Carrillo

Jon Juaristi, ABC, 23/9/12

Debe reconocérsele a Carrillo su contribución a la transición, a la democracia, pero sin exagerarla

PAUL Preston, Ángel Viñas y otros han denunciado desde El País, el pasado viernes, que las necrológicas de estos días sobre Santiago Carrillo «siguen haciendo hincapié en Paracuellos». No sólo «algunas», como pretenden dichos historiadores, sino una buena parte de las aparecidas en la prensa escrita han sido desfavorables al desaparecido dirigente comunista, aludiendo a su supuesta participación, como consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid, en las sacas que, entre noviembre y diciembre de 1936, culminaron en los asesinatos en masa de 2.500 presos de las cárceles de la capital. En su artículo, Viñas, Preston y los demás reconocen que sería difícil exonerar de responsabilidad a cualquiera de los componentes de la Junta presidida por el general Miaja, incluido Carrillo, pero diluyen aquélla en una pluralidad de organismos y personalidades (la NKVD soviética, que habría recomendado las matanzas; la Dirección General de Seguridad, que las planificó, y una serie de dirigentes del PCE y policías que actuaron a través de la misma). Se lamentan finalmente del uso político de Paracuellos por «el canon franquista» para apantallar los crímenes del otro bando.

La muerte de Carrillo ha tenido un efecto catalizador inoportuno en la agria trifulca de las dos memorias históricas, reavivándola cuando comenzaba a desvanecerse. Conste que me parece muy bien que las investigaciones rigurosas sobre la guerra civil sigan adelante, y que vayan desvelando algunos aspectos hasta ahora incómodos y eludidos en la historiografía contemporánea. Por ejemplo, y volviendo a Viñas y Preston, el hecho de que la DGS estuviera, desde el primer año de la guerra, en manos de los comunistas. No sólo desde noviembre, sino desde la segunda quincena de julio, a través del Comité del Frente Popular, como en su día sostuvo Burnett Bolloten (acusado unánimemente de embustero por la izquierda) y ha demostrado posteriormente Julius Ruiz. La destrucción de la policía republicana fue obra exclusiva de los comunistas ya bajo el gobierno Giral. Pero, en fin, sería lamentable que, con la que está cayendo, los debates históricos derivaran en la reedición de una desdichada bronca todavía reciente.

¿Contribuyó Carrillo a la Transición? Sí, y ello debe reconocérsele al margen de lo que haya que reprocharle. Sin exagerar su importancia. El PCE llegó al posfranquismo con una estrategia ya derrotada. Llevaba casi veinte años apostando por una reconciliación nacional a la italiana, pero no encontró su De Gasperi. Quizás un compromiso histórico entre comunistas y democristianos no habría sido una mala fórmula para salir del franquismo. Lo que ocurrió fue algo muy distinto: una transición protagonizada por fuerzas surgidas de la descomposición del régimen y de la crisis del catolicismo militante en la resaca del II Concilio Vaticano. Ante una situación dominada por gentes que habían hecho sus primeras armas en el Movimiento Nacional o en el FLP, el PCE no tenía otros papeles disponibles que el de comparsa o saboteador. Carrillo se negó a jugar este último, lo que fue muy de agradecer. No creo que le entusiasmara aquella otra reconciliación nacional, la que impulsó Suárez. Debió de considerarla una usurpación de su programa desde el franquismo, pero hizo de la necesidad virtud. Resignado a renunciar a la conquista gramsciana de la hegemonía, vio cómo entre renovadores y prosoviéticos le destazaban el partido de sus amores. Y la amargura lo devolvió a la épica del estalinismo, a la justificación de la insurrección de 1934 y otras memorias históricas. Un gran regalo para sus muchos enemigos.

Jon Juaristi, ABC, 23/9/12