Carnaval de máscaras

Se defiende el Parlamento Vasco, pero se mantiene el discurso de que el Estatuto de Gernika está muerto. Se defiende con todo ahínco el Parlamento Vasco, pero se sigue con el discurso de que este marco jurídico e institucional, una de cuyas piedras angulares es precisamente el Parlamento Vasco, no sirve, y se debe buscar uno nuevo, distinto. ¿Qué estarán defendiendo quienes salgan a la calle a defender el Parlamento vasco, en caso de que exista alguna convocatoria para ello?

Es curioso: otra vez parece encaminarse la política vasca a un desenlace final, no se sabe si fatal. El enfrentamiento entre el Tribunal Supremo y la mayoría del Parlamento Vasco, representada por su presidente y por quienes conforman esa mayoría en la Mesa del Parlamento y en la Junta de Portavoces, parece no tener otra salida que la del enfrentamiento institucional. Quizá algunos esperen que ese enfrentamiento sea indirecto, especulando con que al final se convertirá en un enfrentamiento entre el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco y el Tribunal Supremo.

Sea lo que sea, lo más seguro es que no se trate del desenlace final, ni del desenlace fatal. No es la primera vez que la política vasca se encuentra en situación parecida. Es más: parece que uno de los hilos conductores de dicha política consiste en llegar una y otra vez a ese punto de decisión inevitable. Y siempre se ha puesto de manifiesto que había un después, igual que el antes, pero que en definitiva no había pasado nada.

A no ser que, de tanto ir el cántaro a la fuente, termine por romperse. A no ser que resulte que una vez sí va a ser la definitiva. Por cualquiera de los dos caminos: porque, como bien me recordaba un entrañable amigo, el nudo gordiano acabó siendo cortado, por la espada de Alejandro. O porque el nudo se disuelve en la nada, porque se muestra como lo que es, algo bastante artificial que recibe todo su peso amenazador de la existencia de la violencia terrorista.

Sea como sea, y pase lo que pase, algo llama la atención, aunque no se sabe si será lícito interpretarlo como algo realmente bueno. Izquierda Unida y Eusko Alkartasuna han manifestado la conveniencia de movilizar a la ciudadanía vasca en defensa de sus instituciones, en defensa del Parlamento vasco. ¿Significará ésto que el discurso de la muerte del Estatuto ya no está en vigor? ¿Significará ésto que ha sido necesario todo este viaje para que al final se comience con el inaplazable trabajo de desarrollar un discurso de legitimación de las instituciones vascas nacidas del Estatuto de Gernika? ¿Significará ésto que, indirectamente, se está asumiendo el ordenamiento jurídico -Constitución y Estatuto- con su división de poderes y todos los demás elementos que se aportan al debate?

Es probable que esté soñando. Lo más seguro es que quienes están proponiendo una gran movilización de la ciudadanía vasca por la defensa de las instituciones propias no están pensando en términos de legitimación del Estatuto. Probablemente quienes quieren movilizarnos en defensa del Parlamento vasco no están pensando en que si el Parlamento vasco existe y posee algún significado institucional lo es gracias a que está encuadrado en un ordenamiento jurídico compuesto por la Constitución española y por el Estatuto de Gernika.

Más bien creo que verán al Parlamento Vasco, a éste, al realmente existente, con sus competencias y limitaciones, con sus posibilidades e imposibilidades, como emanado de la soberanía originaria, en camino a convertirse por virtud de esa soberanía originaria en un Parlamento vasco que represente a la totalidad de los territorios vascos por historia, tradición y huellas lingüísticas.

Es decir: probablemente lo que quieren defender es algo que existe en el vacío jurídico, en el vacío constitucional, en el vacío institucional, vinculado única y exclusivamente a una voluntad capaz de interpretar la historia en términos de soberanía original. Y no les importan los vacíos, ni jurídicos, ni constitucionales, ni institucionales. ¿Qué importa todo ello ante la fuerza de la voluntad de un pueblo definido como tal por una supuesta mayoría, capaz de leer en la historia lo que haga falta para justificar esa misma voluntad?

No sé si uno de los prohombres del derecho moderno, Hans Kelsen, estaría de acuerdo en conceder tan poca importancia a esos vacíos. Más bien creo que su esfuerzo estuvo dirigido a llenarlos con el propio derecho que se fundamenta a sí mismo para no dar cabida ni a la metafísica de los derechos naturales, ni a las sustantividades históricas con pretensión de estar fuera de la configuración jurídica positiva.

Se defiende el Parlamento Vasco, pero se mantiene el discurso de que el Estatuto de Gernika está muerto. Se defiende con todo ahínco el Parlamento Vasco, pero se sigue con el discurso de que este marco jurídico e institucional, una de cuyas piedras angulares es precisamente el Parlamento Vasco, no sirve, y se debe buscar uno nuevo, distinto. ¿Qué estarán defendiendo quienes salgan a la calle a defender el Parlamento vasco, en caso de que exista alguna convocatoria para ello?

Pero no es ésta la única máscara con la que cuenta la política vasca. Hay una segunda máscara que consiste en esconder intereses partidistas tras la advocación de luchar contra el terrorismo y la violencia. Si existe algún chantaje abominable, ése es el que se lleva a cabo bajo la invocación de los fines más nobles, más irrenunciables, más éticos. Algo de esto ha pasado en Navarra: no es inimaginable pensar que en algunos municipios, en aquellos en los que se ha arrebatado a UPN la alcaldía siendo esta fuerza la más votada, haya existido una hartazgo bastante generalizado con la forma de actuar de los alcaldes de UPN.

Pero como el arrebatarles la alcaldía no es posible si no es contando con los nacionalistas y con listas de nacionalistas radicales de izquierda, y entonces quienes lo hagan podrán ser acusados de no luchar contra el terrorismo, esos alcaldes de UPN no tienen ningún incentivo para cambiar sus formas de gobernar, para buscar el diálogo con quienes piensan de forma distinta dentro del campo estrictamente democrático y pueden seguir actuando de forma autoritaria escudados en el chantaje que permite la lucha contra el terrorismo.

Quienes recurren permanentemente a esta forma de chantaje debieran saber que probablemente obtendrán beneficios eletorales a corto y medio plazo, pero que están socavando la unidad democrática necesaria en la lucha contra el terrorismo, que están, a su vez, haciendo aquello de lo que acusan a sus adversarios: engordar el caldo de cultivo del entorno de los terroristas.

Si fuera permitido trazar un paralelismo histórico, se podría recurrir a los momentos de la caída del muro de Berlín y del derrumbe del imperio soviético. En aquellos momentos, muchos creyeron que era posible instaurar un nuevo orden mundial. La superación de la Guerra Fría abría las posibilidades de otra forma de hacer política, más positiva, libre del miedo, libre de conflictos, más humana y humanitaria.

No duró mucho la esperanza. Y doce años después todos sabemos que el mundo es más complejo, más complicado, menos seguro, no más humano que antes de 1989. No se ha relizado un nuevo orden mundial. Algunos piensan que nos encontramos en los umbrales de un nuevo caos mundial. Los problemas se han multiplicado. De la dualidad de la Guerra Fría se ha pasado a la unilateralidad de una potencia y a la multilateralidad de los problemas, de las amenazas y de los conflictos.

Tampoco está la política vasca para grandes esperanzas. Ni caminamos a un desenlace definitivo. Ni se van a consolidar y legitimar las instituciones de que gozamos y que surgen del ordenamiento jurídico actual. Ni la lucha contra el terrorismo va a librarse de la lacra del aprovechamiento partidista y del chantaje a que le somete permanentemente el Gobierno del Partido Popular. Ni llegará el día en que algún líder nacionalista, en lugar de pedir que se muevan los demás, diga: estamos dispuestos a movernos, a dar el primer paso, a cambiar en algo nuestros planteamientos.

Seguiremos con este carnaval de máscaras en el que nada es lo que parece, pero tampoco todo lo contrario, sino que nada significa en definitiva nada. Se defiende con todo ahínco el Parlamento Vasco, pero se sigue con el discurso de que este marco jurídico e institucional, una de cuyas piedras angulares es precisamente el Parlamento Vasco, no sirve, y se debe buscar uno nuevo, distinto.

Joseba Arregi, EL DIARIO VASCO, 24/6/2003