CARMEN MARTÍNEZ CASTRO-EL DEBATE
  • Después de casi seis años en el poder Sánchez, no ha conseguido afianzar una posición; su gobierno es agónicamente disfuncional y cada cita electoral es a vida o muerte
Hace un par de días tuve ocasión de preguntar al exprimer ministro portugués, Antonio Costa, por las razones que han permitido a su país permanecer inmune durante tanto tiempo al virus de polarización que está destrozando la convivencia en todas partes. Costa señaló, no sin ironía, que siendo Portugal un país tan pequeño no tienen espacio para aventuras secesionistas y luego apuntó al bipartidismo como una eficaz protección contra la radicalidad.
Esa misma noche, Felipe González compareció en El Hormiguero. Sería injusto reducir su aldabonazo televisivo a un mero ajuste de cuentas personal con sus sucesores porque entre las pullas que fue soltando a discreción, González vino a defender un PSOE que hoy no existe, un partido anclado en la centralidad y capaz de concitar grandes mayorías como aquellas que él logró. La última vez que los socialistas se acercaron a ese registro mágico de los 170 escaños fue en 2008 con Rodríguez Zapatero y desde entonces no se han recuperado. Es fácil entender la animadversión de González contra sus sucesores, es la propia de los viejos patriarcas cuando ven a sus hijos y nietos dilapidar la herencia familiar sin el menor recato. Si Felipe González hizo grande al PSOE al apartarlo del marxismo, Zapatero y Sánchez lo han hecho pequeño al alejarlo de la socialdemocracia.
Sánchez ha tenido todo en su mano para reconstruir ese partido de grandes mayorías: tiene el gobierno, maneja el BOE, ha podido repartir cargos e ingentes cantidades de dinero que ningún otro gobernante ha tenido a su disposición, ha disfrutado de la ventaja de enfrentarse a una derecha dividida y por si todo esto no fuera suficiente, cuenta con una legión de periodistas dispuestos a defender sin empacho que hacer negocios privados desde Moncloa no solo es lícito sino ejemplar.
Pero nada de esto ha sabido aprovechar en beneficio de su partido, que no levanta cabeza a pesar de los sortilegios demoscópicos de Tezanos. Salvador Illa es hoy la única esperanza de mejorar la misérrima cuota de poder territorial del PSOE. Después de casi seis años en el poder Sánchez, no ha conseguido afianzar una posición; su gobierno es agónicamente disfuncional, como hemos visto esta semana y cada cita electoral es a vida o muerte.
Su nuevo objetivo vital después de haber construido el muro de la investidura es comerse a sus compañeros a ese lado de la pared superándoles en radicalidad. Se trata de lograr que en cualquier elección de ámbito nacional los votantes de ERC, de Sumar o de Podemos se sientan mejor representados por Sánchez que por los minions que sustentan su mayoría parlamentaria. ERC ya ha sucumbido a esa OPA política y Yolanda Díaz va por el mismo camino.
Pero el voto útil de la extrema izquierda no serviría de nada a Sánchez si la derecha votara con ese mismo sentido práctico. Todavía hay muchos votantes de derechas que prefieren celebrar los exabruptos de Milei contra Begoña Gómez, que castigar a su marido donde más le puede doler, que es con una derrota abrumadora en las urnas. Igual así empezábamos a desandar una deriva de polarización cuyo principal beneficiario ha sido siempre Pedro Sánchez.