José Alejandro Vara-Vozpópuli

La anécdota del brindis de la Princesa y la Infanta, fuera del programa, fue algo más que una estudiada improvisación. Fue una señal de que se viven tiempos de mudanza. Hay cambios en la Familia Real

No lo consiguió. La foto del fiscal general del Gobierno alargando desesperadmente el brazo para rozar la yema del dedo índice del presidente, sentado en la fila de delante, no eclipsó la que fue la imagen de la jornada. Alvarone lo intentó, casi se descoyunta en su pirueta servil hasta lograr el contacto epidérmico con su jefe, ¿de quién depende?, pero la potencia luminosa de las hijas del Rey con su ingenua frase de «Mamá, papá, Majestades, perdón nos colamos», en pleno almuerzo en Palacio, se ha convertido en el icono inaugural de una nueva era en el proceloso discurrir de la Corona.

No fue Sánchez el protagonista, aunque lo intentó, como siempre que coincide con el jefe del Estado. Era la jornada del Rey, que cumplía diez años desde su proclamación, una década desbordada de dramas y de prodigios, de incontables putadas y de algún que otro milagro. Un decenio de angustias personales, terremotos familiares, sacudidas políticas, asonadas golpistas, puñaladas traidoras y un rosario de episodios adversos con rostro de pesadilla.

No es que los peligros hayan desaparecido. Al contrario, resulta imposible que la Corona se tome un minuto para recuperar el aliento. Pero se ha percibido un cambio en el guion. Hay claros signos de mudanza en los usos, en comportamientos y hasta en el formato de las comparecencias de los miembros de la Familia Real. Ley de vida. El relevo en la Jefatura de la Casa señala el ritmo de esta metamorfosis, que no es menor. Se fue Jaime Alfonsín, después de tres décadas acompañando a don Felipe y ha tomado el relevo Camilo Villarino, experimentado diplomático, con algún pasaje incómodo en su pasado (que le costó el cargo, cuando ejercía de jefe de Gabinete de la ministra de Exteriores González Laya), con enorme agenda internacional, audaz y prudente, al decir de quienes lo han tratado.

Se topó con el quinquenio más terrible desde la restauración democrática, con un presidente autocrático que lo envidia, lo desprecia, le jibariza la agenda, lo arrincona en público, lo maltrata en privado

Nuevos aires en Zarzuela y nuevos vientos en la Institución. La expresión más palpable fue este miércoles, el día del jubileo. La anécdota del brindis de la Princesa y la Infanta, fuera del programa, fue algo más que una estudiada improvisación. Fue una señal de que se viven tiempos de mudanza. La otra cara de ese puñado de austeras fotografías que distribuyó la Casa, con un Rey cejijunto, en su oscuro despacho, sumido en pensamientos brumosos mientras ojeaba papelotes de utilería. Compaginar esas dos escenas, el brindis y las instantáneas, es la clave de los nuevos tiempos. Bye, bye Emérito, bienvenida Leonor. El pasado queda muy atrás, el futuro está ya en la puerta. Don Juan Carlos es un recuerdo para la Historia, una página gloriosa embadurnada de mugre final. La Princesa es la realidad que se abre camino con la potencia de una sonrisa joven y un espíritu de combate, como el de su padre, hermosa como la felicidad, firme como la esperanza.

Coordinar este tránsito no es tarea fácil. Nada le ha resultado fácil a Felipe VI. Recibió una herencia diabólica y, cuando ya tocaba remanso y serenidad, se topó con el quinquenio más terrible desde la restauración democrática, con un presidente autocrático que lo envidia, lo desprecia, le jibariza la agenda, lo arrincona en público, lo maltrata en privado, le hurta información y lo quiere desalojar del trono en sus ensoñaciones republicanas.

«Es una esponja, lo asimila todo, aprende rápido, disfruta con sus obligaciones, no escurre el bulto, cumple como la que más, es divertida y muy inteligente»

Garantizar la continuidad de la dinastía, asegurar la sucesión, es una de las labores prioritarias del monarca. La incorporación de Leonor a la vida militar ha supuesto un paso fundamental en este camino. Se ha podido descubrir a una Princesa hasta ahora desconocida, resuelta y risueña, con desparpajo para portar un arma, arrastrarse por los charcos, cargar impedimenta, bromear con sus pares, cumplir y obedecer. En línea con ese «Servicio, compromiso y deber«, elegido por su padre para este X aniversario.

Concluido su paso por la Academia Militar de Zaragoza, la Princesa se incorporará a la Escuela Naval de Marín, donde embarcará como guardiamarina en el buque escuela Juan Sebastián Elcano. Esfuerzo y aventura. Y después, a volar en San Javier. «Es una esponja, lo asimila todo, aprende rápido, disfruta con sus obligaciones, no escurre el bulto, cumple como la que más, es divertida y muy inteligente», comenta una de las personas que circulan muy cerca de la Heredera en estos meses de formación castrense.

Estos cambios en la Casa se advierten también en las apariciones del Rey, en sus intervenciones públicas, en sus palabras y sus discursos. El que pronunció el miércoles, ante una representación de españoles de a pie, premiados por su contribución a la sociedad en distintos ámbitos, se caracterizó por una tajante transparencia y una celebrada fluidez. Alivia sus mensajes de retórica vana y despoja a sus frases de toda sonoridad impostada. Es más claro, más accesible, más llano, desnudo de esa indigesta quincallería ornamental. Solemnidad cuando toca y sencillez cuando corresponde.

Ahí está la Reina, aunque lesionada, siempre al quite. Letizia también hizo cambios en su equipo. Incorporó a Dolores Ocaña al frente de su secretaría. Poco se sabe de su accionar. Quizás sea bueno

Ahora se trata de transmitir no sólo gestos sino emociones, como prescriben todos esos pregoneros del marketing. Esto es, de llegar a la gente, ahondar en el territorio de la sensibilidad, humanizar el inevitable hieratismo de personaje. Ahí está la Reina, aunque lesionada, siempre al quite. Letizia también hizo cambios en su equipo. Incorporó a Dolores Ocaña al frente de su secretaría. Poco se sabe de su accionar. Quizás sea bueno.

El Jefe del Estado entra en el segundo decenio de su reinado con el deber de consolidar una monarquía parlamentaria que empieza a recuperar el aprecio popular perdido mientras, a su lado, el gran narciso del progreso se afana por conducir en dirección contraria para levantar un régimen totalitario sobre las ruinas de la Transición. El pulso se tensa. El combate es duro. «Sánchez pasará, la monarquía constitucional perdurará». Cayetana dixit.