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Maite Pagazaurtundua, EL CORREO, 26/3/12

En los mapas para turistas que facilitan las grandes cadenas aparecen identificados símbolos de teatros, museos, restaurantes y otras informaciones útiles. Una pequeña estrella de David sitúa la sinagoga de Berlín, tal vez la única que queda allí. Se encuentra en un edificio civil, junto a la esquina de una de las arterias principales de compras y ocio. Está protegida por la policía, día y noche. De todas las heridas que se observan en la piel de la recosida ciudad, la más incómoda parece seguir siendo la del antisemitismo. Incluso más que el recuerdo del totalitarismo general del modelo de poder de Hitler que aplaudieron muchos de sus habitantes en el pasado. Parece supurar más que las del totalitarismo del modelo de la RDA, en el que todos los vecinos eran potenciales agentes del poder comunista que asfixiaba las vidas y aspiraba a acaparar cada conciencia. La ley de partidos es severa en Alemania para evitar cualquier atisbo de reivindicación de la ideología que llevó al ascenso del Tercer Reich. Todas las ideas no son aceptables. Los bombardeos de la ciudad de Berlín durante la Segunda Guerra Mundial no sirven de excusa para generar un discurso del sufrimiento (todos han sufrido, nadie es responsable) que esconda la responsabilidad comunitaria sobre la degradación social y la eliminación física de seres humanos. El búnker de Hitler no se visita. La esvástica está prohibida y en las tiendas de antigüedades la tapan, incluso en los objetos de menor tamaño. Habría sido peor, mucho peor, adaptar el relato a lo que deseaba la gran mayoría de berlineses y demás alemanes en el año 45 y durante todo el periodo de desnazificación. Escuché una vez explicaciones de una joven con todo cuidado. Pocos de los berlineses supervivientes del exilio o de los campos regresaron a Berlín, pero eso no lo contó. La huida de los miles de vecinos berlineses que vieron cómo crecía la bestia contra sus orígenes judíos y escaparon no apareció por ningún lado. El guionista y director berlinés Billy Wilder, por ejemplo, escapó a París primero y después a Estados Unidos. Su madre fue asesinada en Auschwitz. Algunas consecuencias de una estrategia sistemática del terror, como la que fue consentida por la mayoría de la sociedad alemana hace algunas décadas, siguen presentes en pequeños detalles que desplazan la perspectiva de las cosas: la encantadora chica no hablaba de los alemanes y judíos como alemanes, sino como judíos. Y en una especie de nube. Sin un solo nombre. Y este detalle, que parece inocente, abre y cierra todo un mundo, el que incluye o excluye de la comunidad. La joven berlinesa no los imaginaba como berlineses arrancados de su propia ciudad.

Maite Pagazaurtundua, EL CORREO, 26/3/12