Castigo al oportunismo

El Correo 26/11/12
TONIA ETXARRI

Esa mayoría «excepcional» con la que soñaba Artur Mas y a la que no explicó con qué programa pensaba seducirla, más allá de su apuesta por la independencia, optó por darle la espalda y castigarlo en las urnas. En la peor campaña electoral catalana que se recuerda, la polarización y tensión de la sociedad han perjudicado directamente a CiU, que buscaba en la movilización del voto un apoyo popular a su apuesta de formar un Estado propio en Europa.

Pero los votos radicales han preferido dar su confianza al formato original de Esquerra Republicana, que siempre, a diferencia de los calculadores convergentes, se han envuelto en la bandera de la independencia. Tanta tensión para volver al punto de partida. Porque es ahí donde los votantes catalanes han situado en las urnas a Convergencia i Unió. En las primeras elecciones autonómicas de 1980 CiU consiguió 43 escaños y, ahora, 32 años después y tras haber gobernado con 62 escaños, se ha quedado con 12 asientos menos. Un estrepitoso fracaso para quien no fue capaz de gobernar la crisis y que ahora no ha podido persuadir a los ciudadanos. Ha despilfarrado el capital político de aquella Convergencia i Unió de los 80 después de haber protagonizado la campaña de la evasión hacia la independencia de España.

Artur Más planteó la campaña al revés. Debería haber cosechado el apoyo de los votos y luego poner sobre la mesa su carta plebiscitaria. Con el único plan de diseño de la Cataluña de Heidi (más prósperos y más saludables) ha fracasado. Ni siquiera el victimismo escenificado de su persona frente a España le ha funcionado. Los catalanes se han movilizado, como hacía 24 años que no ocurría porque se han sentido mucho más implicados que en el referéndum de la reforma del Estatut, en 2006. Pero se han movilizado para decir a CiU que no le acompañan en su aventura. La gente no ha entendido su cambio radical, realizado a un ritmo tan precipitado que hasta el propio Durán i Lleida se ha sumado al tren en el último momento.

No se puede pasar del catalanismo pragmático a la ruptura con España llevando a la sociedad al desgarro y al enfrentamiento sin saber cómo está la temperatura de «todo un pueblo». Y la temperatura de la manifestación de la Diada fue eso: la radiografía de una demostración que no ha tenido mucho que ver con la expresada en las urnas. La mayoría en el Parlamento catalán sigue siendo soberanista, con la recolocación de ERC como segunda fuerza y la irrupción de CUP.

Pero la mayoría «excepcional» que necesitaba Más se ha perdido por el camino y no, precisamente, en la abstención. Los ciudadanos catalanes ejercieron ayer su derecho a decidir. Y han dicho que por la senda marcada por Artur Más no quieren ir ni a heredar.

CiU tiene un panorama complicado. Se queda en manos de ERC si quiere seguir promoviendo la consulta sobre la independencia, con el riesgo de quedar fagocitado por el partido radical. Pero tiene que gobernar. Y gestionar la misma Generalitat endeudada que dejó a mitad de legislatura. La que pidió prestados los 5.370 millones de euros. Para gestionar la crisis que no se atrevió en su momento va a necesitar ayuda. Y más humildad.