CAPITALISMO/SATÁN

DAVID GISTAU-ABC

Lo innovador es que los mismos extremistas sean al mismo tiempo los agitadores y la autoridad contra la cual agitan

DE creer lo expresado por diferentes zarandajas de la reserva moral de la izquierda, el capitalismo tendría la culpa tanto del asesinato del niño Gabriel como de la muerte debida a una enfermedad congénita de un mantero senegalés en Lavapiés. Después de leer ciertas cosas, lo único que se puede hacer es ir al armario a elegir chaqueta para asistir a la misa funeral por la inteligencia, muerta en el transcurso de un linchamiento.

La hipótesis de García Montero trata de preservar una suposición de bondad rousoniana atribuida a una infanticida confesa que todavía, mientras trasladaba de aquí para allá el cadáver de un niño en el maletero, lo insultaba como si quedara algún daño por hacerle. Hay que pedir que, en lo sucesivo, los psicópatas sean varones blancos de mediana edad. Porque, como aparezcan disfrazados con al menos dos identificaciones de las minorías protegidas –género, raza, clase, peripecia social–, los patrulleros de la infalibilidad de izquierdas se hacen la picha un lío y tienden a empatizar. Eso sí, muy liada hay que tener la picha para descargar de culpa en nombre de sabe Dios qué delirios neomarxistas a una asesina confesa como la de Gabriel. Para lograrlo, el capitalismo ha de ser consagrado como una superstición, como un demonio que en las tostadas se manifiesta obeso y con chistera y que somete a posesión a mujeres ejemplares que, contra su voluntad y chillando en arameo, cometen crímenes horribles. Para evitar que esto vuelva a suceder, sugiero a García Montero que se vista con un alzacuellos como en «El exorcista» y salga a los caminos para sanar a los poseídos por el capitalismo aplicándoles, no la Biblia, sino los libros sagrados de Marx.

Ese mismo demonio, el capitalismo, fue el culpable de que un senegalés cayera fulminado por un infarto sólo para llevar el caos al mundo a través de la prédica falaz de los antiprofetas. Del episodio de Lavapiés no ha de sorprender que una invención de connotaciones sentimentales sirva para lanzar una operación de «agit-prop». Esto ya lo hemos visto muchas veces y volveremos a verlo. Tampoco sorprende la autoindulgencia podemita después de difamar a los policías que trataron de salvar al mantero en un rebrote de esa naturaleza disimulada por la cual Errejón firmaba sus mensajes insurgentes con un ACAB (All

Cops Are Bastard) e Iglesias aseguraba disfrutar cuando veía en la tele palizas a policías en Neptuno. Lo que en este caso de verdad resulta innovador es que los mismos personajes extremistas sean al mismo tiempo los agitadores y la autoridad contra la cual agitan. Al menos en el ámbito municipal, ya que municipales –es decir, jerárquicamente dependientes de ellos– eran los policías sobre los cuales montaron el bulo para llevar violencia a las calles. Visto el apoyo de la alcaldesa, debe de resultar muy estimulante y agradable ser policía municipal en Madrid e ir hoy al curro. Consuélense al saber que unos curanderos les están extirpando el capitalismo.