Carta al juez Ignacio Sancho Gargallo

ABC 10/11/14
ISABEL SAN SEBASTIÁN

· Mi honor vale infinitamente más que su sentencia y yo pago ese alto precio cada día de mi vida

CON el respeto debido a su toga, me dirijo a Vuecencia en defensa de mi honor. Ese honor agredido públicamente con acusaciones falsas y cargadas de hiel, que Su Señoría ha tenido a bien considerar lícitas, privando con ello de valor alguno el bien más preciado de cuantos poseo, excepción hecha de mis hijos.

Dice Su Señoría, en una sentencia que el Tribunal Supremo ha difundido a través de los medios antes de comunicárnosla a las partes, que la expresión «tú has estado callada, engordando a ETA con tu silencio», referida a mi persona, «tiene amparo en el ámbito constitucionalmente protegido de la libertad de expresión, entra dentro de lo admisible en el marco de una crítica legítima de la actividad profesional ajena, y, por más que constituya una crítica dura, molesta, desabrida, y expresada en unos términos que denotan mal gusto y falta de argumentos por parte de quien la emplea, carece de entidad suficiente para revertir la primacía de la libertad de expresión». Pues bien, Señoría, con el respeto debido a su toga, me permito discrepar de su concepto de la libertad de expresión, convertida por mor de su fallo en licencia para injuriar. Rechazo frontalmente esa patente de corso que Su Señoría concede a mi colega para ofenderme, faltando impúdicamente a la verdad, y lo hago con la autoridad que me confieren treinta años de experiencia al servicio de esa causa, la de la libertad de expresión, trabajados sin el blindaje de un cargo institucional ni la tranquilidad que confiere a un magistrado la certeza de una nómina asegurada a fin de mes. O sea, desde el ejercicio pleno de esa libertad que ambos invocamos, aunque únicamente en mi caso entrañe la asunción de riesgos.

Con el respeto debido a su toga, paso a resumirle la factura que mi familia y yo hemos abonado por ese «silencio» nutricio de la banda asesina, según la «molesta» acusación que Su Señoría avala con su decisión. Un «silencio» manifestado en cuatro ensayos de amplia difusión dedicados a denunciar a ETA y sus cómplices, incontables artículos de prensa e intervenciones en radio y televisión, así como declaraciones inequívocas efectuadas desde las tribunas de múltiples manifestaciones de víctimas. Ese «estar callada», Señoría, me ha expulsado de la tierra de mis padres y reportado quince años de amenazas. Once años de privación de libertad de movimientos, permanentemente acompañada de escoltas impuestos y pagados por el Ministerio del Interior. Otros tantos de miradas de temor en los rostros de mis seres queridos, de pesadillas, de ruegos de que «lo dejara» alternados con valerosos gestos de apoyo en circunstancias terriblemente difíciles. Lustros de lucha ininterrumpida contra una organización terrorista implacable, sin otra motivación que la conservación de mi honor, tal y como yo lo entiendo. Años tirados a la basura, a juicio de Su Señoría, toda vez que ni siquiera pesan lo suficiente en su balanza como para otorgarme el derecho a ser amparada frente a la calumnia.

Si confiara tanto en la independencia del Poder que Su Señoría encarna como en la mía propia, la indignación y la impotencia que ahora siento se verían agravadas por la duda de haberme equivocado de bando y perdido miserablemente el tiempo, mientras otros, más «prudentes», se alineaban con los tiempos manteniéndose al margen de esta peligrosa disputa o apostando por el apaciguamiento. Para mi bien, no obstante, sé que mi dignidad permanece tan intacta como los principios que me llevaron a decir lo que dije y escribir lo que está escrito. Tengo la conciencia muy tranquila, por honda que sea la decepción. En las mismas circunstancias, volvería a hacer lo que hice. Y aunque cada vez me cueste más encontrar argumentos con los que justificar ante mis hijos el porqué de tanto sacrificio, ellos lo entienden.

No expresaré mi punto de vista sobre su actuación profesional en este caso y las razones que la explican, porque sospecho que yo no eludiría una condena. Sí le digo, Señoría, que mi honor vale infinitamente más que su sentencia y yo pago ese alto precio cada día de mi vida.