Aterriza como puedas

ABC 12/11/14
DAVID GISTAU

· No hubo actuación de ningún tipo, lo cual permitió al independentismo inferir que el Gobierno iba de farol

PARTE de mi resignación ante lo venidero se debe a la certeza de que ninguna nación europea habría salido indemne de la fatídica sucesión de dos presidentes como Zapatero y Rajoy. La única comparación posible, tomada de las vecindades españolas pero con características propias, tal vez sea el colapso italiano coincidente con el desmoronamiento de la Democracia Cristiana y los maxiprocesos de Palermo. Pero aun entonces refulgía la inteligencia malvada, terminal, de Andreotti. El Gobierno del PP está superando ahora sus propias marcas de mezquindad y sus instintos de supervivencia ramplona al desviar sobre la Fiscalía y el TC sus responsabilidades y sus inhibiciones. Así como la carencia absoluta de un propósito general de respuesta –aquel Plan que probaría la infalibilidad del Estado aparte de la filtración de dossiers de desacreditación– a los movimientos independentistas en Cataluña que vaya más allá del principio de conducta vertebral del marianismo: evitarse «los líos» y encomendarse a la esperanza de que las cosas se resuelvan solas o, cuando no se resuelvan, encontrar a alguien a quien colocarle el marrón. Después del 9-N, Mariano Rajoy ni ha hablado. A la espera de la comparecencia de hoy, ni siquiera lo ha hecho parapetado detrás de cualquiera de los burladeros habituales, un plasma, una ínfima digresión en una pregunta parlamentaria, unas señales de humo, un movimiento de abanico.

Pensé el domingo, y lo sigo pensando ahora, que irrumpir en el 9-N con furgonetas policiales habría sido una torpeza. Pero eso no quita que el Gobierno esté al pairo, paralizado salvo por una indigencia reactiva, siempre basada en improvisaciones, que depende de las sensaciones que le lleguen de la calle. Eso era el Plan. Para comprenderlo, basta con sintetizar la cadena de actuaciones. La parodia de consulta era una «charlotada». A pesar de ello, el Estado le concedió el prestigio de la impugnación. Una vez hecha, esta impugnación equivalía a un compromiso de actuación, a un reto autoimpuesto. No hubo actuación de ningún tipo, lo cual permitió al independentismo inferir que el Gobierno iba de farol y que haría cualquier cosa antes que arrojarse sobre un problema, hasta el punto de que Mas pudo macarrear con sus bravatas de díganle al Estado que aquí lo espero. ¿Cuál fue entonces la reacción? Regresar al primer supuesto: el 9-N fue una «charlotada», y si algo había que hacer, correspondía a otros hacerlo, en ningún caso a un personaje tan secundario como todo un presidente del Gobierno que está encerrado y con las persianas bajadas.

Ahora, y una vez comprobado el sentimiento de humillación de una parte de su electorado y de su partido, la siguiente improvisación del Gobierno será el intento de apropiarse y de conceder valor político a la querella de la Fiscalía. En eso están los voceros del marianismo, en trasladar las exigencias a ámbitos en los que no pueda interrumpirse el sesteo de Rajoy. ¿Hay alguien a bordo que sepa pilotar un país?