Bo-Bos

DAVID GISTAU – ABC – 30/09/15

· El drama de la España actual es la gente que se sintió excluida de ese otro perímetro de seguridad cuyo proveedor es el Estado.

El tránsito liberador en mi existencia fue el que me convirtió en burgués. Pero burgués «Bo-Bo». Burgués sin complejo de culpa por los golpes que la vida no le ha dado y sin necesidad de sentirse más grande y más colectivo que uno mismo mediante tentaciones aventureras como las que a veces afectan a la burguesía de Convergencia. Burgués como para detenerse ante los escaparates por una curiosidad referida a la decoración de interiores. Sé que eso me hace poco interesante, de hecho, me hace invisible a las buscadoras de malditos con aire a Jim Morrison. Pero es descansado.

Darse uno por más o menos concluido y vivido, leer más ensayos que novelas, y dedicarse a sus dependientes, a proveer, a fabricar para ellos un perímetro de seguridad que de vez en cuando alcance el mar. Hasta los viajes, antaño intrépidos, con repelentes para insectos y todo, se me hicieron culturales y gastronómicos, apenas algo etílicos, sólo un poquito eróticos. Lo ideal: una gran velada de boxeo como pretexto, si es Nueva York.

Este temperamento aplacado me hace denostar el patriotismo de bombo y antorcha, de unidad de destino. Creo en el sentido de pertenencia heredada, en el que me reconozco al tiempo español y francés. Pero no desprecio el relato vocinglero y mesiánico del nacionalismo porque parta de un antagonismo con España: lo desprecio de forma categórica, lo desprecio como anomalía europea, como vampiro del siglo XX con la estaca mal clavada. Me resulta horrísono como una ristra de latas atada al parachoques de unos recién casados.

Por eso, el voto del 52% catalán me gusta interpretarlo, no como una demostración patriótica, de nacionalismo de contrapeso, sino como la inteligente evidencia de que en Cataluña hay personas inmunes a la insensatez aventurera. Personas que, a la hora de emitir un voto, hacen un proceso mental más prosaico y tedioso que la verborrea gloriosa de los propietarios de un destino y de un bombo. Personas que no hacen exhibicionismo callejero ni se ponen de acuerdo para gritar consignas en los estadios en un minuto previamente acordado.

Personas que calibran de qué modo se verá afectado su perímetro de seguridad personal y si merece la pena convertir en incertidumbres épicas los espacios de oportunidad ya conseguidos para su familia. Es mucho más aburrido que ir por la vida de patriota a quien han usurpado su nación. Pero creo que el ideal europeo consistía precisamente en darnos ese tipo de aburrimiento fértil, después de todas las emociones cuyo legado fueron los millones de muertos y las bellas ciudades destruidas.

El drama de la España actual, predispuesta a volverse cliente de los traficantes de emociones colectivas –buhoneros como los del crecepelo milagroso–, es la gente que se sintió excluida de ese aburrimiento. De ese otro perímetro de seguridad cuyo proveedor es el Estado. El rencor por esa pérdida lo explica todo. Cada uno de los monstruitos redentores que se desplazaron de la periferia al centro mismo de nuestro porvenir.

DAVID GISTAU – ABC – 30/09/15