Brotes de normalidad

La permisividad con la propaganda de ETA ha sido tal que los terroristas llegaron a creer durante muchos años que las calles eran suyas. Porque la presión del matonismo terminaba por imponer su presencia hasta que la voluntad política de derrotar a la banda en todos sus frentes ha ido haciendo mella en el paisaje de Euskadi.

Veinticuatro horas después de que un responsable de la lucha antiterrorista me reconociera que los presos de ETA desvinculados ya de la banda y de sus abogados se van haciendo a la idea de que la salida de su laberinto deberá ser individual o no será, Maite Pagazaurtundua ponía el acento en el nudo gordiano. Si alguien está arrepentido, precisaba la hermana de Joseba, asesinado hace siete años, «tendrá que buscar la colaboración con la Justicia y que todo esto cese». Como lo hace desde hace tiempo el ex dirigente de ETA y expulsado de la banda desde 2008 ‘Txelis’, que ha colaborado con las autoridades para forzar las contradicciones en el colectivo de presos.

Ese sería el proceso normal en una sociedad democrática. En Euskadi, la izquierda en torno a ETA tiene que asimilar que ya pasó el tiempo de las trucos y las trampas con señuelos de intercambios políticos. La aplicación de la Justicia es lo que esperan las víctimas del terrorismo que siempre han considerado una perversión el ofrecimiento a los ex etarras de un premio por dejar de matar . Desde que llegaron los socialistas a Ajuria Enea, apoyados por el PP, el cambio hacia la normalidad democrática con la lucha antiterrorista como banderín de enganche se ha convertido, a pesar del escepticismo, cuando no las críticas de muchos nacionalistas, en el motor del Gobierno.

Euskadi en fiestas suele ser un termómetro del grado de intoxicación radical con el que se han desarrollado los jolgorios patronales de los últimos años. Demasiado tiempo en el que se aceptaba a los presos como aval de compañía, se designaba a los chupineros de turno por sus lazos familiares con el mundo radical o se usaban los recintos festivos para jalear a la ETA. El año pasado se empeñó el consejero de Interior, Rodolfo Ares, en retirar los símbolos de exaltación del terrorismo por los alrededores de la Virgen Blanca antes de que los vitorianos comenzaran a disfrutar de su fiesta. Y se montó la polémica. Pero siguió el mismo plan en otros pueblos. El pulso fue de considerable intensidad entre los propagandistas de la violencia y el Gobierno vasco. Tan insistente que los responsables de la Ertzaintza dijeron que si los radicales volvían a colocar sus carteles retirados, ellos los quitarían cien veces. Y fue necesario hasta que, al cabo de meses de persecución policial y judicial y una fuerte campaña de deslegitimación de la violencia, la propaganda etarra empezó a decaer de forma desigual, pero continuada.

La publicidad sobre sus presos se ha ido difuminando en muchas localidades vascas, incluida Hernani, cuna del presunto asesino de Joseba Pagazaurtundua. Esa burbuja «tan insensible con los perseguidos como entregada a los asesinos», como la define Maite, la hermana de Joseba, ya no tiene su plaza endomingada con fotos de los encarcelados. La otra cara de la moneda es la recaudación para los presos: en un día de fiestas, las txosnas reunieron 6.000 euros de vellón. En Vitoria, Celedón ha bajado hasta una plaza abarrotada en la que no cabían ni las banderas.

Aun así, el cambio, aunque lento, se va haciendo palpable en los rincones festivos después de muchos años en los que los rostros de los terroristas decoraban el mobiliario urbano junto a la imagen de los amenazados señalados con una diana. La permisividad con la propaganda de ETA ha sido tal que los terroristas llegaron a creer durante muchos años que las calles eran suyas. Porque la presión del matonismo terminaba por imponer su presencia hasta que la voluntad política de derrotar a la banda en todos sus frentes ha ido haciendo mella en el paisaje de Euskadi.

Cuando se apagaron las luces de la Semana Grande bilbaina en 2009, el concejal socialista Txema Oleaga se preguntaba si no habría que actuar en consecuencia cuando se les pidiera responsabilidades a las comparsas después de los actos vandálicos que se desarrollaron en el recinto festivo. Y el alcalde Azkuna se puso a trabajar en la misma clave. Un año después, y cuando faltan tan solo días para que comience la Aste Nagusia, dos comparsas han topado con el veto municipal por haber hecho, en la pasada edición, apología de ETA. La recuperación de la normalidad en Euskadi avanza lentamente.

La selección española de baloncesto ha jugado en Vitoria, tras 22 años de veto, con Marc Gassol marcando su primera canasta mientras los independentistas que protestaban en la calle no lograban superar la mitad de aficionados que llenaron el Buesa Arena. Con brotes como el desarrollo de las primeras fiestas y la decisión de que el País Vasco vuelva a acoger la Vuelta Ciclista a España, la salud maltrecha que presentaba el clima político da signos de reparación.

Estos días la familia Korta ha recordado al empresario asesinado por ETA hace ya diez años. Los allegados del que fue presidente de los empresarios guipuzcoanos han trabajado duro por mantener viva la memoria y su espíritu. Ellos mismos se habrán dado cuenta de que desde que un desconsolado Román Sudupe, del PNV, reaccionara al atentado con la exclamación de que el asesinado era «uno de los nuestros» se ha avanzado en la superación de la distinción de las víctimas. Los constitucionalistas (socialistas y populares) han pagado un alto precio porque han tenido que enterrar a muchos de los suyos, víctimas de la limpieza ideológica de ETA. Por eso han mostrado más generosidad que ningún otro colectivo al identificarse con el dolor de quienes lo han perdido todo. Sin mirar carnés. Ni los suyos, ni los nuestros. Tan sólo reclamando la justicia que merece una sociedad que ha vivido agarrotada por la amenaza y el miedo.

Tonia Etxarri, EL CORREO, 9/8/2010