José ANTONIO ZARZALEJOS-El Confidencial

  Los independentistas se están batiendo en retirada dialéctica y revisten la apostasía separatista en una épica que camufla el fracaso rotundo de la intentona

 En toda tragicomedia, aunque sea tan peculiar como la catalana, solo puede haber mártires si en la ‘performance’ alguien oficia de traidor. El independentismo ya ha matriculado a su traidor particular: Santi Vila, exconsejero de Empresa (antes lo fue de Cultura) que dimitió el día 27 de octubre, inmediatamente después de que Puigdemont -al que ya no le debían importar los «muertos» en las calles con los que amenazaba el Gobierno según la mendaz Marta Rovira- decidiese no convocar elecciones y declarar unilateralmente la independencia.

Vila forzó mucho. Siguió en el «Gobierno de los bonzos» -como me permití calificarlo el pasado 15 de julio- tras la purga de los moderados Jané, Baiget, Munté y Ruiz, conformando un Ejecutivo de choque. Vila debió pensar como tantos otros en Cataluña: que el expresidente de la Generalitat no llegaría a incurrir en la insensatez absoluta. Se equivocó y salió por piernas pero un poco tarde porque el fiscal le acusa de rebeldía, sedición y malversación como a los demás, aunque la juez Lamela le haya dejado en libertad tras depositar una fianza, mientras sus compañeros siguen en la trena de la que ya están intentando librarse con una maquillada renuncia a la unilateralidad, el acatamiento al 155 y la garantía de que no habrá por su parte reiteración delictiva.

 Forcadell apostató de sus vehementes alegatos independentistas -«ni un paso atrás»- y goza de los parabienes del independentismo. Que tampoco ha hostigado a los que han hecho mutis por el foro como sus dos compañeros de mesa en el Parlamento catalán. La «madre coraje» del separatismo catalán -que se ha desdicho todo lo necesario para salir de la cárcel en coche oficial- forma parte de los mártires del proceso, aunque se trate de un martirio en el que prima el cinismo sobre la coherencia.

A Santi Vila le montaron un quilombo en las redes que no evitó ni la intrusión en su vida privada -es homosexual, condición que sirvió como ingrediente adicional para ponerle de vuelta y media- aunque nadie sabe muy bien qué ha hecho el exconsejero de diferente que no hayan protagonizado otros. Porque recular, están reculando todos y de una manera que debería resultar decepcionante para los enfervorizados militantes de la república catalana. Sin embargo, les aclaman con patrióticas lágrimas de desconsuelo.

 En la idiosincrasia catalana está el buen manejo del fracaso para transformarlo en un motivo de orgullo. Los independentistas se están batiendo en retirada dialéctica y revisten la apostasía independentista -¡qué emotiva la religiosidad de Junqueras!- en una épica cansina que camufla el fracaso rotundo de la intentona. A Vila lo necesitan para contrastar su heroicidad señalándole a él como paradigma de la traición cuando todos ellos lo son a lo que prometieron y proclamaron. Causa perplejidad que las listas de ERC y del partido de Puigdemont estén plagadas de políticos fracasados, imputados por la Justicia y responsables de un daño económico y social a Cataluña del que ya veremos cuándo y cómo se recupera. Son listas que ofrecen al electorado los restos del naufragio soberanista.

Cabe sospechar que los mártires de Estremera, Forcadell y los demás están incurriendo en un gravísimo error: creer que el magistrado-instructor del Tribunal Supremo, Pablo Llarena, es un togado con criterios distintos a los de la jueza de la Audiencia Nacional, Carmen Lamela. Están suponiendo con una temeridad digna de mejor causa que el Supremo es toreable y que bastarán unos golpes de pecho para que Llarena les envíe a Barcelona con los ‘Jordis’. Se equivocan. Las medidas cautelares se adoptan individualmente y su levantamiento o atenuación supondrá que tendrán que apostatar como Forcadell, una forma de traicionar la causa mucho más indigna de la que la nomenclatura mediática y política de los separatistas atribuye a Santi Vila. Olvídense: el magistrado Llarena es un juez con muchas hechuras.

Las listas de ERC y del partido de Puigdemont ofrecen al electorado los restos del naufragio soberanista

La clave de este tiempo político en Cataluña consiste en que los conductores del proceso reconozcan su fracaso y se retiren dejando al país que respire una atmosfera sin la carga tóxica de tanta falsedad que quieren encubrir, de manera grotesca, en otras mayores -como la de Marta Rovira y el rosario de mendacidades de Puigdemont desde Bruselas- alimentando así una espiral que envuelva en una ensoñación permanente al potencial electorado secesionista. Alguien -podría haber sido Santi Vila- tendría que explicar a los catalanes independentistas que son víctimas de una fabulación fabricada por sanedrines semiclandestinos y políticos banales que han desmantelado Cataluña, que la están devastando y que su oferta martirial es la penúltima falacia que urden. Los traidores son ellos y no el poco avisado y escasamente perspicaz Santi Vila. Ya se va a encargar Llarena de desenmascararlos.