Autonomía y hegemonía

ABC 30/08/16
IGNACIO CAMACHO

· Gran parte del bloqueo institucional tiene que ver con el secuestro de la política por las jerarquías de partido

EN Estados Unidos, numerosos dirigentes y notables republicanos se han pronunciado en público contra la candidatura de Donald Trump. Algunos se niegan a respaldarla y otros incluso están dispuestos a votar por Hillary Clinton; consideran al magnate populista una amenaza para la nación y les importa más su país que su partido. Esta actitud patriótica, impensable en España, forma parte de una tradición de libre criterio que consolida la superioridad de la democracia americana y corrige los defectos del bipartidismo. En USA muchos políticos están convencidos de deberse ante todo a su conciencia y a su electorado territorial, lo que permite frecuentes rupturas de la disciplina de voto y obliga a un continuo esfuerzo transaccional que favorece la cultura del pacto. El concepto de la autonomía moral prevalece sobre la hegemonía de los aparatos de poder.

Por el contrario, gran parte del actual bloqueo institucional español tiene que ver con el secuestro de la política por las jerarquías partitocráticas. Ya no se trata sólo de la rigidez ideológica, que también, sino del control del sistema representativo por personas o grupos encastillados en la cúpula de las organizaciones. Los lobbies no existen aquí porque los han sustituido unas camarillas autoinmunes que deciden por cooptación. Y todo el que participa en la actividad pública sabe que no existe ninguna posibilidad de hacerlo al margen de la voluntad de los aparatchiks. El partido lo es todo: el medio, el fin, el cauce, el alfa y la omega. No existe otra política que la sectaria, la que emana de los gurús infalibles de las sectas.

Esa supremacía feudal explica el hecho fehaciente de que nadie en el PSOE sea capaz de cuestionar, con la independencia de los republicanos estadounidenses, la terca posición de Pedro Sánchez ante la investidura de Rajoy. Son muchos los socialistas teóricamente influyentes que en privado se muestran favorables a la abstención, pero no lo van a manifestar. Por tacticismo, por miedo a significarse o por una errónea idea de la cohesión orgánica y la lealtad partidaria. La mayoría ha dejado de creer en el liderazgo del secretario general, al que contemplan como un mediocre Capitán Achab empecinado en su propia obsesión; sin embargo ninguno se atreve a salir del cauce oficial. Temen la división del partido y priorizan la apariencia de unidad aunque los (y nos) lleve a la catástrofe.

En ese silencio del pensamiento crítico se ampara Sánchez para mantenerse a flote a costa de comprometer la estabilidad nacional. Sabe que los disidentes no se plantarán y aprovecha sus contradicciones. Los 308 días que llevamos sin Gobierno son los mismos que él lleva de más al frente de un partido cuyo destino ha requisado; sus reiterados «noes» son un «sí» a su supervivencia en precario. Pero el problema no es que sólo crea en su propio proyecto. El verdadero drama es que no haya quien se atreva a desbaratárselo.