavera Árabe y sólo constituyó un fiasco más, aunque bien aireado por los medios occidentales.

Blindaje ideológico

Nada de eso afectó a la monolítica dictadura saudí, una gran empresa familiar que se vale, desde los años treinta, de su control sobre La Meca y Medina, lo que implica dominio –o condicionamiento al menos– de las expectativas espirituales de los 1.300 millones de musulmanes del planeta. El férreo control político y policial, sin asomo de apertura de ninguna clase, no habría bastado para conservar al reino saudí al margen de los movimientos de masas, acicateados hoy en día por medios técnicos inimaginables hace sólo una generación.

Pero el hecho de proteger y estar protegido por el islam ha blindado la perpetuación del régimen; el islam real y con peso decisorio, no las ficciones moderadas inventadas por políticos y periodistas occidentales. La confluencia entre delito y pecado vuelve al transgresor no meramente enemigo político, sino réprobo y hereje a quien se puede exterminar impunemente.

También es cierto que los movimientos extremistas musulmanes, que operan desde el África subsahariana hasta Filipinas, están financiados, por vías directas o indirectas, por saudíes (desde luego, los Hermanos Musulmanes, Hamas, Al Qaida, Al Nusra o el Estado Islámico; por supuesto con el conocimiento de Estados Unidos, que ya ha probado los inconvenientes de intervenir en directo).

Pero esto sólo no bastaría para detener el terrorismo, alguna de cuyas facciones, esporádicamente, perpetra algún atentado en Arabia Saudí, por lo general de autoría confusa y de esclarecimiento más confuso aún. Pero este tipo de acciones, que suelen buscar la gran publicidad que ofrece la Peregrinación, viene más del lado de los chiíes, perseguidos sin piedad en el país. El último hito es la ejecución el 2 de enero pasado de 47 personas, con el líder religioso chií Nimr an-Nimr a la cabeza.

La irrupción de Turquía como potencia regional –también suní, como Arabia– ha venido a complicar más si cabe el forcejeo de tensiones, pues si a ambas interesa desestabilizar a Siria (de predominio chií, de ahí su alianza con Irán) y dejar al Irak desmembrado e inválido –por eso permiten la subsistencia del Estado Islámico–, la consolidación indefinida del autotitulado Califato ya no les conviene tanto, por constituir un contrapoder suní que rivaliza con ellas en la defensa de una sociedad y unas concepciones religiosas ultrarreaccionarias.

La brutalidad de la represión en Arabia Saudí, que es bien conocida en el imaginario colectivo de todo el Oriente Próximo, imposibilita la decisión de ningún refugiado sirio (pregunta retórica que, a veces, se formula en Europa) de acudir a albergarse en Arabia. No son los inmensos y agrestes desiertos los que «protegen» al país saudí de la ola de exiliados, es la certeza de lo que van a encontrar al final del camino.

SERAFÍN FANJUL ES MIEMBRO DE LA REAL ACADEMIA DE LA HISTORIA – ABC – 03/04/16