Cohetes y medallas

IGNACIO CAMACHO, ABC 01/12/13

· El honor de las víctimas no se restablece con medallas si queda impune la pirotecnia desafiante de los verdugos.

No basta con condecorar a las víctimas ultrajadas. Si no completamos el relato de la resistencia sólo quedará en el cielo borroso de la pazzzzzzz tardozapaterista el humo de los cohetes de la ignominia. Y ese relato tantas veces salpicado de sangre siempre se ha escrito con letras de firmeza. Ante la violencia, ante el chantaje, ante la humillación, ante la muerte. Una firmeza que no se puede declinar cuando los testaferros del horror escriben su propia versión con la caligrafía vejatoria de una pirotecnia triunfante. Es una obligación moral de la democracia y del Estado levantar, contra el olvido, contra la distorsión, contra el abandono, la historia de la infamia.

Y para eso no basta sólo con medallas de consuelo. Si el Gobierno no hace pagar a esos chulos su cohetería de bienvenida al asesino de niños no podrá volver a proclamar que han ganado los buenos. Nadie, en realidad, podrá decir que ha triunfado la justicia si prevalece esa afrenta impune. Está escrita la historia del dolor, la de las lágrimas, pero resta el epílogo de la victoria moral y del triunfo de la memoria. Sin ese capítulo las condecoraciones, los títulos, serán apenas un triste bálsamo contra la evidencia de este sinsabor postrero, de este jolgorio denigrante que celebra con petardos la libertad de los matarifes y exalta su retorno con heroicos ribetes de hijos pródigos. No están ofendiendo a las víctimas ni escupiendo salvas de pólvora sobre sus tumbas; es un mensaje de desafío lo que envían a una sociedad desconcertada por este inesperado desenlace de amargura.

Y no se trata sólo de los malditos cohetes. En los últimos días ha vuelto la kale borroka en un salto cualitativo de arrogancia. Mientras el Gobierno redacta innecesarias leyes represivas que excitan la movilización de la izquierda, se levantan de nuevo las barricadas de fuego en las calles del universo batasuno. Es una demostración de fuerza, una crecida de poderío territorial expresada en el lenguaje que mejor domina el radicalismo filoetarra. No hay casualidades sino secuencias lógicas: los presos están fuera y sus familiares y amigos retornan a la coacción violenta, al activismo agresivo que les otorga cohesión y poder intimidatorio. Se han venido arriba porque ellos sí entienden lo que significa el maldito statu quo de la doctrina de Estrasburgo. Significa que tienen motivos para sentirse fuertes después de haber puesto la rodilla en tierra.

Si el Estado permite que se levanten habrá perdido su ventaja. Y las palabras gloriosas serán retórica autocomplaciente, verdura de las eras. No habrá modo de escribir la historia de un holocausto si la democracia cede espacios de impunidad para negarlo. El honor de las víctimas y de los supervivientes no se restablece con bisutería de solapa. Hay que volver a clavar las tablas de la ley en la plaza de la libertad si no queremos entregarla.

IGNACIO CAMACHO, ABC 01/12/13