Calibre 22

ABC 21/01/15
DAVID GISTAU

· Mientras se dispara el juego de las intrigas sobre la muerte del fiscal Nisman, lo único cierto es la feroz guerra de facciones en el servicio secreto argentino

DESPUÉS de una torsión argumental, resulta que el principal sospechoso de la muerte de Alberto Nisman es Alberto Nisman. Más allá de las pruebas periciales, el periodismo oficialista dedicó la jornada de anteayer a proponer móviles para el autocrimen, que irían desde su endeblez psicológica para soportar la presión hasta el ridículo que se disponía a hacer, por falta de pruebas, en su comparecencia parlamentaria, donde el kirchnerismo le tenía preparado un recibimiento patotero bien resumido por un portavoz con una imagen tomada del fútbol: iremos «con los tacos por delante». Todo ello mientras la presidenta Fernández de Kirchner permanecía desaparecida hasta las 21.00 horas –cuando se manifestó vía Facebook, como Justin Bieber–, presa de uno de esos bloqueos ansiosos que ya la neutralizaron en ocasiones anteriores, cuando Néstor, aún vivo, la auxiliaba asumiendo la toma de decisiones.

Que el gobierno y sus terminales se hayan afanado en dispersar sospechas no confirma en absoluto la supuesta autoría que la oposición y una parte de la sociedad argentina estuvieron tentadas de atribuirle de modo automático. De hecho, quienes manejan conjeturas que basculan entre el asesinato y el suicidio inducido bajo amenaza de matar a una de las hijas del fiscal admiten al mismo tiempo que los urdidores de la operación contaban con que la opinión pública tardaría medio minuto en volverse contra la inquilina de Olivos. Esta hipótesis, una más entre las muchas que han entrado en ebullición, apuntaría a la tradición porteña del golpe encubierto, dirigido en esta ocasión contra un gobierno que de todas formas está en estado terminal como tal e incluso como corriente interna del peronismo: el kirchnerismo no ha fabricado un eslabón de continuidad, e incluso antiguos miembros basan ahora en la confrontación directa todas sus bazas de futuro en la siguiente mutación peronista.

Mientras se dispara el juego de las intrigas, algunas de las cuales señalan incluso a los servicios iraníes, lo único cierto es la feroz guerra de facciones del servicio secreto (la mítica SIDE, rebautizada como SI) en la que participan personajes como el recién destituido Stiuso, que llevan urdiendo tramas en profundidad de periscopio desde los tiempos de la dictadura. En la facción antagonista, acaba de ser destapada la identidad de Bogado, la voz de la que disponía Nisman en las grabaciones en las que basaba su denuncia de encubrimiento y que recogen conversaciones con los iraníes en las que se hablaba de sepultar el caso de la AMIA y de revocar las órdenes de captura contra funcionarios de Irán vinculados a Hezbolá. En lo que respecta a la comunidad judía, se extiende la frustración por una impunidad vieja ya de dos décadas contra la cual luchaba Nisman y que queda perfectamente sintetizada por aquella frase cruel del menemismo –señalado luego como cómplice– según la cual la AMIA debía ser investigada sólo porque algunos «argentinos cristianos» que pasaban por ahí sufrieron también el coche bomba.