¿Coalición o frente?

EL ECONOMISTA 21/09/14
NICOLÁS REDONDO TERREROS

El PP propuso hace unas semanas una coalición en Cataluña para frenar a los independentistas catalanes. Propuesta sorprendente para todos los partidos políticos constitucionales, supongo que menos para Rosa Díez que visitó, también sorprendentemente, al Presidente del gobierno la misma semana del anuncio.

El conflicto planteado por el nacionalismo catalán es de tal envergadura que es imposible rechazar ninguna posibilidad que vaya dirigida a encontrar una solución al problema planteado. Para enfocar bien la cuestión deberíamos coincidir en que la situación provocada por el iluminismo de Artur Mas no es exclusivamente electoral, o dicho de otra manera, que siendo muy importantes los resultados electorales, la partida transciende las próximas elecciones autonómicas; y sin caer en el pesimismo podemos decir que la solución requiere mucho tiempo y que la próxima legislatura es un periodo mínimo durante el cual el problema puede empezar a solucionarse o empeorar. Si fuera cierta esta afirmación y creo que lo es, no deberíamos actuar como si todo se jugara a una carta en las próximas elecciones autonómicas

Búsqueda de seguridad

El miedo, la búsqueda de seguridad, los grandes líderes mesiánicos, los acontecimientos impregnados de épica unen a los ciudadanos con una intensidad mayor que la que impone normalmente la comunidad. Todas estas causas abocan a una unión que desprecia y termina anulando al individuo y suelen ser de naturaleza excepcional. Olvidemos a los líderes que despersonifican al individuo porque no los tenemos. Por otro lado, los objetivos épicos no suelen tener cabida en las democracias modernas, más aburridas y rutinarias cuanto mejor funcionan. El miedo a lo desconocido o a una amenaza cierta y desproporcionada, provoca la derrota de la razón y el triunfo del instinto. Algunos, viendo como UPyD se apresuró a aceptar la coalición con Ciudadanos, mientras se ponían exquisitos hasta provocar disgusto, podrían pensar que también existe un claro interés partidario en los proponentes, que evitarían así el desastre electoral de sus siglas. El impulso principal de ambas formaciones viene del miedo instintivo y no del cálculo político.

Vayamos a los efectos de la propuesta. ¿Es esta propuesta la mejor posibilidad que se nos presenta? ¿Será entendida por los ciudadanos a los que va dirigida? ¿Las circunstancias imponen en este momento una solución tan excepcional? Parto de una posición básica: a los que no somos nacionalistas nos favorece la pluralidad de opciones, mientras que a los nacionalistas, que tienen tanto de partido como de movimiento político, les favorece la uniformidad. Así, queriendo aglutinar fuerzas diferentes podemos encontrarnos con el efecto contrario: conseguir menos apoyos de los que se conseguirían por separado. Pienso que la única manera de que la hipotética coalición obtuviera el apoyo deseado, sería dando a las elecciones un carácter tan excepcional como el que pretenden los nacionalistas, convirtiéndolas en plebiscitarias… O todo o nada. Y al día siguiente, ¿qué pasaría en caso de perder?

El electorado, convocado indeseadamente a un duelo definitivo, habría optado por los que proponen la independencia y no nos quedarían resortes políticos para encauzar el problema desde la razón y el sentido común. Y en el caso de conseguir la victoria, ¿qué programa de gobierno llevarían a cabo? El frente traslada a los ciudadanos una responsabilidad que les corresponde a los políticos: les hace votar a representantes de partidos que no les gustan, que consideran adversarios, por un único objetivo y de naturaleza negativa, en este caso oponerse a la operación independentista, soslayando todo lo demás. La excepcionalidad no puede ocupar todo el esfuerzo político. La gestión política, despreciada en momentos como este por algunos dirigentes, interesa sobremanera a los ciudadanos, teniendo en cuenta que al día siguiente de las elecciones seguirán teniendo los mismos problemas; por lo menos les importa a los ciudadanos no contaminados por la sentimentalidad volcánica del nacionalismo. Vuelve a ser la excepcionalidad del problema, no la gravedad de la cuestión, el elemento único de movilización y no creo que hoy, asumiendo la gravedad del reto de los nacionalistas, podamos hablar de manera tan dramática, esperando efectos terapéuticos inmediatos. A estas alturas del artículo al lector le dominaran dos sentimientos.

El primero le llevará a creer que la reflexión precedente destruye la propuesta popular y no ofrece ninguna solución; por otro lado pensará, el que la recuerde, que entro en contradicción con la parte más característica de mi historia política. Pero negando la validez de la segunda impresión contesto también a la primera. En el País Vasco, en los años 90, la cuestión era de naturaleza bien diferente, se trataba de enfrentarnos a una organización terrorista, que el Gobierno autónomo no sabía o no quería combatir con eficacia. Pero es que en aquellas elecciones cada partido se presentó con su propio programa, sabiendo los ciudadanos que si obtenían el número de escaños suficientes intentarían formar un gobierno de coalición. Primera diferencia, los ciudadanos podían votar a sus respectivos partidos sabiendo de antemano que si era posible intentarían gobernar. La segunda era que la gestión diaria estaba asegurada en una síntesis posible de los programas de los dos partidos. La tercera era que en el empeño de combatir a ETA no queríamos aislar a nadie, siendo el mejor resultado posible que el nacionalismo vasco, por necesidad, se acercara a nuestras posiciones. La cuarta es que después de las elecciones autonómicas las expectativas de los partidos seguirían intactas, aunque les obligará, por lo menos a uno de los dos, a solucionar una crisis provocada por el fracaso electoral; y la última era que el sistema no sólo no se había agotado, sino que se cargó de razones para fortalecer el cerco contra ETA con nuevas medidas, que han mostrado su eficacia. En fin, es la diferencia entre una coalición y un frente, entre jugarse todo a una carta o diseñar un marco para solucionar el problema plateado, es poner el interés común por encima de las vergüenzas partidarias que algunos quieren ocultar, es hacer política, no jugar a política.

Nicolás Redondo, presidente de la Fundación para la Libertad