Aurelio Arteta:«El sentimiento dominante del nacionalismo catalán con España es xenófobo»

Entrevista a AURELIO ARTETA, ABC – 24/08/14

Aurelio Arteta
Aurelio Arteta

· Catedrático de Filosofía Moral y Política de la Universidad del País Vasco, para Arteta el nacionalismo es intrínsecamente perverso.

· Los muertos, los vivos y la justicia No estarán seguros los asesinados si se les olvida, ni los vivos si no se les hace justicia Formación del espíritu nacional La izquierda ha tolerado a los nacionalismos el uso de la lengua para la construcción nacional.

Es gracias a Aurelio Arteta que el último día de julio descubrimos el incomparable claustro soriano de San Juan de Duero, junto al río, que pasa manso, tras las tapias. Es gracias a Aurelio Arteta (Sangüesa, Navarra, 1945) que volvimos a pensar con plena conciencia en virtudes como la compasión o la admiración moral, tan poco cultivadas, por no decir desdeñadas, en tantos ámbitos, como el País Vasco. Es ahí donde Aurelio Arteta ha cultivado otra virtud que casi le cuesta la vida, la del coraje, la del valor.

Porque este catedrático de Filosofía Moral y Política en la Universidad del País Vasco, especialista en ética y marxismo, se la jugó no callándose cuando los asesinatos de ETA arreciaban (y por eso tuvo que acostumbrarse a vivir con escolta) y, siempre, entonces y ahora, por atreverse a señalar a los que con su complicidad, su silencio, su cobardía, su mirar hacia otro lado permiten que los crímenes se cometan y los asesinos y quienes les amparan puedan campar a menudo, con demasiada frecuencia, sin vergüenza.

Autor de libros que no han envejecido un ápice desde que fueron publicados, como «La compasión. Apología de una virtud bajo sospecha» (1996), «La virtud en la mirada: ensayo sobre la admiración moral» (2002), «El saber ciudadano» (2008) o «Mal consentido: La complicidad del espectador indiferente» (2010), en los últimos años ha perseguido con tanto denuedo como lucidez uno de los mayores ejemplos de la pereza a la hora de hablar y de pensar, el uso de tópicos, que tanto dicen de nosotros, de quiénes somos, de cómo razonamos. Sin haberse convertido en superventas, los dos volúmenes de «Tantos tontos tópicos « (2012) y «Si todos lo dicen. Más tontos tópicos» (2013), amén de sus celebradas series sobre el uso y abuso del archisílabo, le han empezado a dar a Arteta una visibilidad que el rigor de sus obras amerita.

Colaborador de diarios como «El Correo», «El País» o «Navarra Hoy», la víspera de nuestra cita a orillas del Duero presentó en la Fundación Duques de Soria su última serie de «tontos tópicos», y lo hizo metiéndose en camisa de once varas y caminos llenos de espinas. Uno de los que más le incomodan es uno de los que mejor le definen: «¡Pero no pretenderá usted convencerme!». Pues claro, de eso se trata, para eso hablamos, para eso intentamos persuadir mediante la palabra. Leyendo acerca de sus tópicos uno acaba adoptando la costumbre de morderse la lengua no sea que lo que va a soltar sea solemne majadería, porque como bien recordó en Soria «el tópico nos evita pensar por uno mismo. Los tópicos no son inocentes. Son pretextos para quedar bien», no en vano «son síntomas del clima moral de una sociedad». Caminando junto a Aurelio Arteta uno se hace preguntas incómodas. Y sin embargo es difícil encontrar a un hombre capaz de destilar, en medio de tantas razones para la pesadumbre, mayor humor, mejor ternura.

—«Ni siquiera los muertos estarán seguros si el enemigo vence y ese enemigo no ha cesado de vencer». ¿Cómo de pertinente sería la frase de Walter Benjamin aplicada al País Vasco ahora que la violencia explícita del tiro en la nuca y la bomba lapa ya no están y la pelea es por el relato?

—Los asesinados, desde luego, no estarán seguros si se les olvida. Pero, si a ellos no se hace justicia, tampoco estaremos seguros muchos de los vivos, porque habremos aceptado convivir entre nosotros sin confesar la complicidad activa o pasiva de una parte de esta sociedad. O sea, sin asumir la responsabilidad de todo el nacionalismo vasco, incluido el no-violento. Seguros de veras estarán sólo los nacionalistas y los que callan.

—Usted ha escrito sobre la responsabilidad del «espectador del mal», del que se mantiene al margen, del que oyendo gritar a alguien en medio de la noche no se levanta, del que viendo cómo maltratan a alguien en la calle cambia de acera y se aleja, esperando que sea otro el que intervenga. ¿Cómo de enfermo está un País Vasco que pretende pasar página sin examinar el abismo moral de las últimas décadas?

—El nacionalismo ya es una grave enfermedad política que origina en sus adeptos múltiples perversiones morales. Una de las más visibles es la xenofobia, el sentimiento de superioridad que nos incita a despreciar al otro y tenerlo por enemigo. Pero «espectador» es todo el que –pudiendo hacerlo sin un grave perjuicio– no quiere enfrentarse al causante del mal o al grupo que lo consiente o justifica (de amigos, trabajo, familiar, etcétera) por miedo a quedarse solo. Ni tampoco esa enfermedad de la cobardía aqueja en exclusiva al País Vasco, claro está. La complicidad silenciosa con los daños de otros nacionalismos, de tantas corrupciones, de fraudes tan colosales… ha sido diaria por parte de muchos y durante décadas (¡de democracia!).

—¿En qué medida el uso partidista de la lengua y de la historia como armas de formación del espíritu nacional en comunidades autónomas como Euskadi, Cataluña y Galicia han fortalecido la división, el victimismo, el mito?

—Ya se ha probado hasta la saciedad la deformación sectaria de la historia con ese objetivo. Se ha denunciado menos la política lingüística, la palanca principal de la «construcción nacional», que lleva aquí 30 años contando con el beneplácito de la izquierda. El nacionalista necesita recuperar, extender, recrear o incluso inventar su lengua. Y es que, a su juicio, sin una lengua propia no habría nación y sin nación no hay derecho de soberanía o de secesión. De ahí la contumacia en la educación forzosa del catalán en Cataluña o la presión social que en Euskadi conduce a los padres a matricular hoy a sus hijos en el modelo educativo en euskera, cuando la inmensa mayoría de esos padres y su ambiente ni lo conocen ni lo hablan. Es una mentira aceptada.

—¿Qué reforma considera más urgente para la sociedad española?

—Son tantas y tan decisivas… Pienso, desde luego, en la reforma de la Constitución que encuadre todas las demás. Me refiero a la reforma educativa desde la infantil hasta la universitaria (una vez más, pero en serio y sin concesiones al estúpido pedagogismo), del funcionamiento de la justicia, de la ley electoral, de la ley fiscal, de la financiación de los partidos, del Tribunal de Cuentas, de los abusivos mecanismos bancarios, qué sé yo…

—¿Qué libros han dejado una huella más honda en su formación intelectual y sentimental?

—Destacaré pensadores, más que alguno de sus libros. Ahí van: Aristóteles, varios estoicos, Hobbes, Marx, Tocqueville, Nietzsche, Hannah Arendt y otros que ahora siento olvidar. Y, entre los más próximos, Fernando Savater.

—¿En qué medida contribuyó el pensamiento de Marx a forjar su conciencia y conocimiento del mundo? ¿En qué medida sigue siendo útil su pensamiento para analizar la realidad?

—Me impresionó el humanismo de sus escritos juveniles, las muchas facetas de su teoría de la enajenación, su potencia para pensar una nueva Humanidad. Y todavía estoy convencido de que, sobre todo su análisis de la lógica de la mercancía, representa una herramienta utilísima para entender el mundo bajo el imperio absoluto del capital. Es decir, para descubrir y afrontar las formas de explotación e injusticias contemporáneas.

—Algunos nacionalismos se han servido del marxismo para vestirse de progresismo. ¿Cómo de falaz es ese matrimonio?

—Tuvo sentido que nacionalismo y marxismo se fundieran en los movimientos de liberación nacional contra las potencias coloniales. Pero hoy esa unión sería un enorme contrasentido, y en ese grotesco absurdo ha caído buena parte de la izquierda. Confundir la liberación nacional con la liberación económico-social, la lucha de tribus con la lucha de clases, el localismo con el universalismo, las categorías de la razón con las emociones del corazón, etcétera, no es señal de progresismo, sino de pensamiento y acción reaccionarios.

—Como candidato por UPyD a un cargo público en Navarra propuso el fin de los privilegios fiscales en el País Vasco y Navarra. ¿De qué hablamos cuando hablamos de federalismo? ¿De qué hablamos cuando hablamos de igualdad?

—Esos privilegios están fundados en unos falsos «derechos históricos» (porque la historia no engendra derechos) y mantenerlos en una democracia resulta escandaloso. Son derechos constitucionales anticonstitucionales, porque contradicen los artículos más básicos de nuestra Constitución. Y además funestos, porque desatan la envidia de las demás Comunidades y las enfrentan entre sí, como estamos viendo. Tales privilegios forales rompen la igualdad democrática, que es ante todo igualdad política; y producen también notables diferencias de prestaciones sociales entre los conciudadanos. ¿De veras queremos federalismo? El federalismo establece diferencias secundarias entre los Estados federados, pero igualdad en los derechos fundamentales de todos sus ciudadanos. Si la España actual adoptara esa fórmula política, las Comunidades tendrían que devolver al Estado federal las competencias en sanidad o educación, entre otras.

—¿Cómo acomoda su vida y sus tiempos vitales a la marea de internet, al ruido y los estímulos incesantes?

—Como soy muy torpe con esos artilugios digitales, me acomodo bastante bien: sé hacer con ellos lo justo para acceder a lo que me interesa o necesito. No quiero enredarme en redes y no aguanto los ruidos. El griterío, la música incesante. Los auriculares buscan ahuyentar el silencio interior, un silencio que nos da miedo porque nos deja a solas con nosotros mismos y nos obliga a pensar. Estar siempre conectado a algún aparato es procurar desconectarse de uno mismo. —¿Le cansa España, o mejor, qué le cansa de España?

—Me cansan muchos españoles: por su chulería, su ignorancia satisfecha, su cobardía política. Les gusta defraudar la ley y les cuesta pedir perdón.

—Hay un movimiento de revisión, incluso de tabla rasa, de la Transición. ¿Vuelven los impulsos de querer empezar de cero porque nos empeñamos en olvidar o leer la historia con anteojeras ideológicas?

—Hubo Transición porque unos y otros cedieron en parte de sus propósitos, y seguramente ha llegado el momento de recuperar algo de lo que cedimos. Y si a los protagonistas de entonces les movió sobre todo salir de una dictadura, hoy debemos responder a las exigencias de un régimen democrático. Que no están cumplidas, ni mucho menos.

—Se han difundido dos manifiestos ante el desafío del secesionismo catalán. Ambos parten de la constatación de que España vive un momento crítico. ¿Comparte ese análisis? ¿Estima, como Francesc de Carreras, que los dos son complementarios?

—España vive un momento crítico, sí, que podría haberse evitado o paliado si los sucesivos gobiernos hubieran querido afrontar antes el secesionismo catalán y el vasco. En lugar de eso, pactaron con los secesionistas para gobernar. ¿Que si son complementarios aquellos manifiestos? A lo mejor, con tal de que el segundo proclamara la naturaleza perversa de la ideología nacionalista y rechazara el absurdo injusto de un federalismo asimétrico.

—El nacionalismo catalán ha sabido crear una quimera que tiene fascinada a muchos que han convertido la idea de un nuevo Estado en un objetivo deseable. ¿Cómo se contrarresta un sentimiento?

—Me parece que el sentimiento dominante del nacionalismo catalán es el de superioridad moral y xenofobia frente al resto de españoles. Y puesto que todosentimiento nace de una idea, una percepción o un prejuicio, la única manera de contrarrestar ese sentimiento nacionalista sería reflexionar públicamente juntos sobre qué es la nación, la justicia política, la democracia, etcétera.

—¿Es el caso Pujol paradigmático del uso de la bandera para encubrir un comportamiento canallesco?

—Indudablemente. Es paradigmático asimismo de la hipocresía más brutal, del cínico culto a la personalidad, de la confusión entre ser antifranquista o nacionalista y ser demócrata. Pero, sobre todo, es paradigmático de esa «espiral del silencio» que consiente el mal por miedo a las represalias o a quedarse solo. Este escándalo ha dejado bien claro que quienes conocían de siempre las fechorías de los Pujol (políticos, empresarios, financieros, periodistas, etcétera) eran legión. Y dejaban hacer.

 

Fatigas españolas Me cansan muchos españoles: por su chulería, su ignorancia satisfecha, su cobardía política La confesión en el «oasis» catalán Quienes conocían de siempre las fechorías de Jordi Pujol eran legión. Y dejaban hacer ¿De qué tenemos tanto miedo? De quedarnos solos. Haremos cualquier cosa con tal de «ser de los nuestros»

 

—¿Cómo explica el fenómeno Podemos y en qué medida los dos principales partidos se han ensimismado y su conexión con la sociedad se ha ido haciendo más tenue? — Supongo que se trata de una lógica reacción contra el abusivo bipartidismo y su alejamiento de los problemas reales. Nos guste o no esa irrupción, espero que nos venga bien.

—¿No le han quitado el discurso de la boca a partidos como UPyD o Ciudadanos? ¿No deberían aliarse y demostrar que son partidos diferentes de los llamados «de la casta»?

—Creo que nuestro discurso se aleja mucho del populista. En cambio, en ambos partidos (UPyD y Ciudadanos) hay militantes partidarios de esa alianza desde el principio. Por lo mucho que se parecen entre sí y lo mucho que les separa de los partidos más al uso…

—Ha dedicado dos volúmenes al veneno de ciertos estúpidos tópicos morales y políticos, lugares comunes como «sé tú mismo», «es una persona muy normal», «nadie es más que nadie», «todas las opiniones son respetables», «bueno, es su cultura», «una cosa es la teoría y otra la práctica» o «condenamos la violencia venga de donde venga». Se han vendido bien, pero ¿qué arqueo hace y qué nos dicen esas frases hechas de nosotros?

—Esos tópicos manifiestan nuestra pereza para pensar por cuenta propia y nuestra cobardía para enfrentarnos a las creencias del grupo. Lo expresó bien Mark Twain: «Cada vez que se encuentre usted del lado de la mayoría, es tiempo de hacer una pausa y reflexionar». Por cierto, de esos volúmenes sí hubiera esperado que fueran libros de lectura para los estudiantes de Ética o de Educación para la Ciudadanía en los institutos. Ignoro si se le ocurrió siquiera a algún profesor.

—El Parlamento y su forma de trabajar parece un calco del miserable tópico «¡pero no pretenderá usted convencerme!». Da igual si los argumentos son de peso y persuasivos, porque al final primará lo que el partido diga lo que hay que votar, al margen de convicciones políticas y morales. ¿No es esa una penosa escuela de cinismo e inmoralidad?

—Un Parlamento no busca establecer la verdad acerca de nada, sino las leyes más convenientes para el país según el juicio de la mayoría parlamentaria. Ahora bien, esa tarea exige la argumentación y la deliberación, pero por regla general no se responde a las razones con otras razones, sino con huecas retóricas. Nadie pretende persuadir a nadie y las decisiones de cada partido vienen ya predeterminadas. Y cuando se acude a la votación, los intereses de cada grupo político pesan más que los argumentos esgrimidos.

—¿Por qué hay que recordar que es una falacia decir que se puede defender cualquier cosa con tal de que no se emplee la violencia o que todas las ideas son respetables? ¿Es que pocos escuchan, o demasiados pocos piensan de verdad lo que dicen?

—El tópico nace de no querer pensar, del deseo de abrigarse con el calor de «los nuestros». No es extraño que caiga en los peores dislates. Por ejemplo, que la violencia sea siempre mala, pero no el pensamiento que puede provocarla; que, en lugar de respetar a la persona –y a menudo a pesar de sus ideas–, debamos respetar sus más estúpidas ideas.

Entrevista a AURELIO ARTETA, ABC – 24/08/14