AVISTAMIENTOS

DAVID GISTAU-ABC   

No sé hasta qué punto el lapsus es siempre la confesión de un pensamiento profundo que el cálculo social oculta

EL miércoles, la parte montaraz del Hemiciclo festejó con carcajadas un lapsus de Margarita Robles. La portavoz socialista se refirió a lo que España es en noviembre de 2017 como una dictadura, y no como una democracia, justo cuando trataba de legitimar ésta con las alusiones reglamentarias a la capacidad genesíaca de la Constitución. Fue de mucho reír. Fallos así sólo pueden superarse diciéndole Damián durante el coito a una pareja que se llama Manolo. 

No sé hasta qué punto el lapsus es siempre la confesión de un pensamiento profundo que el cálculo social oculta. Pero no me extrañaría en este caso. De hecho, el apoyo socialista, incluso matizado con una exigencia de reforma constitucional que hasta el ministro de Exteriores reconoce como un premio de consolación para el separatismo, se está volviendo casi antinatural. Porque las querencias del PSOE tal y como lo moldeó Zapatero –sectario, combativo, oportunista, hacedor único de una nueva Transición, capaz de imaginar espacios sociales excluidos en los que confinar a la derecha– reclamarían al partido que aprovechara para machacar al PP esta nueva pancarta que es la del zombi franquista que volvería a intervenir jueces por hipnosis para estupor de las buenas gentes de toda Europa. Casi se escuchan los crujidos del PSOE mientras se resiste a dejar sola a la derecha –Cs incluido– para que arda en ese «relato» posterior al 155 más ingrato que el anterior de la asonada nacionalista contra la libertad, la ley y la Constitución. Qué gigantesca baza electoral obtendría el PSOE si ayudara a marcar como franquista a todo aquello que queda a su derecha en el Parlamento. Sobre todo ahora que el sentido de emergencia nacional ha remitido y empieza a pesar más el de la desproporción carcelaria impuesto por la propaganda, ayudada por esa noción falaz, muy arraigada en la visión sajona, de que España será siempre una democracia a prueba, una democracia becaria que puede arruinar todos sus progresos con un solo porrazo a destiempo. Como quiera que, lapsus aparte, el PSOE sigue resistiendo esa tentación, habrá que congratularse. 

Lo más significativo del uso del comodín de Franco contra el Gobierno es comprobar lo mucho que amedrenta a éste, como si no estuviera tan seguro de los valores democráticos que ha de custodiar aunque sea con un empleo de la fuerza –Leviatán– al que no renunciaría ni una sola nación de las homólogas. Muchas veces hemos dicho que la izquierda trata de invalidar moralmente a la derecha en democracia adjudicándole una genealogía culpable e imposible de redimir. Resulta que a la derecha le horroriza esa misma genealogía, se siente cautiva de ella. Por ello, el Gobierno recibió la noticia del encarcelamiento de Junqueras y sus consejeros como un desastre estratégico y el miércoles, durante la huelga en Cataluña, prefirió rendirse a unas cuantas patotas juveniles antes que consentir ese único porrazo que bastaría a un editorialista sajón para anunciar avistamientos de Franco.