Censores

ABC 21/06/17
DAVID GISTAU

· Muchos periodistas que se sienten militantes antes que periodistas están contribuyendo a la desacreditación del periodismo

TODA militancia termina desarrollando un agresivo sistema inmunológico concebido para hostilizar a la prensa y que además encuentra en Twitter un territorio propicio para sus escraches. Esto ocurre lo mismo en el florentinismo –«Las manos de la prensa fuera del Bernabéu»– que en los movimientos de la «nueva política» que han devuelto sentido al viejo axioma de «Con nosotros o contra nosotros». Es decir, que han vuelto a detectar enemigos en los adversarios.

La novedad actual es que muchos periodistas que se sienten militantes antes que periodistas están contribuyendo a la desacreditación del periodismo. En un grado recreativo, ocurre en el fútbol y su periodismo chiringuitero. En el ámbito político, basta observar, por ejemplo, cómo los «alts» españoles han interiorizado la guerra contra el periodismo de Trump –guerra recíproca, todo hay que decirlo– y cada día, obligados por esa militancia, ponen a parir a los periodistas y su oficio como si ellos no lo fueran. En eso les doy la razón: dejaron de ser periodistas en el preciso instante en que abrazaron una militancia, más allá de que ésta sea la trumpista o cualquier otra.

Hace algún tiempo, hablando con unos veteranos del diario «Pueblo», ellos expresaban nostalgia de cuando los periodistas podían detestarse por razones personales y por la competición para ocupar la portada, pero jamás permitían que una militancia, un servicio propagandístico, partiera las complicidades gremiales. Aquello era como la sala de prensa de Billy Wilder: se habrían matado los unos a los otros por ser los propietarios del preso escondido en el escritorio y de su historia pero, al mismo tiempo, se sabían miembros de una cofradía capaz de aplazar sus reyertas internas para protegerse de una agresión externa. De una agresión del poder o de la política.

Esto ya no sucede, claro. Demasiada precariedad. Demasiada dependencia de las dádivas y los cabildeos. Demasiada militancia en el periodismo que es política profética por otros medios. Los periodistas ahora se odian los unos a los otros al motejarse de fachas o de rojos igual que miembros del servicio que hubieran interiorizado los prejuicios de sus señores. Los periodistas se retiran la palabra para siempre por razones como Trump o Florentino Pérez o Rajoy con una conciencia jerárquica, semejante al mítico Lo Que Diga Don Manué, que a veces, las aún más ridículas, es autoimpuesta. Si el oficio se ha convertido en esto y así de rendido está a quien se sirve de él a cambio de regalos no debe extrañar lo que sucedió el lunes cuando Podemos vetó a algunos medios que no eran lo bastante militantes o simplemente incordiaron alguna vez con alguna noticia. Los demás, aquellos a los que Podemos perdonó la vida, no protestaron ni se marcharon de allí. Transigieron, por miedo, por costumbre gregaria, por lo que sea. No mandaron a la mierda a Podemos, a cualquier censor. Me dicen que sólo uno lo hizo: Álvaro Carvajal. Si es así, va desde aquí mi olé.