Basuras

Jon Juaristi, ABC, 26/5/12

Hay quien piensa que el análisis de la basura en sus componentes originales despertaría nuestro afecto por ella

LOS autores del expolio de la biblioteca Girolamini de Nápoles, descubierto esta semana —un grupo de empleados de la institución, cuyo Director parece haber actuado como jefe de la banda—, escondían los valiosos ejemplares sustraídos de las estanterías en otras secciones de los mismos depósitos. Un truco avalado por la literatura. En «El libro de arena», de Borges, el protagonista se deshace de un peligroso códice de páginas infinitas, perdiéndolo al azar entre los fondos de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires. Y es que a nadie se le ocurriría buscar un libro en una biblioteca.

Los libros robados en la Girolamini, biblioteca eclesiástica en la que consumieron sus días Vico —que vivía en la casa de al lado— y Croce, podían tener aún salida en el mercado clandestino (son ediciones de los siglos XVI al XVIII), lo que no es el caso del Codex Calixtinus de la catedral de Santiago, en paradero desconocido desde hace un año. La incuria y el caos que se han apoderado de algunas de las grandes bibliotecas europeas, en las que la rapiña parte a veces de los propios custodios, es un síntoma estupendo del desdén generalizado por la vieja cultura: por la espiritual, evidentemente, pero también por la material. Las antigüedades, tan valoradas en el período ascensional de unas clases medias ávidas de investirse de una finura que no poseían por nacimiento ni herencia, se han ido convirtiendo en desecho. Quizá sea culpa de un siglo entero, el pasado, con su producción en masa de bienes de consumo que devenían basura en cuestión de meses. Poco o nada de la cultura material de entonces conserva un aura imperecedera. Si acaso, exceptuaría lo que el poeta sevillano Fernando Ortiz pone a salvo en una soleá definitiva de su última entrega: «Que nadie se llame a engaño:/ lo mejor del siglo XX/ ha sido el cuarto de baño».

Sobre la basura se ha escrito desde los tiempos de Platón, que, en su Parménides, planteaba el problema de la existencia de ideas eternas correspondientes a «cosas que pudieran parecer bajas… como, por ejemplo, pelo, fango, basura, e incluso lo más vil e innoble». Es cierto que, antes de Platón, lo más vil e innoble había sido objeto de especulación filosófica en las escuelas de Elea y Éfeso, afligida la primera por el estreñimiento crónico y la segunda por la disentería, pero ni Parménides, ni Zenón ni Heráclito se atrevieron a llamar por su nombre a aquello que todavía Platón evitó designar con los términos griegos populares —aunque malsonantes— que le convenían: kópros y skatós.

Por mucho que el problema se debatiera, jamás llegó a fraguar lo que Gustavo Bueno llamó una «metafísica de la basura». Quizá por eso los de Bildu, que son lo más presocrático que tenemos en España, han instado al personal, allí donde gobiernan, a analizar la basura en sus componentes distintivos. No es una iniciativa absurda, por más que lo parezca. Se trata de devolver aquélla, indiferenciada y uniforme en su heterogeneidad, a un estado prístino, anterior a su conversión en basura propiamente dicha. Sólo analizando la basura se podrá comprender afectivamente la basura: una perfecta metáfora de lo que los de Bildu pretenden que hagamos los demás con su propia historia. Pero ni perfumándola…

Jon Juaristi, ABC, 26/5/12